La idea de tratar una enfermedad psiquiátrica con un choque eléctrico (electroshock) en el cerebro fue una de las más polémicas de la medicina del Siglo XX. ¿Por qué, entonces, se sigue utilizando un procedimiento descrito por sus detractores como barbárico e inefectivo? Tratar enfermedades mentales comenzó como un experimento. A fines de los años 30, los psiquiatras empezaron a notar que pacientes con angustia severa mostraban una mejoría repentina después de sufrir una convulsión.
La descarga de corriente en el cerebro podía ocasionar una reacción similar en los distintos pacientes y, por ende, una respuesta parecida. O al menos era lo que esperaban.
Pero para la década de los años 60 ya se utilizaba en una gran variedad de enfermedades mentales, en particular para la depresión severa.
Sin embargo, cuando los viejos manicomios fueron clausurados y las intervenciones quirúrgicas agresivas como la lobotomía empezaron a ser cuestionadas, lo mismo ocurrió con la terapia de electrochoque, como se conocía a la TEC en ese entonces.
La introducción de nuevos fármacos antidepresivos entre 1970 y 1980 también les dio a los médicos alternativas para tratar enfermedades mentales de largo plazo.
Pero para pacientes diagnosticados con depresión severa, la TEC continúa siendo una de las últimas opciones cuando otras terapias han fallado.
En el Reino Unido hay 4.000 personas que anualmente reciben terapia electroconvulsiva. Wattie es uno de ellos.
"El beneficio de las convulsiones en un paciente que sufre de depresión ha sido demostrado; no se trata de una intuición, es un tratamiento efectivo", afirma el profesor Ian Reid, de la Universidad de Aberdeen, en Escocia, quien está a cargo del equipo que trata a Wattie.
Durante los 75 años en los que la TEC ha sido utilizada, los científicos han discrepado con respecto a por qué y cómo podría funcionar.
Las teorías más recientes se basan en la idea de la hiperconectividad. Este nuevo concepto psiquiátrico sugiere que algunas partes del cerebro pueden empezar a enviar señales de manera disfuncional, sobrecargando el sistema nervioso y ocasionando afecciones como la depresión o el autismo.
Reid y su equipo utilizaron imágenes obtenidas por resonancia magnética para ver el cerebro de nueve pacientes antes y después del tratamiento.
En una investigación académica que realizaron en 2012, afirman que la TEC puede "desconectar" las conexiones hiperactivas cuando están en una etapa inicial, lo que le permitiría al cerebro "reiniciarse" adecuadamente.
"El cambio que vemos en el funcionamiento del cerebro después de someter a la persona a la terapia refleja las modificaciones que vemos en los síntomas de pacientes que experimentan una mejoría", explica Reid.
Realizar una descarga de electricidad en el órgano más complejo del cuerpo, el cerebro, tiene riesgos. Muchos médicos consideran que los efectos secundarios de la TEC son tan negativos que opacan los posibles beneficios que podría generar.
Los detractores de este tratamiento aseguran que un tercio de los pacientes que lo recibe nota algún cambio permanente, que va desde pérdida de memoria hasta problemas del habla, pasando por destrezas básicas como sumar.
"Lo que ocurre se parece a la acción de cargar la batería de un auto. No es difícil lograr un cambio artificial en el cerebro, lo puede hacer la cocaína, pero no es a largo plazo, tres o cuatro semanas después la depresión de la persona podría ser incluso peor", afirma el psicólogo John Read, de la Universidad de Liverpool, en Inglaterra, uno de los más férreos opositores de esta terapia.
Quienes están en contra de este procedimiento médico afirman que los pacientes pueden volverse adictos a las sesiones y que cualquier mejoría más allá del corto plazo está relacionada con el efecto placebo. El beneficio que reciben las personas está más bien asociado al aspecto psicológico, lo que deriva de la atención médica que reciben.
"De ninguna manera está combatiendo la causa de la depresión, está borrando la memoria de la persona y actúa en detrimento de su función cognitiva", dice Read.
El especialista está seguro de que en 10 ó 15 años este tratamiento dejará de utilizarse, al igual que pasó con la lobotomía.
Pero Ian Reid, el profesor de la Universidad de Aberdeen, en Escocia, comenta que al sopesar los riesgos y beneficios de la técnica, hay que considerar que los individuos que son tratados con TEC sufren de una enfermedad que podría matarlos.
"Es una condición letal, así que los pacientes que no se tratan podrían morir", afirma Reid.
El equipo dirigido por este especialista espera que, a partir de su investigación, las compañías farmacéuticas desarrollen alguna medicación que "imite" algunos de los efectos de la terapia electroconvulsiva.
"Una de las cosas más emocionantes sobre el descubrimiento de un cambio en el cerebro, relacionado con una afección psiquiátrica, es que podría ser más fácil diagnosticar la enfermedad. Nadie sería más feliz que yo si los efectos de la TEC en el cerebro pudieran obtenerse de una manera menos invasiva y más segura".
Fuente: BBC de Londres.