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18 de Enero de 2009
LECTURAS de VERANO
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Las mujeres coparon la edición de hoy. Tres jóvenes de la ciudad hicieron contacto con nuestro suplemento para dar a conocer alguna de sus producciones.
Alicia Peressutti, nació en 1969 en Ucacha. Es docente de nivel terciario y productora publicitaria de televisión. Es la autora de la nouvelle “Buscando a Ana” que publicó el año anterior. Su nuevo libro “Días de esclavitud” se encuentra en prensa. Mientras va corrigiendo algunos detalles de su novela con tintes históricos llamada “Los secretos del General”, está escribiendo otras historias con temáticas inéditas en la ciudad. El texto que publicamos hoy, tiene ya algunos años y conforma una serie de cuentos regionales y pintorescos que quizás alguna vez recopile.
Ana Sarmiento, tiene 34 años, nació y vivió toda su vida en Villa María. Es psicopedagoga aunque se desempeña en la administración de ventas de una concesionaria local. Los micro-poemas que nos acerca fueron rescatados del olvido y se los ponemos a consideración.
Julia Scarone nació en Villa María en 1981, es estudiante avanzada de la licenciatura en Diseño y Producción Audiovisual (UNVM). En su reciente blog personal (www.juliascarone.blogspot.com) “cuelga” sus textos que encadenan sus lecturas como retazos de una obra en confección. La narración que presentamos tendrá su continuación próximamente, para ofrecerles una idea de lo que esta joven de la ciudad publica en su espacio de la red.
Tres mujeres con estilos diferentes que ansiamos sean de su agrado.
Hasta el próximo domingo.

Darío Falconi
eldiariocultura@gmail.com



El Rosendo: Alicia Peressutti

Cómo usted sabrá “Patrón”, lo tengo que dejar, así que tómeme la palabra como una renuncia nomás. El asunto no es fácil de explicar aunque un hombre tan entendido como usted seguro podrá comprender por qué me tengo que ausentar. La cuestión es que este humilde peón se quiere casar pero para ese gran acontecimiento primero una novia ha de encontrar.
Ahí iré a recorrer selvas, montañas y pampas hasta que una mujer pueda hallar. ¡No se ría “Patrón”! Será que no confía en que la encuentre, pero mire hombre, si se casó el Rosendo Trébol, ¡cómo yo que no soy tan fiero no me voy a casar!
Para que me tenga fe le voy a contar la historia del Rosendo Trébol que fue el caso más comentado de Liebre Muerta, su pueblo de origen. ¡Ahí nacieron los mellizos Rosendo y Ramón Trébol en una fría mañana de San Pedro! Ramón nació primero y llegó al mundo favorecido con unos cabellos negros de noche y unos ojos de gato que alumbraban en la oscuridad, encandilaban desde la cuna. Era tan lindo, ojos, pelo, boca, una completa bendición.
En cambio el Rosendo. ¡No había ojos con qué mirarlo, sí que la naturaleza fue injusta! Nació con la nariz tres veces más grande, además con unas protuberancias que asustaban, la cara como luna llena y los dedos de la mano largos como alambrados. ¡No tenía nada a favor! Cuentan las malas lenguas que la madre los contemplaba en la cuna y siempre repetía. “¡Cómo uno me salió tan lindo y el otro tan fiero!” ¡Porque era fiero, espantaba a la mismísima sombra! La madre de tan desesperada todas las noches le prendía tres velas a la Virgencita para que le hiciera el milagro de mejorarlo ¡Y la verdad que si mejoraba hubiera sido un milagro!
Los mellizos crecieron y el milagro no ocurrió, por el contrario las virtudes y defectos se acrecentaron. El Ramón siempre se paseaba con la muchacha más pretendida del pueblo mientras que el pobre Rosendo andaba más solo que perro extraviado. Por aquellas épocas la hija de los Rodríguez, “la Rosaura” cumplió diecisiete ¡Y se puso tan bonita la mocosa que no había mozo que no le quisiera acariciar las trenzas! La niña se veleteó por las veredas de ladrillo colorado hasta que conoció al Ramón, quien la encandiló con sus ojos de puma en celo y en menos de lo que canta el gallo se pusieron de novios. ¿Y sabe qué? ¡El pobre Rosendo también se enamoró de la Rosaura! Vivía escondiéndose entre los tamarindos en flor, para verlos mimarse. Estaba tan obsesionado el hombre que hasta se olvidaba de comer o dormir. ¡No se me apure “Patrón”, no haga conjeturas al voleo, que seguro no va a acertar con los pensamientos!...
Era una tardecita dominguera de marzo cuando la jarra de sangría iba y venía, de una punta a la otra del rancho de los Trébol, ¿El motivo? Se festejaba el cumpleaños número “veinticinco” de los mellizos, la ocasión ameritaba que la taba no parara de cruzar el patio. Cuando el sol se estaba terminando de esconder entre los paraísos, el Rosendo enfiestado por unas copas de más le susurró al hermano al oído:
—¡A ver si sos hombre carajo! Y me jugás un partido sin intermediarios...
El Ramón de puro agrandado y ante la mirada atónita de los presentes aceptó a las carcajadas, como sobrándolo en la apuesta. Envalentonado el Rosendo agregó:
—¡Jugamos por la Rosaura! ¡El ganador se casa con ella!...
“Patrón...” hasta las moscas se quedaron quietas. Las hormigas abandonaron sus últimas cargas de provisiones y las ranas se quedaron mudas. El tocadiscos rayó el disco y las visitas se ausentaron para dejar a los hermanos solos en la disputa. Nadie supo a ciencia cierta quién ganó.
Al cabo de unos meses el Ramón para alivio y sorpresa de todos le pidió casamiento a “la Rosaura”, con la única condición de que el novio y la novia concurrieran a la ceremonia con un velo en el rostro. Preparativo va preparativo viene llegó el día tan esperado, el treinta de junio. La tarde se presentó envuelta con un manto de oscuridad que espantaba hasta a los muertos, un viento helado cortaba en dos a cualquier ánima que caminara por los alrededores de Liebre Muerta. Las viejas chismosas cuchicheaban acerca de la suerte de los novios. Al anochecer la luna se mantuvo oculta detrás de unos nubarrones negros, reinando las sombras a cien kilómetros a la redonda. La ceremonia comenzó bien entrada las nueve de la noche, a pesar de los presagios. Transcurrió sin sobresaltos ante un silencio que helaba la sangre. El cura terminó con las bendiciones ante Dios y ante los hombres, sólo faltaba que los novios se descubrieran el rostro para el beso final…
“¿Adivine quién era el novio Patrón?...”


Palabras de Lucas sobre “La gente que se queja”: Julia Scarone

Hoy tuve hora libre, porque la profe de Física se enfermó. Mis compañeros de curso se fueron al quiosquito de enfrente, pero yo me quedé en la escuela para ir a la cantina. A la mañana la atiende Natalia, una chica que me gusta desde segundo año, nunca me dio bola, supongo que por la diferencia de edad, tiene cinco años más que yo, cuatro y diez meses para ser más específicos. Hace dos meses, sin embargo, me dijo que me veía cambiado, más adulto, eso me dio esperanza, así que empecé a ir más seguido a charlar con ella, cada vez que tenía oportunidad me hacía una escapadita. Ese día, para mi sorpresa, estaba atendiendo la dueña, la señora Noelis (con “s”, no con “a”, se enoja con los que le dicen Noelia).
Es una mujer bastante malhumorada, igual le pregunté por Natalia, me dijo que esa mañana no se sentía bien y que por eso había faltado, yo le conté que mi profesora de Física también estaba enferma y ahí se desencadenó todo. “¿Y cómo no van a estar enfermas?”, me dijo enojada, “si el clima en esta época parece manejado por el diablo. Uno sale temprano y hace frío, cerca del mediodía el calor parte la tierra y hay que desabrigarse, a la nochecita vuelve a refrescar, ahí te agarra desprevenido y listo, en cama una semana sin poder hacer nada. Encima las chicas de hoy, ven un rayito de sol y ahí nomás se destapan, un desfile de musculosas y polleras cortas parece la calle, es como si llamaran a la desgracia. Todo es culpa de la televisión, puro culos y tetas todo el día, nada bueno para ver, si no es sexo es violencia, nada es como antes…
Dios mío, a qué hemos llegado. Mi hija está todo el día con esos programas de chimentos, y a mí no me queda otra que sentarme a mirar, porque si digo algo se arma la podrida. Mi marido, que en paz descanse, era igual. Siempre mirando esas mujeres medio desnudas con cara de baboso, y delante de mis narices, hasta cuando íbamos en el auto, no había pantalón ajustado al que no le quisiera clavar los dientes. El creía que yo no me daba cuenta, pero si eh, me daba mucha cuenta, pero no decía nada, total iba a seguir mirando, por eso se debe haber muerto joven, por un castigo de Dios.”
Y así, siguió quejándose, del dolor de los huesos, de los médicos, de los perros que le destrozaban el jardín, de los gatos que hacían pis en su patio, de los dueños que no mantenían a sus mascotas dentro de la casa, del carnicero que le vendía carne en mal estado, de los remedios que ya no eran como antes, de sus hijos que no la escuchaban, de sus amigas que ya no iban a visitarla, de sus kilos de más, de su soledad, de su tristeza, de sus nostalgias… de toda su vida.
Cuando ya me estaba por explotar la cabeza, sonó el timbre del recreo, aproveché para irme y la saludé de lejos.
Pero llegando al aula tuve el impulso de volver, de preguntarle algo, no podía ser que una persona dentro de todo joven, viviera quejándose de todo, no podía entenderlo, llegué al mostrador y le dije preocupado: “Señora Noelis, si tanto mal le hacen sus dolores, su tristeza, sus kilos de más… ¿Por qué no va al médico? o haga dieta, salga a caminar, diviértase… trate de cambiar las cosas que le molestan”. Asintió con la cabeza y me miró irónica, “Como si fuera tan fácil, nene, vos porque sos joven, pero yo estoy vieja y cansada. Me quedo así, porque no hay nada que hacer”.
La miré, no dije más nada y me fui pensando. Cada cual elige, en la medida de lo posible cómo quiere vivir, a mí me parece que uno debe aprender a ir por el camino de las cosas que le hacen bien, y que todos sabemos, algunos más otros menos, cuáles son esas cosas y cuáles no, distinto es que no sepamos o no queramos verlas. Si uno aprende a “convivir” con todo eso, se queja y no hace nada para cambiar, quizás la situación no es tan grave, quizás el mal no sea tan grande y por supuesto, lo más cómodo sería quedarnos así, quietos, esperando que la situación empeore para decidirnos finalmente a actuar… o no.
Si alguna vez, esto me pasa a mí, ojalá me dé cuenta a tiempo, para que no sea demasiado tarde, para no ver la vida desde un costado del camino.

(Continuará).



Poemas: Ana Sarmiento

Cansada de la vida
un día quiso decir adiós
nunca se animó a despedirse
nunca pudo ser feliz.

* * * *

Dormir, dormir, dormir,
soñar, soñar, soñar,
despertar siendo otra.

* * * *

Por qué no puedo escribir un poema de amor
por qué me cuesta hablar sobre mis hijos
por qué las flores y el arco iris
no son inspiración de mis días,
¿por qué?

* * * *

Me desperté preocupada
no pude dormir más
la vida me jugó una mala pasada
ya no estabas, ya no vuelves
ya no estás
nosotros sí
esa es la mala.

* * * *

Y después la nada,
la desolación
la confusión
las presiones
los niños
las responsabilidades
y yo,
y yo que no sé hacer nada.

* * * *

El tiempo pasa, pasa y pasa
y con él los recuerdos, las ganas.
Abrir los ojos y necesitar ser feliz
felices para siempre.

* * * *

Nacer,
crecer,
reproducirse,
morir,
las etapas y estados de la vida
me falta morir
aunque muchas veces estuve muerto.

* * * *

Me pediste que escribiera
sonreí
sólo cuando no estás escribo
solo cuando no estoy.


* * * *
Nunca me imaginé
haciendo esto,
nunca me imaginé
esta vida
¿cuál vida?
la de hoy o la de antes
no creo en la reencarnación
pero tuve otra vida
otro hombre
otro amor
otros proyectos
no creo en la reencarnación
sé que la tuve.

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