No siempre es fácil averiguar la causa del llanto ni consolar al bebé, pero en la práctica es un asunto menos complicado de lo que parece de antemano.
¿Para qué llora?
Tras el llanto del bebé, siempre hay una necesidad o un deseo insatisfecho. El niño llora para que le den lo que no puede obtener por sí mismo ni puede pedir hablando o llora porque algo le molesta; pero también llora cuando necesita descargar tensiones acumuladas.
Los tres beneficios:
Ayuda: cuando tiene hambre, está mojado, incómodo o necesita compañía.
Queja: por algún tipo de dolor, pero también por exceso de ruido o de estimulación.
Desahogo: para liberar las tensiones que ha ido acumulando.
Es, pues, es normal (e imprescindible para la supervivencia de nuestra especie) que los bebés lloren. Durante los primeros dos o tres meses se considera normal que lo hagan de una a tres horas diarias, como parte de su proceso de adaptación a la vida fuera del útero materno, sin que eso signifique que sus padres no lo están cuidando adecuadamente.
¿Por qué llora?
Prescindiendo del llanto causado por enfermedad o dolor, que con escasas excepciones se acompaña de otros signos que la delatan, las causas habituales de llanto en el bebé son:
Hambre: no importa cuánto tiempo haya pasado desde la última toma ni la regularidad que haya adquirido el niño; cuando llora, hay que ofrecerle el pecho o el biberón. A veces sólo necesita succionar algo y se tranquiliza enseguida con el dedo o el chupete.
Frío o calor: habitualmente se trata más de calor que de frío. Hay que comprobar en la nuca su temperatura y si parece caliente, quitar una pieza de ropa.
Incomodidad: una mala posición, ropa demasiado ceñida o un pliegue de la ropa pueden molestarle.
Pañales mojados o sucios: no todos se quejan, pero algunos bebés no los soportan y menos aún si tienen irritada la piel de la zona del pañal.
Sueño: bastante bebés lloriquean un poco antes de quedarse dormidos.
Soledad: el bebé que se queda tranquilo al cogerle en brazos, sólo quería y necesitaba compañía.
Aburrimiento: a veces se callan al llevarlos a una habitación donde haya movimiento o jugando un rato con ellos.
Exceso de estímulo: las visitas, la alegría familiar y el deseo de estimular el desarrollo del bebé pueden sobreexcitarle y acabar por hacerle llorar.
Ruido: los ruidos domésticos o de la calle a veces son intensos y molestos. Los sonidos bruscos (como una bocina o teléfono) pueden sobresaltarle y desencadenar el llanto.
Tensión: muchos lloran un rato cada tarde para desahogarse de las tensiones y molestias acumuladas a lo largo del día.
En pocas semanas los padres pueden aprender a reconocer lo que le sucede a su hijo por la forma de llorar o, al menos, a saber si debe ser atendido inmediatamente (en el caso de hambre, soledad o dolor) o es mejor aguardar un poco (cuando sólo hay sueño o tensión). Por ejemplo, hay tres llantos bastante típicos:
Hambre: empieza de modo irregular y va creciendo progresivamente en fuerza y continuidad. Períodos cortos, de tonalidad más bien grave, cuya intensidad sube y baja.
Dolor: de inicio brusco y ya fuerte de entrada, es un grito largo y agudo, seguido de una pausa muy larga durante la que toma aire y de una serie de gemidos cortos.
Enfermedad: gemidos débiles y prolongados (salvo cuando la enfermedad causa dolor agudo, como las otitis).
La descripción es difícil y el mejor maestro es la experiencia, de manera que al principio hay que ir probando con todas los posibles causas de llanto hasta dar con lo que pedía el bebé.
¿Qué hacer cuando llora?
A) Atenderlo pronto:
El llanto del bebé siempre responde a una necesidad, física o psicológica, que se debe procurar descubrir y satisfacer lo antes posible. El bebé se siente vitalmente amenazado cuando pierde el bienestar y como la experiencia todavía no le ha enseñado que lo va a recuperar enseguida, no puede tener paciencia.
Además de que siempre es más difícil calmar a un niño que lleva llorando mucho rato, al atenderle pronto no se le malcría, sino que, al contrario, se le demuestra que puede confiar en su propia capacidad para reclamar ayuda y en que existe alguien dispuesto a brindársela, sentimientos básicos para el desarrollo positivo de su personalidad. Esto se demuestra muy pronto porque los bebés que son atendidos rápida, cariñosa y eficazmente enseguida, lloran menos.
Desde luego, cuando más que llorar, gruñe o se queja, o si por la noche está lloriqueando entre sueños, conviene darle tiempo para que tenga la oportunidad de resolver el problema por sí mismo. Y, en todo caso, se trata de rapidez, no precipitación ni alarma, especialmente si se va descubriendo que el niño es muy llorón y se desespera ante la menor incomodidad.
B) Asegurar la satisfacción de sus necesidades básicas:
El orden de este proceso variará según el tipo de llanto, las circunstancias en que se produzca y la experiencia previa de los padres, pero en general se debe empezar por comprobar que el niño no tenga hambre, frío, unos pañales empapados y sucios o quiera compañía. Si parece que sólo necesita dormir, acostarlo en su cuna; pero si el llanto empeora o a los cinco minutos no logra dormirse, volverlo a tomar.
Descartado el sueño y las necesidades básicas, la causa más probable del llanto es la tensión. Los bebés nunca lloran por llorar, pero es cierto que a veces sólo lloran para desahogarse y descargar el nerviosismo que han acumulado a lo largo del día (ruidos, excitación, un pañal demasiado tiempo mojado), de igual forma que los adultos se relajan y liberan energías, por ejemplo, haciendo deporte, a menudo gritando al golpear una pelota. Simplemente hay que tener paciencia.
C) Tomarlo en brazos:
Es un error dejar de tomar al niño en brazos por miedo a que se acostumbre mal. Encontrar atención y afecto cuando se está sufriendo tampoco es adquirir una mala costumbre y el problema del niño que todo lo consigue llorando no se debe a que se le haya consolado cuando lo necesitaba, sino a que al hacerse mayorcito ha aprendido a utilizar el llanto como un arma porque sus padres "para no oírlo", siempre han acabado cediendo a sus exigencias y consintiéndole lo que previamente le negaban.
Sin embargo, tampoco es acertado hacer de los brazos el remedio universal y tomarlo por sistema para que calle. Conviene no olvidar que el llanto es una forma de comunicación que no se debe reprimir, sino interpretar. Tomarlo en brazos, pero no para acunarlo ni mecerlo intentando que deje de llorar como sea, sino para observarle y para tratar de averiguar lo que quiere, es una actitud mucho más acertada y eficaz.
D) Descartar dolor y enfermedad:
Cuando el llanto persiste pese a que el niño parece tener satisfechas sus necesidades básicas (incluyendo la compañía) y no se le puede tranquilizar de ninguna forma, se plantea la posibilidad de que sea debido a dolor o enfermedad; esta duda genera a menudo una ansiedad que puede empeorar fácilmente la situación.
Aunque el dolor los hace gritar de una forma característica, nunca está de más desnudar totalmente a un bebé inconsolable. Es posible que un pliegue de ropa lo esté oprimiendo o que la pinza del ombligo se haya puesto de punta y se le esté clavando, o incluso puede haberse pinchado con cualquier cosa. Tampoco es extraordinario hallar un pelo fuertemente enrollado alrededor del pie, o una hernia que abulta en su ingle.
Respecto a los gases, hay tendencia a atribuirles más responsabilidad de la que realmente tienen. Cuando lloran, los bebés pueden encoger las piernas y tensar el abdomen sin tener problemas en él y que con el esfuerzo del llanto se les escape alguna ventosidad tampoco significa necesariamente que esa fuera su causa.
En cuanto a las enfermedades, es evidente que si, además de llorar, el niño presenta cualquier signo de alerta (vómitos, diarrea, dificultad para respirar, palidez, somnolencia, fiebre, rechazo prolongado de alimento...) o sin saber precisar bien el motivo, los padres piensan que puede estar enfermo, la consulta es obligada y quizá urgente, especialmente si el llanto es débil y el bebé parece apagado. Es raro que el llanto sea el único síntoma de una enfermedad. Una excepción serían las otitis, pero no son frecuentes en los primeros tres meses y casi siempre coexisten con signos de resfriado. Incluso la invaginación intestinal, una enfermedad más propia del segundo semestre de vida, en la que un trozo del intestino se pliega sobre sí mismo como los tubos de un catalejo y que produce unos episodios de dolor brusco e intermitente que se traducen en un llanto muy alarmante, se acompaña pronto de vómitos y de un aletargamiento progresivo. En todo caso, la ansiedad que se pueda generar en los padres es motivo más que suficiente para que el pediatra confirme la buena salud del niño.
E) Intentar otros métodos para tranquilizarlo:
Siempre procurando mantener una actitud relajada y comunicativa, tratando de transmitir confianza y observando la respuesta del bebé, se puede ir probando el efecto de los distintos métodos que, con más o menos variantes, se han aplicado tradicionalmente para calmarlos.
Chupete: los bebés necesitan succionar y el uso del chupete (o el dedo) es absolutamente normal.
Movimiento: muchos llantos acaban al acunar al niño en brazos o en una tumbona mecedora, llevándole a cuestas en la mochila o dándoles un paseo en su cochecito o incluso en automóvil; pero conviene no abusar mucho de estos métodos o, al menos, procurar emplearlos para tranquilizarlo y no para dormirlo.
Contacto: algún bebé puede relajarse aplicándole un suave masaje con los dedos impregnados en un aceite o crema para su piel y bastantes madres lo hacen de forma rutinaria para que duerman mejor. Más antiguo, y en ocasiones de una eficacia sorprendente, es envolver al bebé ciñéndole una manta de algodón al cuerpo durante un rato, lo que quizá le recuerde la sensación de seguridad que tenía al estar confinado en el vientre materno.
Sonidos: las nanas, la música suave y los latidos del corazón, pero también el ruido del mar y el de la lavadora o la aspiradora, probablemente por la similitud con los sonidos que percibía antes de nacer, pueden calmarle.
Tiempo: cuando el llanto es por tensión y el niño necesita descargar energía para relajarse y dormir, a veces lo único que se puede y debe hacer es dejarle llorar. No conviene insistir demasiado con un mismo método; si no funciona, más vale probar otro (y empezar a pensar en pedir ayuda).
F) Mantener la calma:
La naturaleza ha hecho que el llanto de los bebés sea inquietante y desagradable para los adultos, para asegurarse de que sean rápidamente atendidos por ellos. De ahí que cuando el hijo no para de llorar, a la preocupación natural por su bienestar y a la frustración que se siente por no saber cómo consolarle, se añada a veces cierta angustia.
Pero el bebé es muy sensible a la tensión ambiental y percibe el estado de ánimo de la persona que le cuida, con lo que se cierra un círculo vicioso que puede prolongar la situación hasta el agotamiento: el llanto del niño angustia a los padres, que tratan de calmarlo apresuradamente, probando con ansiedad una cosa tras otra y no logrando más que asustarlo y hacerlo llorar más.
Pensemos que cuanto más se mantenga la calma y se acepte el llanto del bebé mientras se busca remedio manipulándolo con suavidad, más pronto se tranquilizará. Y si cualquiera que cuide al niño nota que está a punto de perder los nervios, debe pedir ayuda inmediatamente para los dos. No es raro que el bebé se calle casi instantáneamente ante la nueva cara y trato de un familiar o amigo (o del otro miembro de la pareja, si no se hallaba en esa situación) y que eso permita a todos descansar y recuperar la tranquilidad. En este sentido, es importante poder disponer de ayuda y saber pedirla y disfrutarla sin complejos de ningún tipo. Hasta hace no demasiado, los cuidados del bebé eran compartidos por numerosos miembros de la familia y si actualmente recaen en una pareja o en una sola persona que no puede descansar adecuadamente, es difícil que afronte y resuelva satisfactoriamente situaciones como la planteada por el llanto del niño.
Patricia C. Rodríguez de Vodanovic
Licenciada en Educación Física y en Kinesiología y Fisioterapia
MP 5215 - UNC
Centro Integral de Preparación para el Parto
rodriguezpatriciac@hotmail.com