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3 de Agosto de 2013
Amores con historia - Leopoldo Lugones y sus amoríos con Juana, Emilia y Alicia
Nunca digas nunca
El célebre poeta y escritor, autor de “Odas seculares”, perteneciente a una de las familias más reconocidas de fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX, con legados tanto destacados como nefastos, tiene en su haber encendidas relaciones con tres mujeres de su época
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Don Leopoldo Lugones
A ti
Nues­tro amor sin som­bras y sin de­sen­ga­ños / co­mo las don­ce­llas con su gra­cia en flor; / por sus pri­ma­ve­ras cuen­ta ya 15 años / y es­ta es, a fe mía, la edad del amor…
 
Quien así fes­te­ja quin­ce años de ma­tri­mo­nio, des­ta­can­do su fi­de­li­dad y en­tre­ga, es, na­da más ni na­da me­nos que Leo­pol­do Lu­go­nes, ex­ce­len­te poe­ta cor­do­bés, aun­que… due­ño de gran­des con­tra­dic­cio­nes, es­cri­be en pe­rió­di­cos  so­cia­lis­tas (La Van­guar­dia), y abra­za más tar­de con el mis­mo te­són los gol­pes de Es­ta­do (La ho­ra de la es­pa­da), can­ta loas a la mo­no­ga­mia y man­tie­ne en su ma­du­rez re­la­cio­nes ex­tra­ma­tri­mo­nia­les con ni­ñas de­ma­sia­do jó­ve­nes.
¿Cuál fue su gran amor? ¿Jua­na? ¿Emi­lia? o…
 
Don Leo­pol­do
 
Na­ce el 13 de ju­nio de 1874 en Vi­lla de Ma­ría del Río Se­co, al nor­te de la pro­vin­cia de Cór­do­ba. Sus pa­dres San­tia­go Lu­go­nes y Cus­to­dia Ar­güe­llo. Leo­pol­do es el ma­yor de cua­tro her­ma­nos, por eso cuan­do la fa­mi­lia se tras­la­da a vi­vir a San­tia­go del Es­te­ro, su ma­dre sos­tie­ne que su hi­jo ma­yor de­be es­tu­diar.
El Co­le­gio Mon­se­rrat de Cór­do­ba tie­ne el pres­ti­gio su­fi­cien­te, allí es­tu­dia­rá Lu­go­nes, la ca­sa de su abue­la ma­ter­na se­rá su nue­va mo­ra­da.
¿Có­mo es  Cór­do­ba a fi­nes del Si­glo XIX? ¿De qué ma­ne­ra in­flu­ye en es­te alum­no que ha da­do so­bra­das mues­tras de in­te­li­gen­cia y ca­pa­ci­dad?
Cór­do­ba es una ciu­dad que cre­ce, fe­rro­ca­rril, in­mi­gran­tes, tie­rras, ha­cen la di­fe­ren­cia. Son tiem­pos de cam­bios pro­fun­dos, de mo­vi­mien­tos so­cia­les, de gran­des sa­cri­fi­cios y tam­bién de gran­des for­tu­nas, de pe­rio­dis­tas in­ci­si­vos y de pro­fu­sión li­te­ra­ria. Lu­go­nes for­ma par­te de esa plé­ya­de de jó­ve­nes que cree en el pro­gre­so in­de­fi­ni­do, ama la poe­sía y ba­jo el seu­dó­ni­mo de “Gil Paz” apa­re­cen sus pri­me­ras pu­bli­ca­cio­nes. La al­ta so­cie­dad cor­do­be­sa se de­lei­ta en el Tea­tro San Mar­tín, es­cu­chan­do a es­te jo­ven re­ci­tar sus poe­mas, vi­go­ro­sos, exal­ta­dos, áci­dos. Ade­más sus ar­tí­cu­los en “El pen­sa­mien­to li­bre” son leí­dos con avi­dez. Pa­ra mu­chos es la gran pro­me­sa, en­tre ellos el pro­fe­sor Car­los Ro­ma­go­sa, quien lo re­co­mien­da al di­rec­tor del dia­rio Tri­bu­na en Bue­nos Ai­res “creo que lle­ga­rá a ser pron­to uno de los re­nom­bra­dos poe­tas ar­gen­ti­nos”. En rea­li­dad, Leo­pol­do es­tá bus­can­do tra­ba­jo es­ta­ble, se ha ena­mo­ra­do de Jua­na Gon­zá­lez y quie­re ofre­cer­le un fu­tu­ro me­jor.  
 
Jua­na Gon­zá­lez
 
Son los her­ma­nos de Jua­na, Juan y Ni­co­lás, los que sin pro­po­nér­se­lo, pro­pi­cian el amor en­tre Jua­na y Leo­pol­do. Ellos son los ami­gos de Leo­pol­do, la ba­rra del ba­rrio, los que va­ga­bun­dean por las ca­lles cor­do­be­sas en bus­ca de emo­cio­nes y...son tam­bién los que in­vi­tan a Lu­go­nes a su  ca­sa. Allí es­tá Jua­na, el pia­no, una ami­ga­…mi­ra­das en­con­tra­das y un amor que na­ce. Los en­cuen­tros son ca­da vez más se­gui­dos, pe­ro tam­bién las exi­gen­cias por par­te de Don Es­te­ban, el pa­dre de Jua­na, que pre­ten­de que su hi­ja ten­ga al­go más que poe­sía, de ahí el pro­pó­si­to de Leo­pol­do de bus­car nue­vos rum­bos, Bue­nos Ai­res lo es­pe­ra…
Las re­co­men­da­cio­nes de Ro­ma­go­sa han caí­do en tie­rra fér­til,  Leo­pol­do co­mien­za una as­cen­den­te ca­rre­ra. Aho­ra pue­de vol­ver a bus­car a Jua­na, se ca­san por ci­vil  en 1896, unos días de lu­na de miel y una nue­va vi­da en Bue­nos Ai­res. Un año más tar­de re­ci­ben con ale­gría a su úni­co hi­jo Leo­pol­do (Po­lo)  Lu­go­nes.
Jua­na de­di­ca­da a su ma­ri­do, mi­ma­da con poe­sías de amor, Leo­pol­do in­mer­so en una ver­ti­gi­no­sa ca­rre­ra. In­te­gra un pres­ti­gio­so gru­po de es­cri­to­res, en­tre los que se cuen­tan Jo­sé In­ge­nie­ros, Er­nes­to de la Cár­co­va, Ro­ber­to Pay­ró y a los 22 años ya es co­lum­nis­ta del dia­rio La Na­ción. Pu­bli­ca su pri­mer li­bro “Las mon­ta­ñas de oro”, al que le se­gui­rán ver­sos sen­sua­les e iró­ni­cos  en Los cre­pús­cu­los del jar­dín, la fri­vo­li­dad y la me­lan­co­lía en Lu­na­rio sen­ti­men­tal o la emo­ti­vi­dad en Odas se­cu­la­res.
Pa­ra­le­lo a su pa­sión por la poe­sía co­rre su ca­rre­ra: ins­pec­tor de se­cun­da­ria, ins­pec­tor ge­ne­ral, pre­mio  Na­cio­nal de Li­te­ra­tu­ra, di­rec­tor de la Bi­blio­te­ca Na­cio­nal de Maes­tros. Lo que no sa­bía, era que jus­ta­men­te cum­plien­do su la­bor de di­rec­tor de la Bi­blio­te­ca, co­no­ce­ría a quien le ha­ría aban­do­nar la mo­no­ga­mia y lo arras­tra­ría a un la­be­rin­to pa­sio­nal in­des­crip­ti­ble, jus­ta­men­te a él que pa­re­cía con­tro­lar to­do­…has­ta las emo­cio­nes.
 
Emilia Santiago Cadelago
 
¿Pue­de el ser hu­ma­no sen­tir­se tan om­ni­po­ten­te? ¿Creer que pue­de ma­ne­jar los hi­los de su his­to­ria sin nin­gún ti­po de sor­pre­sas? A juz­gar por lo que re­la­ta­re­mos a con­ti­nua­ción NO.
 
La ho­ra del des­ti­no
Lo que aque­lla tar­de me cam­bió la vi­da / de­jan­do a la otra pa­ra siem­pre ata­da, / fue una jo­ven sua­ve de ves­ti­do ver­de / que con dul­ce asom­bro me mi­ró ca­lla­da…
 
¿Quién es Emi­lia? ¿Quien es la de­po­si­ta­ria de es­tos ver­sos?
Emi­lia es una alum­na del pro­fe­so­ra­do que acu­de al gran maes­tro en bus­ca de la obra Lu­na­rio sen­ti­men­tal, no con­si­gue ese li­bro, pe­ro­…co­mien­za un gran amor. A par­tir del pri­mer en­cuen­tro, el an­tes es­truc­tu­ra­do poe­ta  co­mien­za a cam­biar sus cos­tum­bres, a in­ven­tar nom­bres, sa­li­das, a vi­vir un amor apa­sio­na­do e in­ten­so, ya no ha­bla de mo­no­ga­mia, aho­ra só­lo quie­re com­par­tir con es­ta ni­ña la ma­yor can­ti­dad de ho­ras, le es­cri­be poe­mas, la bus­ca, la ama co­mo nun­ca ha­bía ama­do.
 
Así, has­ta mi hon­do que­bran­to, / de la eter­ni­dad vi­nis­te, / pa­ra ha­cer­le a mi al­ma tris­te / la ca­ri­dad de tu en­can­to.
En tu her­mo­su­ra se­re­na, / pu­so mi llan­to som­brío / el ex­ce­so de ro­cío / que ha­ce in­cli­nar la azu­ce­na
 
Su hijo... ¿su enemigo?
 
Leo­pol­do pa­sa lar­gas ho­ras fue­ra de su ca­sa, re­ci­be lla­ma­das mis­te­rio­sas, es­tá exul­tan­te, su cam­bio es no­ta­ble o por lo me­nos lo es pa­ra su hi­jo, ese hi­jo for­ma­do en la más re­cia con­duc­ta, ese hi­jo po­li­cía, el Po­lo Lu­go­nes, el crea­dor de la pi­ca­na eléc­tri­ca. Ese hi­jo, no es­tá dis­pues­to a en­ten­der lo que pa­sa con su pa­dre, an­tes pre­fie­re de­cla­rar­lo in­sa­no, que pa­se sus días en un ma­ni­co­mio.
Acep­tar a su pa­dre con una aman­te nue­ve años me­nor que él, eso nun­ca.
Lo per­si­gue, ator­men­ta, pre­sio­na a la fa­mi­lia de Emi­lia, has­ta que lo­gra su co­me­ti­do: se­pa­rar a los aman­tes.
La vi­da pa­ra Leo­pol­do pier­de sen­ti­do, Emi­lia se ha dis­tan­cia­do, pre­fie­re no ver­lo an­tes que vi­si­tar­lo en un lu­gar pa­ra en­fer­mos men­ta­les.
Su hi­jo ha fir­ma­do, sin pro­po­nér­se­lo, su car­ta de de­fun­ción, el sui­ci­dio so­bre el que tan­to ha­bía es­cri­to el poe­ta, co­mien­za a ser una op­ción.
 Una nue­va aman­te, tam­bién jo­ven, exi­to­sa, gran poe­ta, Ali­cia Do­mín­guez, con ella in­ten­ta re­cu­pe­rar su vi­da, pe­ro la he­ri­da no ce­de, con Emi­lia par­tió su ale­gría.
De for­ma  per­fec­ta­men­te pre­me­di­ta­da, el 18 de fe­bre­ro de 1938, ha­bla con Ali­cia, se co­mu­ni­ca con su mu­jer, Jua­na, anun­cián­do­le que iría al Ti­gre a des­can­sar, y allí… la mez­cla fa­tal, whisky y cia­nu­ro, el poe­ta, el es­cri­tor, el pe­rio­dis­ta, de­ja­ba es­te mun­do.
 
Au­sen­cia 
To­do, ama­da, en tu au­sen­cia siem­pre lar­ga te llo­ra: / el si­len­cio y la es­tre­lla, la som­bra y la can­ción. 
Lo que du­da en la di­cha, lo que en la du­da im­plo­ra. / Y, lue­go…es­te pro­fun­do san­grar del co­ra­zón.
Cómo no ha de llo­rar­te to­do lo que es her­mo­so / y to­do cuan­to es tris­te por­que es ca­paz de amar, / si tu au­sen­cia ¡tan lar­ga! Se pa­re­ce al re­po­so / de la lu­na sui­ci­da que se aho­ga en el mar.
Con tu au­sen­cia ano­che­cen la ale­gría y la au­ro­ra / la es­pe­ran­za es an­gus­tia, sin­sa­bor el pla­cer. / Y has­ta en la mis­ma per­la del ro­cío te llo­ra / Lo que tie­ne de lá­gri­ma to­da go­ta al caer.
Leo­pol­do Lu­go­nes   
 
María Elena Caillet Bois
Especial para EL DIARIO

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