"No pongamos nervioso a nadie, no soy eterna, ya lo dije”. Así habló la presidenta Cristina Fernández de Kirchner el sábado en Santa Cruz.
El mensaje de la primera mandataria, dirigido especialmente a los jóvenes que pedían por su re-relección, fue claro y no dejó puertas abiertas para pensar en su deseo de continuar eternamente en el poder.
Esta expresión tiene varias lecturas. Si miramos uno de los ángulos, podemos deducir que echa por tierra una fase importante del discurso de campaña de un sector de la oposición.
La mayoría de los candidatos que desean captar el voto anti-K tiene en su léxico la frase “no vamos a apoyar la re-relección.”
Por los dichos de la presidenta, el deseo de seguir en su cargo más allá de 2015 no existe, por lo tanto, la consigna opositora de campaña pasa a ser simplemente una hipótesis con cierto sabor ficcional
Están los que juran por la luz que los alumbra (hoy de bajo consumo) que Cristina lo dijo con intención de “engañar” al electorado y continuarán firmes en su slogan.
Sin embargo, en el mismo discurso Cristina fue por más y clavó en la red la siguiente frase: “Es la hora de los jóvenes".
Inmediatamente, en un gesto muy valioso para el análisis, saludó a un dirigente santacruceño de 40 años y afirmó: "Ahora tenemos que pasarles la posta porque estamos viejos y cansados y otros tienen que seguir adelante".
Quien quiera oír, que oiga.
Casi o toda una revelación.
Durante su segundo mandato, la jefa de Estado ha dado muestras, con varios botones, de su clara intención de renovar la política.
La frase “estamos viejos y cansados” estuvo referida a su generación y no es un dato menor que la presidenta tiene sólo 60 años y está en óptimas condiciones.
De esta circunstancia se deduce que no está hablando de una cuestión meramente cronológica, sino de una filosofía de vida política.
La renovación es una necesidad que pasa por una profunda metamorfosis en el plano de los estilos, las conductas y los ideales.
A nadie, que mínimamente se interese por su entorno, escapa que esta insoportable levedad del ser en los entretelones del poder tiene que llegar a su final.
Es hora de que los vientos con olor a naftalina (conocida expresión de Mafalda) salgan de la escena y puedan soplar, algún día, vientos con aromas menos contaminados.
En los últimos 30 años al escenario político subieron buenos actores, regulares y muy malos. La mayoría no se bajó nunca de las tablas.
En este maravilloso camino de la democracia se fueron ganando y perdiendo batallas.
Una de las deudas pendientes es, precisamente, la recuperación de ciertos principios que en su momento fueron parte de la nobleza política y que terminaron en el baúl de los recuerdos.
Nos estamos refiriendo a la vocación de servicio, el abrazo a una causa justa, la lealtad, la dignidad, la ética, los códigos y, obviamente, la honestidad.
La mentada globalización que terminó sumergiendo en profundas crisis a la mayoría de los países del mundo le quitó el valor intrínseco a la política para dejarle únicamente el precio monetario.
De pronto, fundamentalmente en los 90, la política y el dinero se encontraron presos de un amor apasionado que condenó al sufrimiento a sus hijos.
No es la intención de esta nota buscar culpables de las desgracias del pueblo, la idea es reflexionar sobre el futuro que deseamos, más allá de que nuestras aspiraciones transiten por el rango de las utopías.
Muchos de los dirigentes que se niegan a bajarse de las luminarias tienen estrecha vinculación con el poder económico que ha manejado el libreto desde bambalinas (hoy son más visibles) y no se resignan a dejar que el telón caiga de una buena vez.
“La igualdad de la riqueza debe consistir en que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro y ninguno tan pobre que tenga la necesidad de venderse”. Una de las frases del filósofo suizo Jean Jaques Rousseau escrita hace más de 300 años.
No hace falta entrar en detalles sobre las transacciones que todavía siguen vigentes en nuestra vida cívica y son parte de los vicios de la vetusta política.
Los 40, divino tesoro
Otro ángulo que tiene un valor adicional en el mensaje de la presidenta Cristina es su señalamiento a los dirigentes del seleccionado “Sub-40”.
El recambio generacional, visto desde la mirada de una dirigente que ha llegado a lo máximo que se puede aspirar, no es una cuestión de azar.
La mutación para Cristina pasa por una franja etaria nacida en la década del 70, o a mediados de los 60 (años de sueños, ideales y tragedia) y educada, formada y fogueada en plena democracia.
Observando el panorama pueden detectarse varias figuras de diversos partidos políticos que tienen entre 40 y 50 años, una trayectoria poco contaminada, buena imagen y se animan a asomar la cabeza desafiando a los que vienen con el caballo cansado.
En Córdoba tenemos varios ejemplos de “jóvenes audaces”, entre ellos Martín Llaryora (41 años) jugando en la interna peronista, Ramón Mestre (41 años) pisando fuerte en el radicalismo, Martín Gill (40 años) con un cargo en el Gobierno nacional y candidato a diputado, Luis Juez (49 años), senador formando parte de una de las alianzas progresistas y muchos más que no alcanzarían los centímetros para nombrar, pero el lector puede hacer su propia lista.
¿Llegarán a ser parte de la renovación que la política necesita? Nadie lo puede saber con anticipación.
En carrera, están.
No soy de aquí... ni soy de allá
“No soy de aquí ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad”. Facundo Cabral cantaba la canción que hizo furor años atrás. Hoy, su letra bien puede dedicarse a la filosofía de vida de ciertos dirigentes que van adaptando sus simpatías de acuerdo a los diversos momentos de la política.
Durante la visita a Villa María de la candidata a diputado nacional de La Fuerza de la Gente, Olga Riutort, hubo algunas perlas que antaño han sido de aquí y de allá.
Con una amplia sonrisa y rostro feliz se lo vio a Marcelo Fita. El educador y exsindicalista llegó al cargo provincial que ostenta de la mano de Juan Schiaretti. Gracias a Schiaretti está dentro de los concursados. Pero parece que el amor y el olvido van de la mano porque hoy camina plácido a la par de una de las adversarias de Schiaretti.
Otro caso sugestivo fue el concejal Ricardo Pereyra. Un defensor acérrimo y firme en las filas de Eduardo Mondino en elecciones anteriores, cuando Riutort atacaba duro al exdefensor del Pueblo. El tiempo pasa y el viernes Pereyra estuvo sentado a la par de Olguita con un emoticón feliz en el mensaje. Pero, como si fuera un conjuro, entre los presentes estaba también el funcionario accastellista Hernán Ippólito. El hombre que maneja el vecinalismo mostró simpatía por la lista que, justamente, es una competencia de la que apoya el intendente Accastello.
Mirá vos.