A un primer golpe de vista, arte y medicina parecen incompatibles. Sin embargo, al hacer un poco de historia, se llega a la conclusión de que ambas se complementan inevitablemente.
Si nos remontamos al Génesis bíblico, vemos que Dios “crea” a la mujer de una costilla de Adán, a quien previamente adormece. De este modo, antes de su segunda y fabulosa escultura de barro, Dios realizaba la primera cirugía de la historia.
Esta metáfora del “médico creador” alcanzará su culminación en 1818 con “Frankenstein”, la novela de la inglesa Mary Shelley. Allí, un médico querrá crear un hombre perfecto mediante la electricidad y el trasplante, con el afán de remedar la edénica cirugía de Jehová.
Mucha de la mejor literatura del Siglo XIX tendrá a médicos en el rol principal; desde el doctor Moreau, de H.G Wells, que desde su isla injertará genes animales a los seres humanos, hasta el doctor Jekyll, de Robert Louis Stevenson, quien tendrá en sí mismo un doble monstruoso (el señor Hyde) como producto de un fallido experimento. Incluso en “Drácula”, de Bram Stoker, será un médico (especialista en enfermedades del espíritu, el doctor Van Helsing) quien derrote al vampiro en una versión victoriana del combate entre el bien y el mal.
Dejando de lado personajes literarios e historias bíblicas, es notable el número de artistas que han incursionado en la medicina o, para decirlo de otra manera, el gran número de médicos que se dedicaron al arte. Baste citar a los escritores Arthur Connan Doyle (“Sherlock Holmes”), Louis-Ferdinand Céline (“Viaje al fin de la noche”) y Anton Chéjov (“La sala número seis”). Y será el escritor ruso quien acuñe una sentencia inolvidable: “La medicina es mi esposa legal y la literatura, mi amante. Si bien ello puede lucir poco respetable, no resulta aburrido en modo alguno, ya que cuando me canso de una paso la noche con la otra; y ello termina mejorando mi relación con ambas”.
En Villa María y casi dos siglos después de Frankenstein, la metáfora del artista-cirujano se vuelve a repetir. Tal es el caso del doctor Carlos Gagliano, que además de su actividad clínica dedica sus horas libres al retrato, o el doctor Raúl Marchegiani, que desde hace 10 años abrazó su vocación por la acuarela.
El lápiz fotográfico de Gagliano
Su consultorio en una conocida obra social de la ciudad se ha convertido en un cada vez menos disimulado atelier de dibujo. Y es que, mientras en una pared cuelga el retrato enmarcado de un indio, en su vitrina de medicamentos se van amontonando sus trabajos como recetas o historias clínicas: la cabeza de una mujer africana, el rostro del escritor Mario Benedetti, la efigie de la bailarina rusa Natalia Makarova, un retrato de Mercedes Sosa…
Aunque confiesa haber tenido “una facilidad natural para dibujar desde la escuela primaria”, el doctor no volvería a retomar el lápiz hasta sus épocas de estudiante, en Córdoba.
“Fue en el año 73, durante una pausa de una materia -comenta-. De pronto, sentí un impulso por dibujar. Fue una cosa muy rara. Así que bajé a la librería y compré papel, lápiz y unas gomas. Esa tarde realicé el dibujo de un hombre de raza negra que me gustó mucho, al punto que lo enmarqué y todavía lo conservo. Por esos tiempos hice otros dibujos más, pero tuve que dejar debido a la actividad profesional y a la familia. Sin embargo, me había quedado la deuda de retomar el dibujo, no sólo como un hobby, sino como vocación, ya que siempre lo sentí así”.
La vuelta definitiva de Gagliano a los grafitos se produciría en 2008, tras dejar su consultorio. Entonces, se metería de lleno a retratar personajes famosos del país y del mundo.
“Vinieron Carlos Gardel, la Madre Teresa, Adolfo Pérez Esquivel, Rodolfo Walsh, Raúl Alfonsín, Arturo Illia, Eva Perón, Arturo Jauretche, Nelson Mandela, Abraham Lincoln, Albert Einstein, Michel Foucault…”.
Y el doctor los enumera como si fueran invitados que, efectivamente, llegaron anoche a cenar a su casa; tal es “la familiaridad y el cariño” que siente por ellos.
-¿Siempre dibuja rostros, Carlos?
-Siempre. Para mí, la cara de las personas refleja la vida misma a través de las miradas, de las arrugas, del gesto. Los que saben mucho de arte dicen que dibujar rostros es muy difícil. Pero, para mí, sería muy difícil no hacerlo.
-Y dentro de los rostros, ¿siempre dibuja celebridades?
-Hay un porcentaje de personas famosas, sí, pero también un montón de rostros anónimos que me inspiran tanto o más que los famosos. Si bien los personajes desconocidos permiten un grado mayor de libertad, soy tan puntilloso para dibujar los unos como los otros. Desde el punto de vista visual tienen el mismo valor para mí. Pero también he dibujado a muchos amigos míos.
-¿Del natural?
-No. Siempre los copio de fotografías.
-¿Podría decirse que lo
suyo es, entonces,
el “dibujo fotográfico”?
-No, lo que yo hago se llama “lápiz fotográfico”; algo que Salvador Dalí rescata como un trabajo sumamente difícil y valioso. Y vaya coincidencia, yo soy un fanático de la técnica de Dalí. Escuchar esa afirmación suya en un reportaje me levantó muy mucho la autoestima.
-¿Y cuál es el “casting” que realiza a la hora de retratar una persona?
-A mí me interesa que los rostros digan algo, sean conocidos o no. La mirada de ese indio que tenés al frente, por ejemplo, es de tal profundidad que aunque no lo conozcas, te podés imaginar su historia. Lo mismo pasa con los personajes públicos.
-¿Cómo es esto?
-Sí… Yo, sin ser peronista, la tengo dibujada a Eva Perón. La copié de la foto de su último discurso cuando estaba muy enferma y hacía un esfuerzo enorme para hablar. Esa imagen de Eva, para mí trasciende la política y el partidismo. Y pensé que debía registrarla.
-¿Cuánto tiempo le lleva
un retrato, Carlos?
-Nunca menos de 10 horas. Algunos me llevan hasta 20 y lo puedo realizar a lo largo de todo un mes. La buena calidad de un dibujo es inversamente proporcional a la ansiedad. Yo no sé si hago esto porque tengo mucha paciencia o si lo hago precisamente para tenerla. Si uno es muy ansioso, dibujar es un buen sedante.
Desde 2008, Carlos Gagliano ha expuesto en diversos salones de arte de la ciudad, como los altos del Centro Cultural Dante Alighieri. También en la ciudad de La Carlota y en un café literario de Buenos Aires, donde llevó una serie de retratos de escritores.
“Fuimos con Borges, Sábato, Cortázar, Juan Filloy, Antonio Dal Masetto, Mario Benedetti, Octavio Paz, Gabriel García Márquez….”. Y ahora Carlos los menciona como si con ellos hubiera viajado en el mismo colectivo.
Actualmente, Gagliano prepara una exposición que llevará en setiembre a la ciudad de Río Cuarto. Mientras tanto, se obstina en encontrar tiempo para dibujar a uno de sus admirados referentes del partido radical: don Amadeo Sabattini.
“Si todavía no lo retraté, es porque no encuentro una foto suya lo suficientemente buena. Pero ya lo voy a hacer. A Sabattini lo admiro tanto como a Illia y a Alfonsín”
- Carlos Gagliano,
¿médico o artista?
-Mirá, cuando expuse en la Dante, Susana Giraudo hizo la presentación y dijo palabras muy gratificantes para mí. Tuve que pensar si estaba hablando realmente de mí, porque me hizo sentir un artista durante un rato, título del cual nunca estuve seguro.
-Chéjov decía que estaba casado con la medicina, pero que su amante era la literatura, ¿qué puede decir usted?
-Que tengo cuatro amantes: la medicina, la política, el dibujo y mi esposa. Porque a pesar de que mi esposa es mi única mujer legal, nunca dejó de ser mi amante.
Las sugestivas manchas de Marchegiani
Como no podía ser de otra manera, Raúl Marchegiani sintió el despertar de su vocación visitando a un paciente. Luego de la consulta tuvo una experiencia casi alucinógena: vio pintar a la esposa del enfermo. Aquello ocurrió hace 10 años y la mujer en cuestión no era otra que la artista plástica Susana Giraudo.
“Cuando terminé la consulta, me acerqué a ella y me gustó mucho lo que estaba haciendo. Se lo hice saber y ella me dijo si te gusta pintar, yo puedo enseñarte. Para ella no era nada fácil en esos momentos, porque su marido estaba pasando por una situación muy complicada. Pero un tiempo después, me llamó para que empezáramos. Nunca se olvidó de su promesa de darme esas clases. Con el paso del tiempo, Susana le llevó cosas mías al acuarelista Fernando Quintana, uno de los mejores y más antiguos de la ciudad. Y él, tras ver mis trabajos, me aceptó como discípulo suyo, a pesar de que por ese entonces mis cuadros eran apenas poco más que manchas. Fernando me ayudó muy mucho también”.
Hasta el año 2003, Raúl nunca había intentado la pintura. Pero luego de su paso por los talleres de Giraudo y Quintana, no sólo las realizó, sino que también las expuso. Tanto las paredes de la Universidad Popular como la escuela Dante Alighieri (y ahora el laboratorio de la clínica Bockus, donde atiende, cada día) se vieron decoradas con sus raros y sugestivos paisajes, esos en donde predomina una naturaleza acuosa y casi onírica, con colores lavados tras un sueño líquido.
Sin embargo, a pesar de sus magníficos resultados, el doctor se confiesa: “Hace mucho que no le dedico a la pintura todo el tiempo de la época de los talleres. Las actividades profesionales me han sobrepasado por completo. Sobre todo la función pública, ya que desde el año 2007 soy el director de la Asistencia. Hoy casi no tengo espacio para un hobby. A tal punto que para distenderme, en vez de agarrar un pincel me voy solo al campo”.
-¿Y tiene pensado retomar las acuarelas?
-Absolutamente. Para mí la pintura es una cuestión pendiente.
-¿Cómo definiría el espíritu de sus trabajos?
-Tiendo a ser figurativo, pero partiendo de las manchas. Si hago una mancha y me aparece un cuerpo humano o un árbol, lo sigo. Pero lo mío es una pintura medio ecléctica porque no tiendo a ningún estilo en particular. Hay algo de azar en el disparador del cuadro, pero luego lo termino de la manera más rigurosa posible.
-¿Y cuándo fue la última
vez que pintó?
- En Semana Santa, pero lo que empecé a hacer quedó inconcluso. Antes, cuando empezaba algo, jamás lo dejaba sin terminar. Ahora, un cuadro se puede quedar a la mitad durante meses.
-¿Las muestras lo motivaban a terminar los trabajos?
-Nunca me motivaron las muestras, lo que me motivaba era compartir mi tiempo con Susana o con Fernando. Ese par de horas que pasaba con ellos pintando y aprendiendo, para mí no tenían precio. Y todavía no encontré nada que se le parezca.
Iván Wielikosielek