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18 de Agosto de 2013
Destinos - Ouarzazat, Marruecos
La previa del desierto
Último centro de acogida de peso antes del Sahara, la ciudad ofrece la mejor cara de la apasionante cultura bereber. Impresionantes paisajes en los alrededores con montañas, palmerales y fortificaciones de adobe
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Por Pepo Garay
Especial para EL DIARIO



En esa alfombra multirracial que es Marruecos, los árabes dominan las grandes ciudades del norte como Casablanca, Fez  o Rabat, la capital. Pero a medida que el territorio desciende hacia el sur y las postales se vuelven más rurales y bucólicas, los que sacan pecho son los bereberes. El cambio para el viajero es notable. La sonrisa franca y la amabilidad son ahora constantes. Gente encantadora en un lugar encantador.
Estamos en Ouarzazate. Bastión de la segunda etnia más numerosa del país y cabecera de una de sus regiones más bellas. Un conglomerado de montañas, palmerales, desiertos y kasbahs -fortificaciones amuralladas típicas del norte de África- dan luz al mirar. Se sienten las costumbres y el calor humano de sus habitantes. 
 
Paisanos y kasbahs
 
Con 50 mil almas habitantes y siendo referente del sur de la patria, Ouarzazate sirve de base para explorar esta área maravillosa. Mohamed V se llama su principal avenida y alrededor de ella el visitante descubre una ciudad bien parada. Todo parece recién estrenado en esta apacible villa, construcciones en terracota y mucho cemento, el cual se derrite por los 40° de calor. “La puerta del desierto” la llaman, y no en vano. En ella se funden quienes van en búsqueda de una larga travesía hacia los misterios del Sahara. Hasta entonces, lo mejor  es compartir tiempo con los paisanos, saber de su trato cariñoso, su folklore, su infaltable té a la menta, dátiles y aceitunas y de su fidelidad a Alá, aunque mucho más serena que entre los árabes. También de sus recursos escasos, sus lazos familiares inquebrantables y su conexión con la naturaleza que los rodea. El campo, los cerros, las cabras, los burros, los camellos, todo eso forma parte de la vida tras la dosis de urbanidad. 
Pero antes de aquello, aconsejable resulta conocer la kasbah local. Castillo emplazado muy cerca del centro, canto a la autenticidad levantado en adobe. Ancianas paredes hacen pequeñas viviendas, en las que aún residen varias familias. Menos poblada, aunque mucho más espectacular, es la kasbah de Ait Benhaddou. Una preciosa ciudad amurallada que descansa sobre la ladera, con el río de frente y cuatro siglos en la espalda. Unos 25 kilómetros al norte de Ouarzazate, surge como verdadero emblema de la cultura bereber y de Marruecos en general. A nivel internacional, se hizo famosa por ser el lugar de filmación de películas como “Gladiador”, “Alejandro Magno”, “La Momia” o “Babel”.
A la hora del encuentro con las obras de la creación, indispensable resulta la visita al Valle de Dades (rumbo oeste, con sus impresionantes Gargantas de Todra, de Dades y la Ruta de las Mil Kasbahs) y al valle de Draa. Hacia este último nos vamos con el dedo marcando el sur, reservando cita con las arenas infinitas.
 
Un viaje extraordinario
 
La travesía es sencillamente extraordinaria. Camino de unos 250 kilómetros, repleto de los paisajes más increíbles que el viajero haya contemplado. Sierras en marrón y grises despuntan a los costados rodeadas de 100 mil millones de palmeras, el río Draa y casitas de adobe aquí y allá. Hombres con túnicas blancas, mujeres con pañuelos a la cabeza y torbellinos de niños tiñen los pueblos por los que pasamos. De repente, el horizonte se abre. Una única cadena montañosa cubre las ventanillas de los costados y el parabrisas, como una ‘U’ constante y todopoderosa. Las sensaciones son indescriptibles.
Después, solo hay ojos para los oasis, para la arena que comienza a meterse en la carretera y las palmeras pegadas a ella. Finalmente, aparece M’Hamid y el desierto en su máximo esplendor. En el límite con Argelia, rodeados de gente salida del ocaso, imposible no creerse el espejismo.


 

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