Esta historia empieza a principio de los años 80, con un muchacho tocando el piano en un bar de San Paulo, Brasil. El muchacho apenas si tiene 20 años y acaba de dejar la universidad de música clásica y su ciudad natal (Córdoba) “para tocar rock and roll”. Y sabiéndolo o sin saberlo está haciendo carne aquellos versos que por esos días escribe Charly García: “Me escapé sin pensar/ escuché a Los Beatles y me fui a buscar la soledad”. Quizás porque no se podía ser rockero sin sobrepasar límites y fronteras o porque no se podía cantar ningún “Twist y gritos” de amor o descontento abrazado a la fría cintura de la academia. Al menos así lo era por esos años. Lo cierto es que por todas esas razones y sinrazones, pero sobre todo por el ímpetu irrefrenable de la juventud, el muchacho estaba siendo, en cuerpo y alma, eso que hoy se llamaría “un músico popular”. Y no sólo para sus estudiosos compañeros de Chopin que lo habían despedido en la terminal de la Docta, sino también para los músicos callejeros del presente, esos que desde la universidad enseñan el noble oficio de la juglaría, el ABC del artista cachorro.
Por si esta introducción fuera muy subjetiva, valgan entonces las palabras que el propio muchacho dirá 30 años después: “El músico popular es el que sale a tocar, no el que se encierra en una pieza a componer para el futuro. Es el que no necesita de un gran teatro ni de un centro cultural para mostrar sus canciones”.
Quien firma estas palabras es el pianista Claudio Vittore, coordinador de la Licenciatura en Composición Musical de la UNVM y uno de los responsables en la organización del Cuarto Congreso Latinoamericano en Formación de Música Popular.
-¿Cómo es eso de “formar académicamente en música popular”?
-Siempre digo que la propuesta musical de la UNVM plantea de entrada un contrasentido, ya que en música pareciera que lo popular y lo académico no deberían tocarse nunca. Pero hay muchos egresados nuestros que demuestran que eso es un prejuicio, ya que se están insertando musicalmente en el país y en el exterior tocando tango, folclore, jazz o rock, que son los cuatro pilares de nuestra carrera. Y ellos tienen conocimientos muy sólidos al respecto.
-¿Es decir que los géneros populares se encaran con la misma seriedad que los clásicos?
-Exactamente. Si vos te fijás, lo que se enseña en las carreras de música del país es generalmente eso, música clásica centroeuropea. Y aunque no sea nuestro campo de estudio, esa música ha sido motivadora de un rigor para estudiar que me parece muy interesante. De la música clásica no tomamos el prejuicio con el que algunos suelen mirar a lo popular, sino el rigor en el estudio. Nos interesa profundizar en músicos como Piazzolla o Los Beatles con la misma seriedad y rigor que en un conservatorio abordan a Bach.
s Identidad versus globalización
-El lema del congreso plantea un debate que trasciende la música: “Identidad y globalización”, ¿cómo surge?
-Cuando trabajábamos en el armado del congreso con músicos y docentes, pensamos en un tema que fuese ineludible en estos tiempos y que sirviera como disparador de las conferencias. Entonces nos hicimos muchas preguntas. ¿Qué pasó con la música originaria tras la llegada de Internet? ¿La globalización juega a favor o en contra de los géneros autóctonos? ¿Cuál es el futuro de la música de los países? De todas estas preguntas surgió el lema.
-¿Vos qué pensás de este “River-Boca”?
-En lo personal, debo decirte que me he ido modificando. El avance de la tecnología es tan vertiginoso que no te da tiempo a nada. Y ya no sé si a ese avance lo tenés que parar o lo tenés que dejar fluir. Pero fuera de eso, la globalización es una realidad y la red llega a los lugares más recónditos. Hoy, hasta en las escuelitas rurales hay acceso a la información. Y eso incide necesariamente en el espacio geográfico y cultural. De nuevo me digo, ¿hay que preservarse o hay que dejarse modificar? Con los colegas nos hacemos estas preguntas todos los días y por eso este congreso, ya que creemos que muchos se las están haciendo en otros países y cada uno tiene posiciones tomadas.
-¿Qué pasa con los folclores en estos tiempos de globalización?
-¡Cosas muy raras! Hace unos meses, unos alumnos se armaron un grupo de música andina y se fueron a dedo a Bolivia y Perú. Y me contaban que al pasar por Salta, los gauchos de allá escuchaban reggaetón. ¡Los pibes no lo podían creer! En Córdoba, si escuchás algunos grupos de cuarteto, no sabés si lo que suena es cuarteto o merengue. Esas fusiones antes de la globalización no existían.
El impacto en la ciudad
-¿Cuán rápido ha cambiado el panorama musical del mundo?
-Si nos ponemos a pensar en lo que sucedía hace 200 años, te diría que no hubo cambios demasiado abruptos. Pero hace 100 apareció la radio y cambió el modo de concebir la música popular. Hace 50, con la televisión los cambios fueron inmensos, pero hace 10 Internet ha hecho que la modificación sea exponencial y se disparara en todas las direcciones.
-¿En qué notás ese cambio exponencial?
-Cuando yo tenía 20 años la única tecnología que había para hacer música era el papel y el lápiz. Y a la música la tenías que leer e imaginártela sonando. Hoy, la música se escribe con una computadora y con un botón va sonando eso que escribiste. La tecnología no sólo cambió la manera de pensar, sino también de crear y vivir de la gente. Y la valoración que se pueda hacer a favor o en contra de la tecnología es muy difícil. Cada vez me cuesta más pronunciarme a favor o en contra.
-¿Cómo ha impactado la carrera de música en la ciudad?
-Toda universidad plantea diversidad y eso es lo que se está viendo hoy, un cambio cultural y social impresionante. En cuanto a la carrera un montón de alumnos nuestros van a tocar en bares, en pubs o en algún teatro, solos o con sus grupos, en la calle, en la pieza de su casa o en una sala de ensayo. Ha crecido muchísimo el número de músicos por habitante. ¡Mucho más que de médicos! (risas).
-A juzgar por la cantidad de CD que se editan, también priorizan la producción…
-Nuestra idea es que nuestros alumnos se produzcan en todos los sentidos. Por suerte tenemos a un tipo como Hernán Cohen, que desde las consolas ayuda muchísimo a la autoedición, para que los chicos vendan su demo o lo suban a Internet. También hay un grupo de egresados y alumnos avanzados con unas pilas impresionantes que armaron un sello discográfico independiente. Son tipos que se buscan el trabajo y no que esperan que alguien se los dé. Y eso es fundamental en un músico independiente.
Iván Wielikosielek
-Especial UNVM-