Por Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Villa de Merlo es una ciudad pequeña y vivaz en temporada, cómodamente recostada en el Valle de Concarán, pegada a las Sierras de los Comechingones, al sureste de San Luis y a escasos kilómetros del límite con Córdoba. Sus calles tienen gusto a turismo, con hoteles y restaurantes multiplicándose en las principales avenidas y un considerable ir y venir de visitantes. Son los que dan vueltas por el centro, comprando suvenires, deleitándose con el cabrito, probando suerte en el casino.
Todo ese cuadro es en realidad producto de lo que hay fuera del núcleo urbano. Y es que los alrededores de Merlo presentan tantas bellezas naturales, que el éxito de convocatoria resulta de lo más normal: cerros, miradores, cascadas, reservas, circuitos para la caminata, bosquecillos e infinidad de arroyos pululan en la zona ofreciendo mucho para conocer. Actividades al aire libre como parapente, cabalgata, tirolesa o escalada y bastante de turismo religioso cierran una propuesta que se presume interesante.
La vista en el oeste
La avenida del Sol es la principal arteria de Merlo y la que nos lleva a apreciar algunas de sus preseas más reputadas. Saliendo del trajín del centro, el Balneario Municipal pone cara de opaco en invierno, mientras que los aires místicos del Santuario de la Medalla Milagrosa y el Oratorio de Nuestra Señora de Lourdes rejuvenecen. El Mirador de la Amistad brinda una primera idea de los paisajes a los que accederemos desde el arriba.
Más adelante, ya tomando la ruta provincial 5, empiezan las caminatas, con el vía crucis del Cerro Mogote Bayo (tres horas ida y vuelta). Continuando por la ruta surge campante el Arroyo El Molino y en la misma área, la Reserva Municipal, con sus cascadas y ollas. Otro circuito florece en este punto. Es el que lleva al Salto del Tabaquillo (dos horas y media ida y vuelta), cascada de más de 15 metros de altura. Melancolía de invierno y el sentirse realmente en la sierras. Suaves son las ondulaciones que dan el oeste, pero drásticas e imponentes las formas que visten a los cerros del este. Hacia allí vamos, retomando el asfalto y subiendo, subiendo mucho, en serpenteante camino rumbo al Mirador del Sol. La visual es deslumbrante, con Merlo en chiquito y el Valle de Concarán bendiciéndolo todo. También se ve la carretera andada, loca por el permanente zigzag con que doma las laderas. De proseguir con dirección oeste, el viajero llegará hasta el Filo Serrano. Distante a casi 20 kilómetros del centro, marca la frontera con nuestra provincia.
Sentir local
Ahora regresamos al casco céntrico. Allí nos involucramos con el sentir local, que también es querendón del costumbrismo, amante del folclore, del poético cariño por el suelo, por la sierra. Son gente sencilla, de pueblo y campo. Gente que no sin algún retobe se ha ido mezclando con los muchos que llegaron de otras tierras, trayendo consigo bohemia y buena mano para los negocios. La charla y el descanso se combinan con el Circuito del Peñón Colorado y su mirador.
Hacia el noroeste, vale la pena involucrarse con el Camino a Pasos Malos. Ferviente la naturaleza que bordea el arroyo, con arboleda en las orillas y la posibilidad de remontar hasta las Cascada Olvidada. Buena idea es emprender el regreso a la ciudad por el Arroyo Piedra Buena. Y en el norte del municipio visitar la Reserva Natural El Viejo Molino y el Algarrobo Viejo, un árbol legendario que es todo un emblema de esta parte de San Luis.
Quedan en el tintero los atractivos más alejados, pueblos como Los Molles, Papagayos o Carpintería y sus dosis de embrujo serrano. Ahora toca subirse al coche, cruzar a Córdoba y deleitarnos con Luyaba, San Javier, Villa de las Rosas y compañía, a medida que enfilamos por el Valle de Traslasierra hacia Mina Clavero. Desde allí es cruzar las Altas Cumbres y seguir el largo llano hasta Villa María.