Relatar hechos políticos, sociales o económicos sin contextualizarlos históricamente, o mostrarlos como una fotografía sin ubicarlos dentro de un proceso, además de ser ahistórico, constituye un acto de profunda subestimación hacia quien lee ese relato.
¿Cómo puede la UCR hablar de la “progresiva decadencia argentina” ubicando sus causas en los años 70 y los 90 salteándose a los años 80? ¿Cómo pueden achacarle al actual proyecto político que gobierna el país desde 2003 la continuidad de esta decadencia omitiendo mencionar lo sucedido en 2000, 2001 y 2002?
La respuesta la tenemos a mano. Por los pliegues del documento suscrito bajo el título “Pasado inexplicable, presente distorcionado”, se cuela la concepción ideológica que la UCR local tiene sobre nuestra sociedad y cómo se resuelven los conflictos de todo tipo que anidan en su interior. Allí se abordan básicamente dos grandes cuestiones.
En primer lugar, como dijimos, sostienen que la Argentina asiste a una progresiva decadencia como producto de las diferentes experiencias del peronismo en el gobierno.
Para confirmar esta afirmación nos invitan a “compararnos con los países vecinos, a los que suponen en mejor situación que la nuestra.¿Deberíamos analizar comparativamente el desarrollo económico general con los países hermanos? ¿O sus índices de desarrollo industrial? ¿Será útil analizar el desarrollo en ciencia y tecnología? ¿O es mejor indagar sobre el trabajo recuperado, la participación de los trabajadores en el ingreso nacional, el grado de cobertura de la seguridad social y la cobertura médico asistencial? ¿O quizás debiéramos cotejar los niveles de inclusión social? Tan amplio panorama nos pone ante el riesgo de hablar sin decir nada.
Por eso, sólo nos centraremos en el aspecto al que más se aferra el radicalismo local para sustentar sus afirmaciones, aunque termine resultándole un salvavidas de plomo: el deterioro educativo.
Cómo se atajan de antemano advirtiendo que no se debe medir “el gasto en educación por cuántas escuelas o aulas se construyeron” sabiendo de la monumental inversión que el Gobierno nacional ha realizado en ese sentido en todo el país, nos detendremos en otros datos.
Por ejemplo, recordaremos que en el año 2003 se destinaba el 6% PBI al pago de la deuda externa y el 2% a educación, mientras que en 2013 se destina más del 6% a educación y el 2% al pago de la deuda.
También destacaremos que el 1% del PBI se invierte a educación universitaria, que durante todos estos años se inauguraron más de diez nuevas universidades nacionales. Que se ha recuperado la educación técnica a punto de desaparecer en los años 90, que la UTN goza de una fortaleza y de una matriculación de alumnos como pocas veces en su historia.
Y lo más importante quizás, que en universidades como la UNVM y la UTN local, más del 70% de sus egresados son primera generación de universitarios en sus familias.
¿Hace mucho que no van por nuestras universidades? ¿Saben por qué pelean los estudiantes chilenos? ¿Se han preguntado por qué hay tantos estudiantes provenientes de toda Latinoamérica en nuestras aulas, esas que según ustedes no sirven para medir la inversión educativa?
Pero no sólo eso, también deberíamos recordar el 25% más de pibes en la escuela producto de la mejor situación económica de sus padres y de la Asignación Universal -eso que los radicales llaman política asistencialista- tres millones de netbooks para que un chico del barrio más humilde de nuestra ciudad tenga la misma posibilidad de acceder a la información que los que viven en barrios cerrados.
Y aquí nos adentramos en el segundo tema abordado en el documento radical, el problema de la redistribución de la riqueza.
Al respecto sostienen que “El peronismo sabe repartir la riqueza pero no sabe cómo generarla”. A tamaño exabrupto podríamos responder con otro, pero sólo diremos que algunos radicales parecen no saber qué es la riqueza, quiénes y cómo la generan y quiénes y cómo se la apropian.
Sobre el respecto diremos que hay más que abundante bibliografía, se puede arrancar con David Ricardo, pasar por Engels y Marx, leer a Perón y si les queda tiempo repasar los dichos de Alfonsín.
Por eso sólo diremos que después de la segunda década infame 1989-2002, década larga como la primera y que como ésta venía con arrastre, fue este Gobierno el que a partir de subordinar la economía a la política, priorizar el mercado interno y revalorizar el rol del Estado, nos permitió salir de una de las peores crisis económicas que habíamos tenido con tasas de crecimiento como pocas veces vimos.
También es cierto que a ello ayudó, en los primeros años, las condiciones externas, tan cierto como que quienes producían para el mercado externo tuvieron y tienen ganancias extraordinarias. Parte de esas ganancias extraordinarias son las que se redistribuyeron para que la bonanza le alcanzara a la mayor cantidad de argentinos posible.
Sacarles a unos para darles a otros. Sí es así, lo otro es apostar a la teoría del derrame, que como ha probado nuestra historia no derrama nunca sobre los sectores trabajadores, las pequeñas y medianas empresas, las cooperativas, en definitiva, los más débiles del sistema. Redistribución de riqueza que lejos de perjudicar a nuestra clase media no sólo que la ha fortalecido sino que la ha ampliado.
Y si no remitámonos a los informes del para nada kirchnerista Banco Mundial que afirma que “la Argentina duplicó su clase media en los últimos diez años, siendo el país latinoamericano con mayor aumento de su clase media como porcentaje de su población total”.
Sebastián Capurro, Verónica Vivó y Gerardo Russo
Partido Justicialista Villa María