Por el Peregrino Impertinente
Pocas metrópolis en el mundo pueden presumir del nivel de fealdad de Johannesburgo. La mayor urbe de Sudáfrica es tan espantosa, que ni los políticos saben hablar bien de ella: “Yo les prometo que si me votan de nuevo, voy a seguir trabajando para que esta ciudad horrible no desmejore tanto”, dijo el alcalde en la última campaña electoral. Ganó con el 84% de los votos.
De verdad que es fea Johannesburgo. Un monstruo de casi cuatro millones de habitantes con barriadas distribuidas desordenadamente en el plano. Al medio, el decadente centro urbano sólo muestra edificios vetustos y un abandono general que produce escalofríos. Como si fuera el Polideportivo de Villa María, pero con baños más limpios.
Además de este cuadro lamentable, sin una sola obra arquitectónica que valga la pena, la capital económica de Africa sufre niveles de inseguridad realmente altos. Lo que para los directores de TN sería motivo de erección, para los locales es de preocupación. Y es que los atracos, asesinatos y violaciones son moneda corriente. Las sórdidas postales que arroja el centro y los distritos aledaños ayudan a afianzar ese estado de miedo permanente. Las estadísticas, que son unas señoras bastante mala leche, aseguran que la cabecera de la provincia de Gauteng es una de las ciudades más violentas del globo.
Lo palpa el viajero cuando camina por Marshall Street y se siente observado, cuando la señora que sale del súper le advierte sobre los peligros de andar solo por la zona, pero sobre todo cuando se topa de frente con Hugo, Paco y Luis, tres encantadores jóvenes de 1,90 armados con ganzúas y corta fierros, que le dicen “a ver, date vuelta un poquito”.
Complicada Johannesburgo eh. Ya lo decía el alcalde.