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11 de Agosto de 2013
Charlando con nuestros pensadores
Acerca de la libertad del hombre
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Doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Córdoba y docente de la UNVM, Daniel Lasa aceptó esta entrevista para hablar de uno de los temas fundamentales del ser humano. Desde San Agustín y Tomás de Aquino pasando por Kant, Hegel, Marx y Nietzsche, el filósofo villamariense revisó este concepto hasta llegar a nuestros días

 

Desde los comienzos de la vida civilizada (cuando política y religión imponían su ley civil y moral) los hombres se vienen preguntando acerca de su libertad. Pero será tras el paso de Cristo en la Tierra cuando la pregunta se formule de manera casi obsesiva en Occidente. Primero serán los pensadores medievales (San Agustín y Tomás de Aquino), luego los racionalistas de la mano de Descartes hasta llegar a los filósofos modernos que, como Marx y Nietzsche, decretaron “la muerte de Dios”. Y entonces, si Dios ya no estaba -según Nietzsche- o si Dios nunca estuvo -según Marx-, ¿qué obediencia debíamos tener los hombres para con esos altares vacíos? O para decirlo de otro modo, ¿cuáles son los límites humanos a la hora de ejercer la propia libertad? “Absolutamente ninguno, más que el de la propia voluntad de poder”, dirán a coro los citados filósofos alemanes. Y acto seguido agregarán que, en muchos casos, dicha voluntad de poder es infinita.

Con esta dicotomía entre el ejercicio del libre albedrío y obediencia a Dios, comienza esta charla.
 
La primera pregunta del Edén
-Hay una pregunta, profesor Daniel, que se viene planteando no sólo desde Nietzsche y Marx, sino desde mucho antes, desde Adán y Eva. ¿Un hombre es libre cuando obedece o, contrariamente, cuando desobedece a Dios?
-Bueno, para empezar tenemos que hablar del libre albedrío. Y para la posición metafísica cristiana, ese libre albedrío es un acto segundo que implica uno primero, el de la ordenación de la naturaleza de parte de Dios. Ese orden divino, según el cristianismo, tiene un fin hacia “la verdad y el bien” que debemos encontrar. Para los cristianos, es evidente que el hombre es plenamente libre cuando su elección se hace en conformidad con la ley de Dios. Pero una buena parte de la filosofía moderna no piensa así, sino que afirma que ser libre es un poder de negación que posee la voluntad: la de no someterse a otra ley que no sea la propia. Y esto conlleva la inevitable negación de la divinidad.
-Hay una paradoja en esto porque, viviendo en un país
y una cultura que se dicen
católicos, se reivindica todo
el tiempo la libertad en tanto rechazo de cualquier
orden establecido…
-Sí. Y la paradoja es tal, que mucha de esa filosofía moderna ha empapado incluso a una parte de la Iglesia, determinando en buena medida su crisis actual.
-¿Habla de esa idea
de negación?
-Sí, de esa concepción filosófica que afirma que mi plenitud es el ejercicio de ese poder de negatividad total. Y eso no es la libertad de los cristianos, sino es el liberalismo actual, tanto en el ámbito filosófico como político. Y las sociedades liberales consisten en ganar “cada vez más libertades”, lo que equivale a decir, ganar cada vez más ese poder de negatividad. 
-Digamos que la libertad se basa, al menos en una buena parte de Occidental, en quitar a Dios del camino... 
-Absolutamente. Según Hegel, admitir la existencia de un Dios creador distinto del mundo, implicaría que el hombre ya no puede ser libre. Eso sería, para él, admitir algo terminado, algo que no le deja espacio para la libertad, puesto que ya no puede cambiar nada. Por eso es que Hegel tiene que pensar que todo está transformándose. 
-Esta visión hegeliana guarda relación con la actualidad, y más atrás con el Iluminismo...
-Sí, porque ahora todo es cambio permanente, como en el siglo XVIII cuando los iluministas hablaban de la libertad como de un “poder absoluto que está desligado de todo, excepto de mi propio yo”. Ellos plantean una libertad que empieza de cero. Y sucedánea a esta idea de libertad, estará la idea de revolución, es decir, de ruptura total. “Yo soy ruptura con todo lo dado. Y no puedo aceptar algo dado porque apenas lo acepto dejo de ser”. Este será, antes de Hegel, el planteo de Kant en su “Crítica de la razón pura”.
-Todo hasta desembocar en Marx...
-Sí, porque Marx le declara la guerra a todos los dioses y es el más ateo de todos los filósofos. Él nunca demuestra que Dios no existe, lo suyo es una cuestión axiológica: “Dios no debe existir, porque si existe, yo no soy libre”.
-Marx “decretaba” la no existencia de Dios, a diferencia de los filósofos medievales que intentaron probarla...
-La prueba principal que presenta San Agustín es la prueba metafísica. Él dice que los hombres conocemos mediante sensaciones. Pero para Agustín el conocimiento empieza cuando el hombre “juzga” esas sensaciones, cuando dice que son buenas o malas, justas o injustas, bellas o feas. Y Agustín se pregunta ¿de dónde sacamos esos juicios si las sensaciones no las traían consigo? Se responde que el alma ya traía esos juicios permanentes e inmutables. Y se dice que quien los ha puesto en el alma es, precisamente, un ser permanente e inmutable. O sea, Dios.  
-Es decir que, para San Agustín, los hombres traeríamos al nacer un parámetro moral...
-Absolutamente. Porque Agustín dice que “la inteligencia me señala que todo mi ser está ordenado a una finalidad, que es Dios”. Pero también dice que “como hombre, tengo el poder de autodeterminación en mi acto, y puedo no seguir esa finalidad”. 
-Sin embargo, esa no
es la plenitud de la libertad para él, ¿no?
-No. Para él, la libertas maior es elegir de acuerdo al fin de mi propia naturaleza, porque de esta forma estaría de acuerdo con la voluntad de quien me creó y me puso ese fin. Es como si un peine estuviera de acuerdo con la voluntad de peinar. La contrapartida a esta elección sería, por ejemplo, la de un motor naftero que empiece a cargar gasoil para ejercer su libertad. Lo puede hacer, sí, es libre de tomar esa decisión. Pero se va a destruir como motor. La moral no es un castigo para el hombre sino una guía, un camino que le marca su plenitud y su felicidad.
 
Razón y Fe
-San Agustín y Santo Tomás de Aquino intentaron fusionar en un mismo sistema filosófico “razón y fe”, ¿lo consiguieron?
-No sólo lo consiguieron, sino que una de las cosas perennes del pensamiento metafísico cristiano es aceptar incluso que la fe “cura” a la razón. Esto quiere decir que el cristianismo viene a perfeccionar a la filosofía griega, a esa búsqueda racional de la verdad que plantearon Platón y Aristóteles. A esa búsqueda, el cristianismo le agrega la sabiduría plena. Platón dice que “si tuviéramos una revelación divina, viviríamos con plenitud”. Casi que esa frase del “Fedón” prefigura el cristianismo.
-¿Se podría decir que la filosofía griega y la revelación cristiana se ayudaron mutuamente?
-Sí, porque lo característico de la filosofía griega fue la búsqueda de la verdad. Y por eso es que el cristianismo se presentaba como la continuidad lógica de esta búsqueda y su coronación. El encuentro del cristianismo con la filosofía griega ha sido providencial. 
-¿Cómo es esto?
-Que el logos griego cristalizó como tal a través del misterio cristiano, ya que la fe permitió ver aquello que la inteligencia humana jamás hubiese podido vislumbrar. A su vez, la fe cristiana se valió del logos griego para autocomprenderse. Para el cristiano, lo racional se encuentra en el comienzo mismo de todas las cosas “En el principio era el Logos”, dice el Evangelio de San Juan. La fe, por lo tanto, no se opone a la razón; antes bien la lleva a su plenitud, la prolonga. Diría, sin ambages, que la fe cristiana es la verdadera ilustración de la inteligencia humana.
-¿Por qué decía anteriormente que la fe cura a la razón? 
-Porque le hace conocer verdades que la razón jamás alcanzó por sí sola. La razón no puede responder a los interrogantes permanentes del hombre: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Qué sentido tiene mi vida?. Hay preguntas cuyas respuestas le están vedadas. Por otro lado, son preguntas que hoy están prohibidas y que son, precisamente, esas preguntas metafísicas. El totalitarismo actual es un totalitarismo de las preguntas.
-¿Por qué piensa que las preguntas eternas están prohibidas?
-Porque la búsqueda de la verdad cuestiona siempre a la voluntad de poder. Sin embargo, hoy vivimos dentro de una jaula de la voluntad y del “yo quiero”. Y si pregunto sobre los procesos de las cosas está perfecto, porque no me salgo de la jaula. Pero si me pregunto por el origen y los fines de las cosas, entonces necesariamente me tengo que salir de la jaula. Y eso no me está permitido. El de hoy es un pensamiento totalitario, porque quien se salga de la jaula será duramente sancionado con la exclusión y el desprecio. O en el mejor de los casos, con la grosería de la descalificación, como lo vemos en la política argentina de hoy en día.
-¿Podría decirse que el
pensamiento actual no se interesa en lo universal?
-¡Claro que no se interesa! El acto fundamental del espíritu humano es la síntesis, es decir, la búsqueda de la unidad en la multiplicidad. Eso es lo universal y eso es o debería ser “la universidad”; la organización de todos los saberes desde un saber que les dé unidad. En la Antigüedad ese saber fue la Filosofía, y en la Edad Media, cuando se creó la Universidad, ese saber fue la Teología. Pero hoy no sólo la Teología, sino hasta la Filosofía han sido desplazadas. Hoy hay “Diversidades” pero no “Universidades”. Sin embargo, la exigencia del espíritu humano sigue siendo la misma, y el hombre de hoy busca satisfacer esas respuestas fuera de las universidades.
-¿Y usted, profesor, se considera medievalista?
-No. Para nada. Yo soy moderno porque vivo en estos tiempos modernos. Pero las verdades que enunciaron los medievalistas son verdades eternas. Y me interesan por eso, en tanto verdades y no en tanto medievales. Yo no pontifico ningún tiempo histórico; solo la verdad esté donde esté. Mi dicotomía no es viejo-nuevo sino verdad-error.
Iván Wielikosielek
 
Fotografías: Doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Córdoba y docente de la UNVM, Daniel Lasa
Karl Marx - San Agustín de Hipona - Georg Wilhelm - Friedrich Hegel - Santo Tomás de Aquino

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