Por el Peregrino Impertinente
Cuchi Corral podría ser, tranquilamente, el nombre de una figura del folklore que por su llegada a la gente y su supuesto carácter campechano, humilde y querendón, se haría llamar “El Cuchi”, adoptando así una estratagema asociada a los mandatos más elementales del marketing, con el solo objetivo de multiplicar sus ingresos para comprarse 136 mil hectáreas de campo y levantarla en pala.
Pero no. Cuchi Corral es un punto perdido en el Valle de Punilla, que se ubica unos 10 kilómetros al oeste de La Cumbre. Habitantes no tiene y casas tampoco. En cambio, atesora unos paisajes fabulosos del Valle del Río Pinto, con su cauce de agua y sus laderas vestidas de verde. Para apreciar el espectáculo, alcanza con acercarse al balcón natural que el lugar ofrece, espeluznante precipicio a los pies, y delirar. Además, tratar de no caerse a los abismos, como le pasa al Coyote cada vez que anda de visita por estos lares.
Semejante regalo de la naturaleza no pasó desapercibido para los amantes de la aventura. Desde hace décadas, Cuchi Corral es un referente nacional de la práctica del parapente. A los menos ilustrados, decirles que el parapente no es un juego de mesa tipo ludo matic, sino una actividad deportiva que consiste en lanzarse al vacío desde grandes alturas con un paracaídas en la espalda y planear en el aire. Un divertimento extremo, casi tan arriesgado como comprar acciones de YPF.
Ahí están estos locos lindos, tomando carrera en Cuchi Corral y aterrizando bien abajo, en los fondos del valle. Por algunos minutos, se creen pájaros. Sobre todo cuando empiezan a sentir los gomerazos de los pibes que habitan los campos vecinos.