Valentina se crió en el campo, en el centro de un desolado triángulo de las bermudas equidistante entre La Laguna, Pasco y Ticino. Su mamá era maestra rural y tenía un teatro de títeres que se llamaba “Arlequín”, y del cual ella casi no se acuerda. Sólo que esos muñecos estaban hechos con cabeza de mates por su padre, que era artesano. También que había un títere con bigotes que se llamaba “Falucho” y que el gran Héctor Di Mauro (el titiritero más célebre de la provincia) venía cada tanto para trabajar con los maestros rurales, enseñándole a su mamá los secretos de uno de los teatros más antiguos de la Humanidad.
Pero con el temprano fallecimiento de su madre, el fin de la educación primaria y el éxodo de los Morello a la ciudad, la escuelita de campo y el teatrito de títeres serían archivados en un arcón de la memoria de Valentina. Y pasarían casi veinte años hasta que las manos de aquella niña, vueltas manos de una mujer, desempolvaran aquel baúl lleno de secretos. Y en su interior, Valentina no sólo se encontraría con un envejecido “Falucho” sino con un maravilloso tesoro: el de su vieja vocación perdida y recuperada.
La invención de la infancia
-¿Cómo es que volvés a retomar los títeres luego de 20 años?
-Desde la muerte de mi mamá no había hecho nada más con los títeres, pero la cosa empezó otra vez con el nacimiento de mi hija, que hoy tiene 15 años. Como por ese tiempo también hubo otros nacimientos en la familia, mi viejo decidió resucitar el teatrito de títeres pero para los nietos. Yo lo observaba sin participar, viendo un montón de obritas maravillosas. Pero al poco tiempo surgió una posibilidad: se pedía un taller de títeres para niños y me presenté. Dije “yo puedo dictar ese taller”. Me dijeron que sí; así que le pedí la valija a mi viejo y no se la devolví nunca más (risas).
-O sea que empezaste con los títeres como artista profesional…
-Exactamente. ¡Yo nunca conocí mi período amateur! (risas) o acaso ese período fue mi niñez, cuando la ayudaba a mi mamá y a mi papá en la escuelita. Pero desde el día que me dije que podía con el taller, no paré más. Soy muy testaruda y cuando se me pone algo en la cabeza, no paro hasta conseguirlo.
-¿Sentís que tenías un “background” inconsciente del oficio?
-¡Totalmente! Porque no me acordaba de nada de cuando era chica pero a la vez lo tenía incorporado en algún lugar. Se me despertó todo de golpe cuando vi esas funciones familiares de mi viejo. Al punto que cuando empecé con los talleres, le dije a mi papá que quería ser titiritera. Y él me dijo “pero mirá que si vas a ser titiritera, tenés que ser muy seria”. Y entonces me contactó inmediatamente con Héctor Di Mauro.
-¿Y te formaste con él?
- No, porque él ya no dictaba talleres. Pero igual me recibió en Córdoba de manera muy cariñosa, me dio consejos como antes había hecho con mi mamá, y me regaló un montón de libros de títeres. Me dijo que fuera a los festivales que hacía su hijo Quique todos los años en Cosquín, donde vienen titiriteros de todo el mundo. Así que desde esa época participo todos los años, además de viajar a Buenos Aires a tomar talleres particulares como el que hice en el Teatro San Martín con Ana Alvarado, o más tarde con Sarah Bianchi.
-¿Qué se necesita para ser un buen titiritero?
-Ser muy serio con el oficio. Alguien me preguntó una vez por qué soy la única titiritera de Villa María, y le respondí que quizás porque nunca subestimé al títere. Jamás pensé que este es un arte menor. En Córdoba, durante la crisis de 2001, se llenó de titiriteros en la calle pero sólo duraron tres meses. Y es que ser titiritero no es agarrar un muñeco y hacerlo hablar, sino que la sangre del titiritero tiene que estar adentro del muñeco, y esto dicho en todos los sentidos. Además, hay que tener un texto interesante, ponerle mucha vida y muchas ganas a cada puesta que hacés.
Para los niños de todos los tiempos y culturas
-En pleno Siglo XXI y con una infancia marcada a fuego por Internet y los juegos virtuales, los chicos se siguen fascinando con los títeres ¿A qué creés que se debe esa vigencia?
-A que los títeres siguen activando los resortes más íntimos del teatro de todos los tiempos, ése que involucra a todas las infancias del mundo. En los títeres está la búsqueda, el bueno y el malo, la fantasía, y eso fascina siempre en la infancia, porque la cultura del teatro de títeres es la representación de la vida misma.
-¿Los adultos se interesan por los títeres también?
-El adulto disfruta muchísimo, y a mí me gusta tirarle siempre cositas en medio de una obra, frases que tienen que ver con la política o con la realidad en que vivimos, porque el teatro de títeres es también un modo de querer cambiar el mundo.
-¿Y los adolescentes?
-Pasa algo extraño y hermoso con los adolescentes. Yo doy clases en el secundario y siempre que hago funciones invito a mis alumnos. Muchos me dicen “¡pero profe, a mí eso no me interesa, eso es para chicos chiquitos!”. Sin embargo, después de cada función, siempre veo alumnos míos, muchos de los cuales terminan emocionados. En el fondo, el teatro de títeres no tiene edad, porque es para cada niño que aún vive adentro de nosotros.
-¿Los públicos cambiandel campo a la ciudad?
-Cambian, sí, pero a ese cambio yo no lo llevaría a la dicotomía “campo-ciudad”. Hay públicos que son más tranquilos y otros que son más bulliciosos. Sarah Bianchi, que era una gran formadora de titiriteros, decía que no le gustaban las funciones donde el chico se alteraba. ¡Y a mí me encanta que a los chicos se les salga la cadena porque liberan una energía increíble! Yo he terminado funciones con varios chicos gritando a diez centímetros del muñeco. A veces, las maestras se han asustado porque pensaban que iban a romper el títere; pero hasta ahora nunca pasó. Siempre lo he podido manejar, aunque yo misma creo que un día me van a tirar abajo el teatrito (risas).
-¿Tus muñecos hablan con los chicos?
-¡Siempre! Pero el hablar o no con el público depende de cada artista. Hay quienes trabajan solamente desde la expectativa. A mí me gusta la acción y, además, la interacción.
-¿Siempre trabajás sola?
-¡No! Aunque yo soy la cara visible, “Los títeres de Valentina” no son sólo míos. Está siempre mi marido Gustavo, con la música en vivo o la consola, mi viejo que me sigue haciendo toda la escenografía y además mucha gente en el armado de los muñecos. Hoy, además, recibo apoyo del Instituto Nacional del Teatro.
-¿Por qué no fabricás tus propios muñecos?
-Porque no soy muy buena para eso. Los titiriteros venimos de distintas ramas del arte; algunos del teatro, otros de la plástica y otros de la literatura. Los que vienen de la plástica son los que mejores títeres fabrican. Los que venimos de la literatura, como es mi caso, nos dedicamos a escribir textos o adaptar cuentos.
-¿Y cuál es tu fuerte, la escritura o la adaptación?
-Sin dudas la adaptación, aunque también escribí cosas. Me gusta adaptar cuentos y poemas de otros, como hice con “La Farolera” de María Elena Walsh o “La planta de Bartolo”, de Laura Devetach, que estuvo prohibido en la dictadura. Tengo mi biblioteca infantil y siempre leo pensando en llevar el texto a los muñecos. Hace tiempo, se me puso en la cabeza que quiero hacer una versión de “El corazón delator” de Edgar Allan Poe. Seguro que lo voy a hacer.
-¿Siempre usas títeres de guante?
-Sí, fue lo que hice toda mi vida y amo el guante porque, como decía Quique Di Mauro, la sangre del titiritero está adentro del muñeco. Pero ahora estrené una obra con títeres de mesa: “La tortuga con verrugas”, una adaptación de un cuento de María Elena Walsh para la pileta comunitaria. También trabajo con títere plano y con el cuerpo.
-Actualmente dirigís el Taller “Héctor Di Mauro” en la Medioteca, ¿a quiénes está dirigido?
-A los talleres viene mucha gente, desde los que quieren montar una obra hasta quienes quieren trabajar el títere en las escuelas. Ahora están viniendo maestras de jardines y guarderías. Fue gracias a los talleres que me di cuenta lo que despertaba el muñeco como objeto. Eso hizo que estudiara Psicología Social porque necesitaba más herramientas. Ahora estoy haciendo un posgrado en Arte-Terapia porque los títeres tienen una fabulosa acción terapéutica también.
-¿Y las puestas? ¿A dónde representás tus obras?
- Trabajo mucho en los pueblos, fundamentalmente con escuelas y municipios. Pero también en fiestas patronales y para el Día del Niño. También en festivales y vacaciones, casi siempre por la zona.
Y fue gracias a estos llamados de los pueblos vecinos que a Valentina le ocurriría un hecho extraordinario, casi paranormal podría decirse.
Hace muy poco, fue a una escuelita rural cerca de La Laguna y al finalizar la obra, la maestra le hizo firmar en el diario de actas, una suerte de bitácora en cuyos renglones se asientan los acontecimientos más importantes en la historia de la escuelita. Y volviendo páginas atrás, Valentina encontró algo que la estremeció: allá por los años ´80, hubo una función de títeres también pero la compañía que la había puesto en escena no eran “Los títeres de Valentina” sino el teatro “Arlequín”. Con 30 años de distancia, aquella función había tenido lugar exactamente el mismo día; y en aquel cuaderno aún se leía en vieja tinta apagada, la lejana firma de su madre. Aquella coincidencia fue la confirmación de un destino, un guiño inesperado hecho con el bracito de un muñeco desde viejas tardes polvorientas, el lejano saludo de la madre a su hija a la distancia; desde esa patria ultraterrena a la que sólo se accede con la inocencia de la niñez, perdida y recuperada.
Iván Wielikosielek