Hace algunos días la presidenta se ocupó en destacar que nuestro país volvía a recuperar una importante tasa de crecimiento económico. Es que el Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) que publica el INDEC indicaba que la economía argentina en mayo había crecido un 7,8% en un año, un dato no menor en medio de un mundo en crisis.
También anunciaba el récord histórico de la última cosecha de granos y el crecimiento de nuestras exportaciones. Hasta aquí, todo bien, el problema es que estos buenos resultados no se reflejan en otros indicadores, en especial en aquellos aspectos donde el modelo económico se fundamentaba en la primera etapa de Gobierno K. Es que las reservas del Banco Central están en U$S37.000 millones cuando hace sólo dos años representaban U$S 52.000 millones y que desde el cepo las mismas se derrumbaron en U$S9.200 millones. Además el saldo de la balanza comercial del primer semestre se había achicado casi un 30% respecto del año anterior.
¿Que quiere decir esto? Estos datos parciales expresan que, a pesar de que el viento de cola sigue soplando (aunque menos que antes), nuestra economía doméstica presenta problemas que no logran traducir el mayor crecimiento en buenos resultados.
A la Argentina le sucede algo parecido que a sus empresas que venden más, con menor rentabilidad. Y esto sucede por una razón fundamental, una pérdida continua de competitividad como consecuencia de un atraso cambiario que se hace cada día más evidente. Sumado a la incertidumbre que genera el Gobierno en materia de medidas económicas, hacen un cóctel que deja un sabor amargo en la boca aunque sus colores nos impacten en la primera impresión.
Está claro que se deben concretar acciones para discontinuar esta inercia que inevitablemente no lleva a buen puerto. Algunos piensan que después de las elecciones se pueden acelerar los tiempos para que medidas económicas se hagan efectivas, otros opinan que el Gobierno “hará la plancha” hasta 2015, dejándole el problema al que viene. La incógnita es si se llega al 2015 porque a la incertidumbre política se le agregan las perspectivas de la economía mundial y los cambios que se podrían producir en término de flujo de capitales y precios de comoditties si EE.UU. comienza a subir su tasa de interés, iniciando otro ciclo diferente al vivido esta última década. Lo cierto es que no debemos confiarnos en que el viento de cola siga soplando y mientras tanto estaría muy bueno que comencemos a pensar en tomar las medidas internas correctivas necesarias para que el barco tome otro rumbo.
Cr. Alberto Costa