Por Pepo Garay / Especial para EL DIARIO
Tras la selva todopoderosa, casi infranqueable, las montañas pierden en follaje y ganan en altura. Una sutil alfombra acompaña los trazos y las nubes se mezclan con aquello, conformando un espectáculo soberbio. Por allí, en el oeste tucumano, vive El Mollar. Una pequeña aldea que enamora con su cuadro natural, el Cerro Ñuñorco y el Dique La Angostura de modelos y un riquísimo legado que los indios calchaquíes dejaron como testimonio.
Primera inspección
Los días en El Mollar siempre comienzan igual: admirando el paisaje. Los cerros que rodean a la villa turística son el principal argumento para atraer al visitante, sobre todo en invierno, cuando las cúspides suelen estar pintadas de blanco. Ahora es cuando se respiran los verdaderos aires de tranquilidad, tan característicos del interior provincial, que están bien reflejados en la fachada de la Capilla de la Virgen de Covadonga. En verano la cosa se pone bastante más movida, gracias a los grupos de jóvenes que llegan para sacarle jugo a la temporada. Algunos barcitos y tiendas de recuerdos nos cuentan al respecto.
Tras la primera inspección, hay que empezar a averiguar sobre la interesante historia del lugar. Umbral de los Valles Calchaquíes, la localidad atesora las huellas de esta comunidad indígena, que supo reinar en lo que hoy es el norte argentino. La herencia calchaquí (más precisamente de la rama de los tafí) puede apreciarse de primera mano en Los Menhires, una reserva arqueológica que mantiene vivo el fuego del pasado, exponiendo objetos creados entre el año 300 A.C y el siglo IX. Entre otras joyas, destacan los gigantescos monolitos de piedra que los indígenas grabaron con figuras humanas, animales y símbolos abstractos. Continuando con el tópico, también resulta recomendable la visita al Museo Arqueológico Juan Bautista Ambrosetti.
Cambiamos de frente ahora, y las miradas se dirigen hacia el Dique La Angostura. Acaso el mayor atractivo de la zona, el espejo de agua regala fabulosas postales, fundamentalmente gracias al embrujo de los cerros. Son 800 hectáreas de pureza donde los deportes acuáticos, como el windsurf, pueden ser practicados incluso en la actual época del año. Lo mismo ocurre con la pesca, siendo pejerreyes, truchas y percas los premios más buscados. Para fanáticos y no tanto, los criaderos de truchas de la región también resultan una opción atractiva.
Continuando por el valle
Ubicado a unos 100 kilómetros de San Miguel de Tucumán, el Mollar es apenas una primera probada de la belleza que ofrecen los Valles Calchaquíes. Sólo 10 kilómetros al norte de la Villa, por ejemplo, aparece Tafí del Valle, uno de los nombres célebres del recorrido. A 60 kilómetros más arriba, la que llama es Amaicha del Valle y bien cerquita de ésta, las famosas Ruinas de Quilmes. Ícono de la cultura calchaquí, representan el mayor asentamiento prehispánico de la Argentina. Un lujo para el viajero, que recorre anonadado los restos de la fortaleza y de los fortines emplazados en las laderas del Cerro Alto del Rey y de la ciudadela, donde se calcula que vivían unas tres mil personas.
Todavía más al norte surge Colalao del Valle, último pueblo con domicilio en Tucumán. Adelante está Salta, con Cafayate y su magia. Es eso o volver para El Mollar, y disfrutarlo de nueva cuenta.