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13 de Agosto de 2013
¿Para qué se sigue usando el electroshock?
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Estiman que dentro de algunos años el método dejará de utilizarse

 

La idea de tra­tar una en­fer­me­dad psi­quiá­tri­ca con un cho­que eléc­tri­co (elec­tros­hock) en el ce­re­bro fue una de las más po­lé­mi­cas de la me­di­ci­na del Si­glo XX. ¿Por qué, en­ton­ces, se si­gue uti­li­zan­do un pro­ce­di­mien­to des­cri­to por sus de­trac­to­res co­mo bar­bá­ri­co e ine­fec­ti­vo? Tra­tar en­fer­me­da­des men­ta­les co­men­zó co­mo un ex­pe­ri­men­to. A fi­nes de los años 30, los psi­quia­tras em­pe­za­ron a no­tar que pa­cien­tes con an­gus­tia se­ve­ra mos­tra­ban una me­jo­ría re­pen­ti­na des­pués de su­frir una con­vul­sión.
La des­car­ga de co­rrien­te en el ce­re­bro po­día oca­sio­nar una reac­ción si­mi­lar en los dis­tin­tos pa­cien­tes y, por en­de, una res­pues­ta pa­re­ci­da. O al me­nos era lo que es­pe­ra­ban.
Pe­ro pa­ra la dé­ca­da de los años 60 ya se uti­li­za­ba en una gran va­rie­dad de en­fer­me­da­des men­ta­les, en par­ti­cu­lar pa­ra la de­pre­sión se­ve­ra.
Sin em­bar­go, cuan­do los vie­jos ma­ni­co­mios fue­ron clau­su­ra­dos y las in­ter­ven­cio­nes qui­rúr­gi­cas agre­si­vas co­mo la lo­bo­to­mía em­pe­za­ron a ser cues­tio­na­das, lo mis­mo ocu­rrió con la te­ra­pia de elec­tro­cho­que, co­mo se co­no­cía a la TEC en ese en­ton­ces.
La in­tro­duc­ción de nue­vos fár­ma­cos an­ti­de­pre­si­vos en­tre 1970 y 1980 tam­bién les dio a los mé­di­cos al­ter­na­ti­vas pa­ra tra­tar en­fer­me­da­des men­ta­les de lar­go pla­zo.
Pe­ro pa­ra pa­cien­tes diag­nos­ti­ca­dos con de­pre­sión se­ve­ra, la TEC con­ti­núa sien­do una de las úl­ti­mas op­cio­nes cuan­do otras te­ra­pias han fa­lla­do.
En el Rei­no Uni­do hay 4.000 per­so­nas que anual­men­te re­ci­ben te­ra­pia elec­tro­con­vul­si­va. Wat­tie es uno de ellos.
"El be­ne­fi­cio de las con­vul­sio­nes en un pa­cien­te que su­fre de de­pre­sión ha si­do de­mos­tra­do; no se tra­ta de una in­tui­ción, es un tra­ta­mien­to efec­ti­vo", afir­ma el pro­fe­sor Ian Reid, de la Uni­ver­si­dad de Aber­deen, en Es­co­cia, quien es­tá a car­go del equi­po que tra­ta a Wat­tie.
Du­ran­te los 75 años en los que la TEC ha si­do uti­li­za­da, los cien­tí­fi­cos han dis­cre­pa­do con res­pec­to a por qué y có­mo po­dría fun­cio­nar.
Las teo­rías más re­cien­tes se ba­san en la idea de la hi­per­co­nec­ti­vi­dad. Es­te nue­vo con­cep­to psi­quiá­tri­co su­gie­re que al­gu­nas par­tes del ce­re­bro pue­den em­pe­zar a en­viar se­ña­les de ma­ne­ra dis­fun­cio­nal, so­bre­car­gan­do el sis­te­ma ner­vio­so y oca­sio­nan­do afec­cio­nes co­mo la de­pre­sión o el au­tis­mo.
Reid y su equi­po uti­li­za­ron imá­ge­nes ob­te­ni­das por re­so­nan­cia mag­né­ti­ca pa­ra ver el ce­re­bro de nue­ve pa­cien­tes an­tes y des­pués del tra­ta­mien­to.
En una in­ves­ti­ga­ción aca­dé­mi­ca que rea­li­za­ron en 2012, afir­man que la TEC pue­de "des­co­nec­tar" las co­ne­xio­nes hi­pe­rac­ti­vas cuan­do es­tán en una eta­pa ini­cial, lo que le per­mi­ti­ría al ce­re­bro "rei­ni­ciar­se" ade­cua­da­men­te.
"El cam­bio que ve­mos en el fun­cio­na­mien­to del ce­re­bro des­pués de so­me­ter a la per­so­na a la te­ra­pia re­fle­ja las mo­di­fi­ca­cio­nes que ve­mos en los sín­to­mas de pa­cien­tes que ex­pe­ri­men­tan una me­jo­ría", ex­pli­ca Reid.
Rea­li­zar una des­car­ga de elec­tri­ci­dad en el ór­ga­no más com­ple­jo del cuer­po, el ce­re­bro, tie­ne ries­gos. Mu­chos mé­di­cos con­si­de­ran que los efec­tos se­cun­da­rios de la TEC son tan ne­ga­ti­vos que opa­can los po­si­bles be­ne­fi­cios que po­dría ge­ne­rar.
Los de­trac­to­res de es­te tra­ta­mien­to ase­gu­ran que un ter­cio de los pa­cien­tes que lo re­ci­be no­ta al­gún cam­bio per­ma­nen­te, que va des­de pér­di­da de me­mo­ria has­ta pro­ble­mas del ha­bla, pa­san­do por des­tre­zas bá­si­cas co­mo su­mar.
"Lo que ocu­rre se pa­re­ce a la ac­ción de car­gar la ba­te­ría de un au­to. No es di­fí­cil lo­grar un cam­bio ar­ti­fi­cial en el ce­re­bro, lo pue­de ha­cer la co­caí­na, pe­ro no es a lar­go pla­zo, tres o cua­tro se­ma­nas des­pués la de­pre­sión de la per­so­na po­dría ser in­clu­so peor", afir­ma el psi­có­lo­go John Read, de la Uni­ver­si­dad de Li­ver­pool, en In­gla­te­rra, uno de los más fé­rreos opo­si­to­res de es­ta te­ra­pia.
Quie­nes es­tán en con­tra de es­te pro­ce­di­mien­to mé­di­co afir­man que los pa­cien­tes pue­den vol­ver­se adic­tos a las se­sio­nes y que cual­quier me­jo­ría más allá del cor­to pla­zo es­tá re­la­cio­na­da con el efec­to pla­ce­bo. El be­ne­fi­cio que re­ci­ben las per­so­nas es­tá más bien aso­cia­do al as­pec­to psi­co­ló­gi­co, lo que de­ri­va de la aten­ción mé­di­ca que re­ci­ben.
"De nin­gu­na ma­ne­ra es­tá com­ba­tien­do la cau­sa de la de­pre­sión, es­tá bo­rran­do la me­mo­ria de la per­so­na y ac­túa en de­tri­men­to de su fun­ción cog­ni­ti­va", di­ce Read.
El es­pe­cia­lis­ta es­tá se­gu­ro de que en 10 ó 15 años es­te tra­ta­mien­to de­ja­rá de uti­li­zar­se, al igual que pa­só con la lo­bo­to­mía.
Pe­ro Ian Reid, el pro­fe­sor de la Uni­ver­si­dad de Aber­deen, en Es­co­cia, co­men­ta que al so­pe­sar los ries­gos y be­ne­fi­cios de la téc­ni­ca, hay que con­si­de­rar que los in­di­vi­duos que son tra­ta­dos con TEC su­fren de una en­fer­me­dad que po­dría ma­tar­los.
"Es una con­di­ción le­tal, así que los pa­cien­tes que no se tra­tan po­drían mo­rir", afir­ma Reid.
El equi­po di­ri­gi­do por es­te es­pe­cia­lis­ta es­pe­ra que, a par­tir de su in­ves­ti­ga­ción, las com­pa­ñías far­ma­céu­ti­cas de­sa­rro­llen al­gu­na me­di­ca­ción que "imi­te" al­gu­nos de los efec­tos de la te­ra­pia elec­tro­con­vul­si­va.
"Una de las co­sas más emo­cio­nan­tes so­bre el des­cu­bri­mien­to de un cam­bio en el ce­re­bro, re­la­cio­na­do con una afec­ción psi­quiá­tri­ca, es que po­dría ser más fá­cil diag­nos­ti­car la en­fer­me­dad. Na­die se­ría más fe­liz que yo si los efec­tos de la TEC en el ce­re­bro pu­die­ran ob­te­ner­se de una ma­ne­ra me­nos in­va­si­va y más se­gu­ra".


Fuen­te: BBC de Lon­dres.


 

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