Escribe: Matilde Norma Soleri*
Los retos que hoy por hoy plantea la educación son amplios y variados, se habla de una escuela nueva que revaloriza, en el sentido de “fortalecer”, “sostener”, “acompañar”, la relación docente-alumno y en la que se marca que ésta no es completa si quien forma parte del entorno educativo (escuela) -en la que ella se gesta y se desarrolla- no la enriquece con sus aportes y su propio acompañamiento.
Hablar de escuela nueva es hablar de una escuela abierta, capaz de hacer un lugar a todos los educandos que hasta ella lleguen y predispuesta a plantearse estrategias de trabajo acordes a cada una de las realidades que éstos le planteen, avanzando a veces por caminos desconocidos pero, pensados, organizados, planificados.
Una escuela abierta es aquella que no se lanza en una gran pirueta al vacío, en lo absurdo de hacer un lugar por la simple razón que dice: “se debe hacer” o “porque todos lo hacen”, o lo que es peor aún “porque se brinda una buena imagen: somos una escuela que integra”.
Entonces, si compartimos el concepto que la diversidad es propia de todo grupo donde “algunos somos capaces aquí” y “otros allá”, y que por ello es necesario trabajar a fin de descubrir estas capacidades y fortalecerlas. Es aquí donde el docente y la escuela deberán realizar un trabajo especial para cada educando, porque es una persona y por serlo es “especial”, igual a todos pero diferente al mismo tiempo y son sus posibilidades y limitaciones lo que lo hacen único y allí está el desafío “para esta docente”, “para aquella escuela”, “para esa familia”, en fin para todo aquel que sea capaz de comprender que la diversidad nos hace “iguales y diferentes al mismo tiempo”, pero el “ser personas” nos hace poseedores de un valor que es indiscutible.
Por lo antes dicho es que a la hora de preguntarnos: como escuela ¿somos capaces de integrar?, debe surgir la inmediata respuesta: “La pregunta está de más”, porque la escuela es un lugar en donde debe ser posible la educación para cualquier persona que quiera ser parte del proceso que la misma implica.
Quizás el tiempo en que inscribir a un niño o adolescente en la escuela (que nos proponga el desafío de la diversidad) no requiera de las preguntas: ¿se puede? o ¿en esta escuela habrá lugar?, no esté muy lejos, quizás darnos la mano, ayudarnos a caminar juntos sea muy pronto una realidad de la que todos puedan ser parte, sin permisos, sin ¿se puede?, pero con la fuerza que da saber que el desafío es para todos y que esto es lo que se debe tener claro.
Una escuela que integra, que está abierta a la diversidad es y debiera ser toda escuela que abre sus puertas para educar, para enseñar que en la vida siempre hay desafíos y que, en ésta o aquella escuela, eso se enseña con el ejemplo en el encuentro de todos los días.
* Licenciada en
Ciencias de la Educación, psicopedagoga.
E-mail: matisoleri@
hotmail.com
Docente del Instituto
“Leibnitz” e IPEM 147
“Manuel Anselmo
Ocampo”
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