La semana que pasó marcó el final de su presencia viva en la ciudad que fue siempre su cobijo y escenario del trabajo fecundo en cuanta actividad le tocó emprender a un vecino de excepcionales condiciones humanas.
El abogado Ernesto Ramón Pedraza dejó la marca de una personalidad llena de empuje y de sensibilidad social y si bien su carrera profesional fue digna y plena de prestigio, su tiempo navegó siempre entre la actividad agropecuaria y la docencia en el más cabal de los significados.
Porque fue maestro de ley en la vida para una familia prolífica, bien numerosa en hijos y nietos, inspirada en un profundo arraigo de cristiandad, como que todos estaban identificados con el bien común, la espiritualidad, la solidaridad y la mano generosa. Su penetrante mirada parecía sentenciar que conocía nuestro pensamiento y lanzaba sus agudos conceptos filosóficos. Uno de sus hermanos abrazó el sacerdocio y fue pilar del Obispado local.
Quienes tuvimos el honor de disfrutar esos dones de hombre probo no olvidamos al Dr. Ernesto Ramón Pedraza desde que lo conocimos cuando fuimos alumnos de la Escuela Superior de Comercio en la década del ‘50, época en la que bajo su eficaz dirección se consolidó el prestigio del establecimiendo educativo generador de numerosos hombres y mujeres exitosos de la ciudad.
Interpretar el sentir de todos y cada uno de ellos es valorar sus enseñanzas y sus valientes consejos que siempre nos dio y que supo imprimir hasta los últimos días de su vida a cuanto ser humano rondó su valiosa existencia.
Héctor Cavagliato y compañeros
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