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20 de Agosto de 2013
Cuidadores domiciliarios: la difícil tarea de elegirlos
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A pe­sar de las li­mi­ta­cio­nes ori­gi­na­das por la fra­gi­li­dad, la persona a cuidar si­gue sien­do un su­je­to con de­re­cho a pro­ta­go­ni­zar su vi­da
En los úl­ti­mos años, el te­ma del cui­da­do del otro em­pe­zó a to­mar ca­da vez más im­por­tan­cia por la pro­lon­ga­ción de los años vi­vi­dos por los avan­ces de la me­di­ci­na.
Nun­ca co­mo aho­ra ha ha­bi­do un nú­me­ro tan gran­de de per­so­nas que su­pe­ren los 85 años y, en un gran por­cen­ta­je, ne­ce­si­tan de la ayu­da de cui­da­do­res pa­ra sa­tis­fa­cer las ne­ce­si­da­des bá­si­cas co­ti­dia­nas. Por otra par­te, ca­da vez hay más so­bre­vi­vien­tes de ac­ci­den­tes y de en­fer­me­da­des gra­ves que an­tes lle­va­ban a la muer­te, pe­ro que aho­ra se con­vier­ten en pa­to­lo­gías o le­sio­nes cró­ni­cas, cu­yos pa­cien­tes pre­ci­san aten­ción es­pe­cial per­ma­nen­te.
Si bien el cui­da­dor prin­ci­pal sue­le ser un fa­mi­liar, quien ade­más to­ma de­ci­sio­nes, la com­ple­ji­dad y la exi­gen­cia de la ta­rea ha­ce ne­ce­sa­rio que el en­tor­no bus­que la ayu­da de cui­da­do­res for­ma­les o pa­gos de tiem­po par­cial o to­tal. In­clu­so hay or­ga­ni­za­cio­nes que pres­tan gra­tui­ta­men­te es­ta ayu­da.
La ta­rea de es­tos pro­fe­sio­na­les con­sis­te en ha­cer lo que la per­so­na ya no pue­de y en es­ti­mu­lar y ayu­dar a que ha­ga to­do lo que aún pue­de: acom­pa­ñar­la pa­ra que no sal­ga so­la a la ca­lle, ayu­dar­la en las ac­ti­vi­da­des de la vi­da dia­ria co­mo co­mer -lo que im­pli­ca­rá en mu­chos ca­sos tam­bién co­ci­nar­le- ayu­dar­la a ba­ñar­se -man­te­ner la lim­pie­za del ba­ño es fun­da­men­tal-; es de­cir, de­be ocu­par­se de lo que son las ta­reas co­ti­dia­nas de la per­so­na que atien­de, co­mo ha­cer la ca­ma, or­de­nar la ha­bi­ta­ción, etcétera. Es­to sig­ni­fi­ca que el cui­da­dor se va a ocu­par del or­den del es­pa­cio de la per­so­na que cui­da, pe­ro no que se trans­for­ma­rá en la em­plea­da do­més­ti­ca.
Otra de las fun­cio­nes de un buen cui­da­dor do­mi­ci­lia­rio es de­tec­tar los sig­nos de aler­ta y to­do cam­bio que pue­da te­ner la per­so­na pa­ra in­for­mar­le a la fa­mi­lia y con­sul­tar al equi­po tra­tan­te. Tam­bién es un fa­ci­li­ta­dor en­tre la per­so­na y su in­te­rac­ción so­cial y su prin­ci­pal fun­ción es lo­grar que la per­so­na que atien­de ten­ga la me­jor ca­li­dad po­si­ble de vi­da den­tro de las li­mi­ta­cio­nes de su es­ta­do fí­si­co y/o men­tal, lo que le per­mi­ti­rá te­ner pro­yec­tos de vi­da y mo­men­tos pla­cen­te­ros, a pe­sar de to­do. Pa­ra que es­to sea po­si­ble, se ne­ce­si­ta en­ten­der qué le pa­sa a la per­so­na que cui­da y cuál es el me­jor cui­da­do que pue­de re­ci­bir.
Si bien los cui­da­do­res ayu­dan a la sa­tis­fac­ción de los re­que­ri­mien­tos de la vi­da dia­ria ta­les co­mo le­van­tar­se, ves­tir­se, ali­men­tar­se, asear­se, tras­la­dar­se, hay otras ne­ce­si­da­des co­mo la de com­pa­ñía. Des­de los es­tu­dios cien­tí­fi­cos, ca­da vez hay más prue­bas de que las per­so­nas es­tán sa­nas o en­fer­mas no só­lo en re­la­ción de lo que ocu­rre con su bio­lo­gía, si­no tam­bién en fun­ción de lo que ocu­rre en su en­tor­no y de la ca­li­dad de las re­la­cio­nes que man­tie­nen con el mis­mo. Por eso es muy im­por­tan­te que el cui­da­dor sea una fa­ci­li­ta­dor de las in­te­rac­cio­nes so­cia­les.
A su vez, es con­ve­nien­te que la per­so­na que va a ser cui­da­da par­ti­ci­pe en la me­di­da de sus po­si­bi­li­da­des de la elec­ción de su cui­da­dor. El buen vín­cu­lo que se es­ta­blez­ca se­rá la ba­se que per­mi­ta el cui­da­do más ade­cua­do. Si no par­ti­ci­pa de es­ta de­ci­sión, sen­ti­rá que la fa­mi­lia “le me­te a al­guien en la ca­sa” sin te­ner­la en cuen­ta y que es tra­ta­da co­mo un ob­je­to. Es ne­ce­sa­rio re­cor­dar que a pe­sar de las li­mi­ta­cio­nes ori­gi­na­das por la fra­gi­li­dad, si­gue sien­do un su­je­to con de­re­cho a pro­ta­go­ni­zar su vi­da.
 
Sugerencias
 
Ge­ne­ral­men­te es la fa­mi­lia la que eli­ge al o a los cui­da­do­res, una ta­rea di­fí­cil por­que se es­tá se­lec­cio­nan­do na­da me­nos que al en­car­ga­do de un ser que­ri­do y vul­ne­ra­ble.
Es muy im­por­tan­te que en la char­la de se­lec­ción los fa­mi­lia­res sean muy cla­ros con la ta­rea que se es­pe­ra que cum­pla la per­so­na y que sean rea­lis­tas en lo que el cui­da­dor pue­de lle­gar a rea­li­zar.
En es­ta elec­ción se su­gie­re te­ner en cuen­ta que la per­so­na que lle­va a ca­bo la ta­rea del cui­da­do pue­da:
• Mos­trar cor­te­sía, ama­bi­li­dad, con­si­de­ra­ción y res­pe­to por las cos­tum­bres per­so­na­les.
• Te­ner fa­ci­li­dad pa­ra co­mu­ni­car­se: com­pren­sión del len­gua­je ver­bal y ges­tual de la per­so­na que cui­da pa­ra com­pren­der­lo. Ca­pa­ci­dad de es­cu­cha, de pe­dir opi­nión, in­te­rés por com­pren­der al pa­cien­te y ha­cer­se en­ten­der.
• Ser há­bil pa­ra es­ta­ble­cer con­tac­to y or­ga­ni­zar­se en re­la­ción a los ho­ra­rios y tiem­po de es­pe­ra.
• Mos­trar ca­pa­ci­dad de res­pues­ta: res­pon­der a tiem­po y con di­li­gen­cia. Adap­ta­ción fle­xi­ble a las de­man­das y acom­pa­ña­mien­to an­te el do­lor.
• Preo­cu­par­se por la se­gu­ri­dad fí­si­ca del pa­cien­te y por el cui­da­do de los re­cur­sos ma­te­ria­les que dis­po­ne pa­ra la aten­ción del en­fer­mo.
• Te­ner com­pe­ten­cia pro­fe­sio­nal: con­tar con co­no­ci­mien­tos y ha­bi­li­da­des que le per­mi­tan rea­li­zar su ta­rea.
Fuen­te: Lic. Mó­ni­ca Spre­ga -Psi­có­lo­ga So­cial de Hirsch. FUN­CEI, Bue­nos Ai­res.

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