Hace 20 años que dibuja para La Voz del Interior, pero más allá de la adaptación de su talento a las exigencias de un medio gráfico, Juan Delfini jamás claudicó en su deseo de ser un artista, como sus admirados Henri Toulouse-Lautrec y Egon Schiele...
¿Se les habrá pasado por la cabeza a las chicas del Moulin Rouge que el petit Henri era un artista? ¿Se habrán imaginado siquiera que esas telas trasnochadas con bailarinas obscenas colgarían un día en los mejores museos del mundo? ¿Y el desdichado Egon Schiele? ¿Quién hubiese osado decir, al ver sus “lolitas” austríacas más cercanas a Manara que a Rubens, que era un “pintor serio”?
Un siglo después, la historia de Henri y Egon se vuelve a repetir en historietistas, publicistas e ilustradores inclasificables de todo el mundo; esos que pintan sin que les importe la opinión calificada del “arte”. ¿Adónde termina la publicidad y empieza la obra seria?, se preguntan los curadores del presente. Son los mismos que cien años después ya no discuten ni a Toulouse ni a Schiele, pero que en tiempo presente no pueden distinguir al artista detrás de lo que ellos llaman “arte menor”. Lo cierto es que, sin que le tiemble el pulso ante la academia, este humilde periodista no duda en proponer que el dibujante Juan Delfini pertenece, por raza y por talento, por rigor y desenfreno, por sensibilidad y originalidad, a esa raleada hueste de grandiosos dibujantes inclasificables, esos en cuyas obras lo popular se combina con lo culto produciendo un cóctel explosivo e impensado, vital para el crecimiento artístico de un país. Ese ejército de autodidácticas de la figura humana que desde los mencionados Lautrec y Schiele, ha sumado a Milo Manara, Hermenegildo Sabat, Alberto Breccia, Alberto Cognini y Peiró, para hablar de los monstruos de Europa, Argentina y Córdoba.
Por eso es que dentro de algunos años (y en este oráculo tampoco le tiembla el pulso a este sencillo informador) Villa María podrá decir, con un orgullo, que una tarde de junio de 2013 “el artista Juan Delfini por entonces ilustrador de La Voz del Interior”, expuso aquí. Que el hombre nacido en Ucacha hace 60 años y formado a la deriva en las ciudades retratando turistas expuso aquí. Que el hombre que se fue a París en 1978 con cien dólares en el bolsillo y se volvió a España en autostop cuando se le terminó el último centavo, que el muchacho que anduvo tres años como vagabundo por Europa y las Canarias con su block y lápices porque no quería volver a una agencia, que el hombre que desde hace 20 años ilustra las aguafuertes cordobesas de Daniel Salzano, expuso aquí. Y también se dirá, en un futuro no muy lejano, que “hoy sus acuarelas cuelgan de los museos del país y se venden como pequeños Picassos de humor y talento”. Ese hombre, Juan Delfini, expuso aquí. Y aunque fue presentado como ilustrador gráfico, todos sabían (todos menos los curadores de los museos) que era un artista genial.
Balada del pintor vagabundo
-Entonces, Juan, ¿tus dibujos siguen sin ser parte del “arte serio”?
-No, yo he expuesto en museos también, aunque casi siempre caricaturas. Lo que sí te confieso es que tengo un resentimiento con el “gran arte”, porque chorea de la historieta, del humor gráfico y de la publicidad; pero esos pintores son tratados como serios y venden sus cuadros carísimos. ¡Y todo eso robándole al supuesto arte menor! Yo creo que un dibujo cualquiera, de una propaganda o de una historieta, para vos puede ser un gran arte. ¡Y te lo tienen que respetar! Aunque dibujante gráfico, Sabat es para mí un artista de la r... madre, como Berni o como Alonso…
-¿Y cómo llegaste a esta síntesis entre publicista, dibujante y pintor?
-Fueron varias etapas que se fueron cumpliendo. Desde chico dibujaba del natural en la estación de servicio de mi viejo, copiando a sus amigotes que venían a charlar con él. Pero de más grande me fui a Buenos Aires a estudiar dibujo publicitario. Esa en realidad fue una excusa para irme de mi pueblo con un grupo de rock que armamos. ¡Había permiso para el dibujo, pero no para el rock! (risas).
-¿Pero hiciste el curso de dibujo?
-Fue el único que hice en mi vida, un curso de unos pocos meses. Y me da orgullo decirlo. Yo creo en el pintor autodidacta. No creo en las escuelas que formatean artistas y donde todos pintan parecido.
-¿Y después de Buenos Aires?
-Me fui a Córdoba, donde entré a una agencia de publicidad. Ahí pintaba todo el tiempo con óleo sobre papel. Le pasaba una clara de huevo a las hojas y quedaba mejor que una tela.
-¿Y qué pintabas por esas épocas?
-Al margen de lo que me pedían en la agencia, pintaba autorretratos. Pero no con un espejito, los hacía de memoria; y siempre me dibujaba como vagabundo, andando con un perro o al lado con la bufanda al viento por las ciudades…
-Casi “dibujos de anticipación” a lo que ibas a vivir después…
-¡Sí! ¡Yo no sabía que muy pronto iba a estar en el vagabundeo! Pero en el ´78 me fui a Europa a tratar de vivir de artista ambulante, haciendo retratos y caricaturas. Esa fue mi prueba de fuego. Duró tres años y te confieso que es muy duro. Me fui en barco a Barcelona y de allá a París, donde dibujé un montón. Y cuando me quedé sin un dólar, me volví a dedo a España. Tuve que dormir en un galpón en el medio del campo bajo la lluvia, sin saber si de un momento a otro el dueño me iba a sacar a los tiros…
-¿Y por qué habías largado la agencia publicitaria de Córdoba?
-Porque no me bancaba el encierro… ¡Y porque la publicidad me empezó a saturar! Yo ganaba muy buena plata ahí, pero no me importó dejar todo. Yo quería ser artista, no publicista.
-¿Y qué pasó luego de Europa?
-Me volví, pero sólo para hacer la temporada en Mar del Plata. Nunca dibujé tanto como ese verano. A tal punto que en el “Diario Popular” de Buenos Aires me hicieron una nota y la titularon “El Maradona del lápiz”. Así me decía la gente por la velocidad con la que dibujaba y todas las exigencias artísticas que tenía…
-¿Y cuáles eran esas exigencias?
-La de hacer que cada dibujo fuera único, ¡Yo detestaba dibujar de manera convencional! Por eso laburaba casi en trance, dibujando a más de cien personas por noche, pero tratando de captar algo muy personal de cada uno. Ahora perdí todo eso, la velocidad, el trance… ¡Ahora estoy hecho un p...! (risas).
Arte figurativo versus instalaciones
-¿Y cómo es tu trabajo actual?
-Es muy tranquilo. Hago cuatro dibujos a la semana que son fijos; la columna de Daniel Salzano, la de Archi Londero, el suplemento Temas y una editorial política de Córdoba.
-Y copiás tus modelos de fotos…
-Claro. Pero nunca quise perder el dibujo del natural, porque considero que es “lo mío”. Además de ser un periodista gráfico, yo quiero hacer cosas que no son a pedido. Para mí, el dibujo al natural es la base más importante de todo el arte, porque con la cabeza te podés ir al carajo, pero con la realidad, no. El instante está ahí y no lo podés evadir. A mi hija y a mi gata las he dibujado ochocientas mil veces. Dibujar lo que tenés al frente no tiene precio.
-¿Y qué pensás de las nuevas tendencias del arte, como las instalaciones?
-Me parecen unas reverendas porquerías ¡Estoy harto de las instalaciones y de todas esas pelotudeces! No existen para mí. Yo soy dibujante y dibujo porque me crié viendo historietas y dibujando gente, porque trato de entender el movimiento, la síntesis. Lo otro no me interesa.
-La mayoría de los pintores actuales se hacen llamar “artistas visuales” y dicen ser abstractos o dibujar como niños, citando a Picasso…
-Picasso fue uno de los más grandes dibujantes y pintores que existieron. Y sus abstracciones fueron parte de un proceso figurativo tremendo. Pero si él quería, podía pintar como los clásicos. En cuanto a eso de pintar como un niño, me jode también. Yo tengo 60 años y pinto con los 60 años que tengo encima. Hoy, si tenés técnica y sabés dibujar, te dicen que sos retrógrado, que tenés que dibujar naif como un chico. Y yo no quiero pintar como un chico. ¡Le tengo un pánico tremendo a involucionar!
-¿Cuál es tu mayor referente en el periodismo gráfico?
-Sin dudas, Hermenegildo Sabat. Me lo presentó hace mucho don Sierra, cuando fui a trabajar al diario La Voz del Mundo de Buenos Aires. Fuimos a su estudio y Sierra dijo “presento un genio a otro genio”. ¡Yo no sabía a dónde meterme! (risas) Y como soy muy tímido, quise iniciar rápido un diálogo. Entonces le pregunté “maestro ¿cómo logra ese efecto de tinta con burbujas?”. Y él me contestó: “¡Ah nooooo!... ¡La cocina no se explica! ¡Porque después aparecen tipos como Perrone que te copian todo y ponen la firma de ellos!” (risas).
-¿No fue buena tu primera impresión del “maestro”?
-No es que se me vino abajo el ídolo, pero por ese entonces pensaba que alguien como él estaba más allá de esas cosas. Después, cuando Sabat vino a Córdoba, fuimos a comer juntos y me dijo que le gustaban mis trabajos. Uno a veces tiene una idea de los grandes demasiado exagerada, lo vi al tipo como cuidando su quintita, su laburo. Y vos no pensás que uno de esos tipos va a estar en esa… Pero a la vez es perfectamente válido y comprensible que así sea.
-¿Tenés pensada alguna muestra de dibujos que no sean ilustraciones?
-Casualmente en eso estuve pensando en estos tiempos, porque hace del año 2000 que no expongo nada mío que no sea gráfico. El problema es que, así como ahora me cuesta dibujar delante de la gente, también me cuesta hacer una exposición. Y todo por el pánico al día de la inauguración. Yo quisiera colgar los cuadros y salir corriendo para no tener que hablar con nadie…
-O sea que ahora en Villa María estás en problemas…
-¡Noooo! (risas) ¡Acá estoy bárbaro! Este es un ambiente familiar y muy cálido. Córdoba es otra cosa. El problema es que si antes era tímido, ahora me he vuelto casi misántropo, sobre todo para con el público especializado del arte, ese que aplaude las instalaciones y te dice qué es el arte mayor y qué es el arte menor…
Pero aunque no lo diga directamente, lo que Juan Delfini hizo hace rato fue volverse un artista. Porque esa misantropía hacia los curadores que confiesa, no es un defecto, es sólo una reacción propia del pintor vagabundo; ése que se hizo solo por las duras veredas del mundo, ése que no se bancó el encierro de una agencia ni un manual para aprender a dibujar. Misantropía… Tampoco Toulouse y Schiele eran amigos de “los amigos de la pintura”. No. Ellos amaban, sobre todas las cosas, a los artistas desolados y a las prostitutas de Montmartre, a las descaradas lolitas de Viena y a los clochards de París. Y sobre todo a esas almas sensibles para las que un afiche del Moulin Rouge o una tapa de la Hortensia, valían tanto como un Rubens o Las Meninas de Velázquez.
Iván Wielikosielek