Escribe: El peregrino impertinente
Personajes singulares hay en todos lados. Cada pueblo o ciudad del mundo tiene sus propios elementos. Montevideo no es la excepción, más bien todo lo contrario. En ese sentido, la capital uruguaya resulta una especie de vergel interminable.
Allí llegué yo una vez, luego de un extenso y agotador periplo. Eran como las dos de la mañana y tenía más hambre que musulmán en el Ramadán. Salí de la terminal de ómnibus y me fui derecho a uno de esos carros de hamburguesas y panchos que parecen reproducirse por miles en el centro de la ciudad portuaria.
En el puesto estaban estacionados un viejo borracho, un tipo en cueros lleno de tatuajes con su perro pitbull, un pibe de no más de 12 años, un travesti y, por supuesto, el panchero.
El cuadro se me antojó fascinante de entrada. Una Babel compuesta íntegramente por montevideanos trasnochados quienes, como buenos parroquianos, tenían mucho para contar.
Un delirio de madrugada
La de incongruencias que escuché entonces.... Anécdotas desopilantes, historias de vida, frases al aire, mentiras piadosas. Un delirio digno de viaje que se precie.
Cada vez que la tertulia presentaba una pausa, el tipo en cueros amenazaba con largarle el perro al viejo, que puesto hasta el moño y sin entender nada, sólo atinaba a decir algo así como “Nnno te hgsss l´picaro que te cgoo a trrrompadas ¿eh?”.
El travesti debatía sobre no sé qué con el panchero, mientras el pibe se atiborraba la jeta con hamburguesas y pickles. Entre acto y acto, el mismo tipo en cueros le tiraba piropos al rubio/a, quien se regodeaba con los favores propinados.
En el medio del embrollo, yo disfrutaba sin decir ni mu. Aparte de lo confundido que me tenía el escenario, no quería contaminar tan maravillosa pintura con mi ignorancia foránea. Entre lo bizarro y lo decadente, la madrugada se pasó volando. Como para que no.
(www.viajesimpertinentes.blogspot.com)
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