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7 de Julio de 2013
DESTINOS/Bolivia/Cochabamba
Modernidad colonial
La tercera ciudad del país andino conjuga con buenos resultados los aires de la época colonial con los vientos que traen los tiempos nuevos. Lo atractivo del espacio urbano, cultura del altiplano incluida, y las bellezas cercanas
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Por Pepo Garay
(Especial para EL DIARIO)
 
Prejuicios y tonterías del estilo advierten que en Bolivia lo único que hay para ver es miseria y retraso. Lo desmiente con porfía el viajero, que en cada visita a la Nación vecina se encuentra con nuevas bellezas naturales y ciudades primorosas, agradables centros urbanos que subrayan la entereza y el crecimiento de un pueblo noble y trabajador. Es el caso de Cochabamba, tercera metrópoli del país donde aquel sentimiento late en cada baldosa, conjugado con los dos perfiles locales: el moderno y el colonial.
Las muestras del híbrido están por doquier: edificios con varios siglos en la espalda y marcas de cuando esto era parte del reino, van de la mano con gigantes de ventanales espejados y centros comerciales. Al centro-oeste del territorio nacional, planchada en un inmenso valle que da a la cordillera de los Andes, Cochabamba se le planta a uno en las narices. Obligado resulta meterse de lleno en ella, y entusiasmarse.
No hay otra forma de comenzar el recorrido que no sea a través de la plaza 14 de Septiembre. El umbral de Cochabamba es también su médula, la que resume el rostro de la urbe e indica el pulso de su gente. Preciosa explanada donde la vegetación, los monumentos, los bancos y la fuente convocan a todos. Se echa el visitante y ve al mundo pasar. Dos por tres se encuentra con una reunión de activistas, o con una protesta de algún gremio. Igual que en la plaza Quintanilla o la Colón. Son las ágoras públicas las que hablan. 
Alrededor de la 14 de Septiembre hay arquitectura para ver: La Catedral Metropolitana, la Alcaldía, la Prefectura Departamental, los bancos Mercantil y Nacional, el Teatro General Achá y la Casona Santivañez son muestra del talante colonial. El mismo que aplica a los más alejados Palacio Portales, Casona de Don Gil de Gumucio y los templos de la Compañía de Jesús, de Santo Domingo, el Convento de San Francisco (1581), y la Iglesia y Convento de Santa Clara (1648). Detrás de la Catedral, aparece el pasaje homónimo y muy cerquita, el pasaje artesanal Joaquín Zenteno Anaya. En ambos, el aura de otros siglos sopla sobre muros y piedras. Igualito que en “El Pueblito” de Tupuraya, barrio antiguo con algo de mística colla, quechua y aimara.          
Pero nada de eso adorna a edificios, los nuevos, los que hacen crecer a Cochabamba hacia arriba. Aunque el estirón  es a ritmo moderado, alcanza para marcar contraste con buena parte del escenario. Un espacio en el que el oficinista de traje y corbata se mezcla con la tradicional “Chola”, mujer de vestido, largas trenzas y bombín. En esa y otras distracciones vamos, hasta dar con el corazón de El Prado. El Boulevard más coqueto de la ciudad tiene palmeras por doquier, y es muy bonito. Restaurantes, bares y discotecas hacen saber que la zona, pegada a La Recoleta, es la predilecta a la hora del esparcimiento.
 
Preciosos alrededores
 
Llega el momento de alejarnos del movimiento que genera el centro y lo hacemos yéndonos hasta el cerro San Pedro. Allí descansa uno de los máximos íconos de este municipio de un millón de habitantes: el Cristo de la Concordia. Con casi 40 metros de altura (pedestal incluido), es uno de los más grandes del mundo en su tipo. Visitarlo permite además obtener fantásticas vistas del valle y los cerros circundantes, con la colina de San Sebastián (y su monumento a las heroínas de la guerra de la independencia). Las postales también alcanzan a la Laguna Alalay (que ofrece un circuito de 15 kilómetros por sus costas) y el precioso Parque Nacional Tunari (con su pico homónimo, ubicado a más de cinco mil metros de altura sobre el nivel del mar).
Más alejadas, otras joyas de la zona llaman a ser descubiertas, como la ciudadela inca de Incallajta (construida en el año 1470), el pueblo colonial de Totora o el área del Trópico de Chapare. Esta última es una región de yungas que corporiza el primer punto de contacto con la indomable selva boliviana, con todo lo que ello implica.   

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