Virtuoso multiinstrumentista y compositor, Hermeto Pascoal es uno de los compositores brasileños más importantes de todos los tiempos. Nacido en la pequeña localidad nordestina de Canoa da Lagoa hace 77 años, es referente ineludible de la vanguardia de su país. Junto a su joven esposa, la cantante “gaúsha” Aline Morena, pasó por Villa María como invitado de honor al Cuarto Encuentro de Música Popular de la UNVM. Se despidió con un recital donde hizo participar a músicos locales y le puso el micrófono a un monito de juguete.
Si uno ha de creer en el destino, debiera decir que el nacimiento de Hermeto Pascoal ya estuvo tocado por la originalidad. Y si no, ¿qué hace un niño albino en un pueblo de campesinos que no puede trabajar porque le hace mal el sol? A la respuesta la sabe todo Canoa da Lagoa: tocar durante horas y horas el acordeón de su padre hasta sacarle sonidos impensados. Y así, con sólo 12 años, el niño ya es el encargado de animar cada fiesta en aquel pueblito del nordeste. La carrera de Hermeto no hacía más que empezar; y luego vendría el piano, el saxo, las flautas, las percusiones, la guitarra... Más de 50 instrumentos se rendirán ante el talento absolutamente autodidacta del muchacho de cabello como la nieve.
Lo que vino después lo sabe todo Brasil y una gran parte del mundo. Hermeto fusionó como nadie el jazz con el bossa y la música clásica, consiguiendo lo que podría definirse como el “sonido Hermeto”, o lo que a él gusta llamar “música universal”, despojada de preconceptos teóricos. Pascoal tocó en los mejores festivales de jazz del mundo y con los mejores músicos de su país. Desde 1970, lleva grabada una veintena de discos solistas y una decena de discos en grupo, colaborando con verdaderos monstruos del jazz como Miles Davis. Y ahora, 43 años después de su primera placa, la leyenda albina del Brasil está en Villa María, cómodamente sentado en un sillón del City Hotel con su bella y jovencísima mujer Aline (su “fan número cero”, como ella dice).
Si debo decir desde mi escasa formación musical lo que siento frente a Hermeto, es que ese hombre de sombrero es pura música, porque se pone a bailar una ciranda en la vereda antes de entrar al hall y canta solo. Porque cuando habla, en realidad está cantando, y cuando toca un instrumento, le hace salir sonidos como si hablara. Luego se sienta en el sillón de cuero y hace ritmos con las dos manos. Un zurdo y un redoblante. En eso se ha convertido el almohadón mullido y grave y el posabrazos duro y agudo del sillón del hotel. Y cuando saca del bolsillo de la camisa la cajita de caramelos tic-tac y los hace chasquear como una caja de maní con chocolate, la batucada ya se armó. Aline canta, pero la batucada es él. Ella canta una canción con lenguaje inventado y él grita “mais uma”, para decir que quiere otra vuelta. Y cuando el pequeño recital termina y tras los aplausos se escucha ese distendido silencio posterior a la música (tan parecido al silencio previo a la salida del sol) en el alma de Hermeto la música sigue. Porque maravillosamente y como en un amanecer, empiezan a escucharse cantos de pájaros. Pero salen de su boca casi cerrada, como si tuviera cuatro o cinco canarios en la garganta, pero a la vez estuvieran en altas ramas. Canarios cantando de felicidad en la mañana de Canoa da Lagoa. Y entonces Hermeto vuelve a tener 8 años y a caminar con su acordeón bajo el brazo. Y antes de haber tocado la primera nota de su vida, descubrió que su aura era sonido y que el universo entero era música. Pura música que nunca para.
El sonido del aura
-Comenzaste siendo un músico autodidacta en un pueblito de Brasil. ¿Cuál es la ventaja de haber aprendido solo?
-Es una formación muy linda porque todo lo que yo sé es un resultado maravilloso para continuar queriendo aprender más. Pero yo soy autodidacta hasta con la teoría, porque uso la teoría para mi imaginación y no para saber. Yo sé primero para después usar la teoría y continúo con la intuición. Soy cien por ciento intuitivo. Por eso es que voy a seguir siendo cien por ciento autodidacta. Eso es bueno porque conozco las cosas después de que las siento. Yo uso la teoría y no dejo que la teoría me use a mí.
-Hay músicos que, además de usar la teoría, usan también la computadora…
-Yo podría usar computadora también, pero no lo hago. La computadora está siendo usada de manera “muito errada”. Antes había que ir a estudiar para escribir un arreglo. Ahora, los músicos aprietan un botón y los arreglos suenan sin que ellos hayan tocado nunca ese instrumento para el cual escriben. Y eso no tiene aquel gusto de haber aprendido con naturalidad. Hoy todo es mucho más fácil para un músico. Pero yo digo que la dificultad es “gostosa” también.
-¿Cuál fue tu desafío desde que te asumiste como músico?
-Yo creo que la música es un desafío permanente para todos los que la hacemos, tanto en lo armónico como en lo rítmico y melódico. Cada vez que viene la inspiración, tenemos sólo 12 notas para plasmarla. “¿Vôcé imagina?”. Es muy poco. ¡Y ése es el desafío! Por eso hay que prestarle mucha atención a los colores. A los músicos nos gustan mucho los colores por eso. Creo que si hemos venido a este mundo, ha sido para tener todos los días un desafío, para ir subiendo poco a poco esa escalera que Dios hizo desde la Tierra y que va subiendo. Cuando uno llega como yo a los 77 años, ha subido un trecho. Pero igual pienso vivir unos 200 años más y seguir subiendo (risas). La escalera continúa hasta el cielo y la vida no para.
-Tu música es muy atípica en Brasil, ¿es jazz, es vanguardia, es bossa, es clásica?
-“Es mixturada”. Es lo que yo llamo “música universal” porque no tiene un preconcepto. Para mí, la música tiene que tener calidad y buen gusto sobre todas las cosas. Después no importa el género. Pero esa música que hoy hacen para consumo inmediato, que es algo que no me gusta porque es banal y sin calidad. Cuando escucho eso, me digo “¡por favor, muchachos, toquen algo que esté bien hecho!”. Todo para mí es música. Hasta esta entrevista que estoy haciendo con vos. Yo mientras hablo, siento que toco un instrumento.
-Hace 30 años utilizaste un relato de fútbol para hacer música experimental, como si la voz del relator fuera un instrumento también...
-¡Es que la voz de Osmar Santos era un instrumento maravilloso! A eso lo hice en el disco “Som da aura”. Y yo creo mucho en eso, en percibir el “sonido del aura” de las personas. Es algo que traigo de la infancia. Nací con esa percepción y me di cuenta de algo, que hasta cuando hablamos estamos cantando. Pero este mundo es tan convencional, que no asume ese maravilloso fenómeno natural. Si alguien canta mal, le dicen que desafina, pero nadie dice “es el modo de cantar de esa persona”. Después de aquella canción con Osmar, hice otra con la voz del Papa Juan Pablo Segundo, pero no me la dejaron grabar. Todavía guardo esa cinta.
Dream team
verdeamarelo
-Naciste en medio de dos grandiosas generaciones de músicos brasileños; entre Tom Jobim (nacido en el 27) y Chico Buarque (del 44). ¿Compartiste escenario con ellos?
-No, con ellos no. Con el que sí toqué fue con Edu Lobo (del 43). Incluso grabé con él un disco en Los Angeles. Para mí, Edu Lobo es uno de los mejores compositores brasileños de todos los tiempos. Tiene una personalidad muy grande y no hace las cosas pensando en lo comercial.
-Como vos, que siempre editabas el disco que querías y no el que la discográfica te quería imponer…
-Exactamente. Vos has dicho toda la verdad. Pero yo siempre fui así. La primera vez que me llamaron para grabar, yo vivía en San Paulo. Cuando llegué al estudio “Odeón”, había un papel con el nombre de músicas muy conocidas. Y yo dije que eran muy bonitas, pero que quería grabar las mías. Y el productor me dijo “¡pero si a tu música no la conoce nadie!”. Y yo le contesté “¡hace muchos años, a esas músicas no las conocía nadie tampoco!”. Al final no hice el disco. Y aunque muchos me dijeron que había perdido una oportunidad, yo nunca me arrepentí. Yo no perdí una oportunidad, sino que supe esperar hasta poder grabar lo mío. Esa fue mi verdadera oportunidad.
-En 1996 te propusiste componer una canción cada día del año. ¿Cuál fue la idea de ese proyecto?
-Fue mi “Calendario do som”, un libro con 365 canciones compuestas cada día. Lo hice porque muchas veces me invitaban a fiestas de cumpleaños donde no conocía a nadie y tenía que ir con esa cosa formal del cumplimiento. Pero desde que hice el libro, eso cambió. Ahora, todas las fechas de nacimiento están homenajeadas en ese libro. Y cuando voy a un cumpleaños, puedo regalar esa música. Incluso el libro está en Internet para que lo baje quien quiera.
-¿Cómo fue componer una canción por día? ¿Inspiración? ¿Trabajo? ¿Oficio?
-¡Fue muy fácil para mí! Apenas un “café da manhá” cada día. Yo hago tres o cuatro veces más por día que lo que hice en ese tiempo porque yo no premedito, yo sólo tengo ganas. Ahora estoy haciendo un libro para Aline y estoy terminando otro con 36 músicas. Hice otro para mi primera esposa fallecida y otro con 200 músicas más. Si un día voy al cielo, le voy a preguntar a Dios: “O meu Deus, ¿por qué me diste tanta inspiración? ¿Cómo es que yo hago tantas cosas y otra gente no tiene ganas de hacer nada?”. Le voy a pedir que me abra la cabeza y que me diga por qué soy así, por qué es que no paro.
-¿Y por qué no parás nunca, Hermeto?
-¡Porque yo nunca me siento mal! Al contrario. Yo me siento bien y quiero seguir. Ahora voy a hacer una gira en Argentina y quiero hacer música en cada lugar a donde vaya, dejar mi música en cada universidad. Y acá la voy a hacer también. Pero me parece que no la voy a dejar en un papel, sino que la voy a escribir en la pared, para que la pueda leer quien quiera en Villa María.
Encuentro cercano de dos almas en la Tierra
-Hace muchos años tocaste en Estados Unidos nada menos que con Miles Davis…
-Miles Davis era… bueno, Miles “es”, porque lo estoy viendo aquí mismo ahora… Miles Davis es, “entâo”, un ser humano con una musicalidad que va desde la uña del dedo del pie hasta el último pelo de la cabeza. Un tipo que nació maravillosamente dotado. Tuvo muchos problemas con las drogas, pero cuando yo lo conocí, él tenía 45 años y ya había dejado todo eso. Pero la droga no le hizo perder esa musicalidad extraordinaria. Yo creo que mi encuentro con él fue un encuentro espiritual acá en la Tierra.
-¿Y cómo se produjo?
-Fui a verlo a un show porque mi amigo Airto Moreira tocaba con él la percusión. Yo me había sentado para escuchar, cuando veo que un negro muy bien vestido viene hasta donde yo estaba y me habla de cerca con una voz sexy, un poco ronca. Me dijo que me quería conocer, que nos juntáramos a tocar. ¿Quién será este maricón, pensé? (risas). “¡Eu fiqué apavurado!”. Pero cuando el negro se fue, Airto se me acercó y me dijo “¡es Miles Davis, ‘cara’!”. Después tocamos de manera informal y en el estudio y grabó dos músicas mías para su disco “Live evil”. Luego me invitó a formar parte de su grupo. Se iba de gira por Japón y quería que yo fuera uno de sus pianistas. Pero yo tenía que volver a Brasil y después de nuevo a los Estados Unidos en 15 días. ¡Y no podía hacer eso!
-¿Y le dijiste que no a Miles Davis?
-¡Claro, “cara”! Le dije que no podía. Le dije que tenía que volver a Brasil para componer los mejores sonidos del mundo. Así le dije. El me miró un rato serio, pero después se rió, me abrazó y me dijo: “Albino crazy”. Fue la última vez que lo vi. Pero en realidad todavía lo veo. Era pura música, puro espíritu. Y ahora con nosotros. Lo veo, “cara”. Está acá con nosotros ahora mismo.
Iván Wielikosielek