Después de los celtas, de los romanos, de los otomanos, los húngaros se hicieron con Hungría. Siglo y medio pasó desde la reconquista y en 1867 surgió el célebre Imperio Austrohúngaro. La capital del país aún estaba partida en dos: Buda, en la colina, y Pest, en el llano, con un colosal Río Danubio encargándose de la división; 1873 juntaba a las dos hermanas. Nacía Budapest.
Hoy, la cabecera de la nación centroeuropea conserva lo mejor de su patrimonio en un cuadro urbano majestuoso. Son las avenidas, los palacios, los templos religiosos, los castillos, los puentes, los baños de aguas termales, los monumentos los que dan vida a su retrato característico. Un torrente de agua, el mismo que preña a gran parte del continente, lo perfecciona. Dan fe las montañas. Queda claro por qué está considerada como una de las ciudades más bellas del Viejo Continente.
Aguas entre joyas arquitectónicas
Hablábamos antes de los celtas, que estuvieron por aquí cuando Cristo ni existía. De los romanos, que dominaron la estepa durante más de 800 años. De los otomanos, que desde mediados del Siglo XVI hasta principios del XVII hicieron de esta región europea territorio del Islam. Todos ellos sabían de las aguas termales que brotan del suelo y las aprovechaban para su salud y esparcimiento. Lo mismo hacen los locales y turistas de la actualidad. Multiplicidad de balnearios y piscinas los ven pasar de a montones y convierten a Budapest en un referente mundial en este aspecto. Para los paisanos ir a la pileta es de hecho un acto cotidiano, ya sea en el caluroso verano o en el gélido invierno (la temperatura del agua va de los 20 grados a los 80 grados centígrados). Una particularidad tan marcada en la cultura húngara, como la seriedad en los rostros de quienes la hacen posible.
La mayoría de estos baños se encuentran en Pest, la parte con mayor movimiento de la metrópoli. Médula del comercio y los negocios, presume de sus dos calles más conocidas: la peatonal Vaci Utca y la avenida Andrassy. Esta última, que finaliza en la espléndida plaza de los Héroes, está repleta de palacios y viejas casonas de estilo renacentista. Una arteria de la que el caminante nunca se cansa y que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Otras construcciones de peso en Pest son la Opera, la Sinagoga Judía (de las más grandes del mundo), el Parlamento y el Puente de las Cadenas. Inaugurado en 1849, es el más antiguo de todos los que hoy conectan las dos grandes aglomeraciones de Budapest.
Arriba, en Buda
Ya en la colina, Buda ofrece espectaculares vistas del resto de la urbe y más brillo arquitectónico. En ese sentido, hay que destacar el Castillo de Buda, un imponente conjunto que fuera residencia de los reyes de Hungría. Después, la visita se divide entre la Iglesia de San Matías, el Palacio Sandor (hogar del presidente del país), la Ciudadela (Fortaleza mandada a construir a mediados del Siglo XIX por los Habsburgo) y el adorable Bastión de los Pescadores. Torres como de fantasía se mezclan aquí con estatuas de grandes héroes nacionales y paisajes prodigiosos, en uno de los mejores paseos del centro de Europa.
Abajo, el Danubio sigue su marcha. A través de él, Buda y Pest se juntan para regocijo de todos.