Los argentinos conmemoran hoy el Día del Abogado por haber nacido en esta fecha, en 1810, Juan Bautista Alberdi, uno de los más lúcidos pensadores argentinos, autor de las “Bases y puntos de partida para la organización política de la Confederación Argentina”, que se tuvo particularmente en cuenta al sancionarse la Constitución Nacional de 1853.
Sin embargo, vaya paradoja, Alberdi nunca ejerció la profesión de letrado en nuestro país.
De todas maneras, aunque vivió gran parte de su vida fuera de la Argentina, Alberdi dejó grandes lecciones de civismo y jurisprudencia, además de ser un acérrimo defensor de la paz y el sistema republicano, diseñó con sus ideas un modelo de país sobre el respeto de los derechos individuales, principios que fueron tenidos en cuenta para la cimentación del país en que hoy habitamos
Al destierro
Alberdi nació en Tucumán y a los 14 años obtuvo una beca para estudiar en el Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires (hoy Colegio Nacional).
Luego siguió la carrera de Abogacía en la Universidad, pero al completar sus estudios ocurrió que el gobierno de Juan Manuel de Rosas impuso un juramento de fidelidad al régimen federal, como requisito para la habilitación profesional.
Alberdi, quien ya había sufrido como periodista el cierre del inofensivo del periódico La Moda por parte del gobernador bonaerense, no quiso aceptar otra humillación y prefirió marchar al destierro.
Cuenta la historia que en 1838 subió al bote que iba a acercarlo hasta el barco en el que emprendería viaje a Montevideo y, todavía a la vista de las autoridades y público del puerto, arrojó al agua el cintillo punzó que la dictadura exigía como uso obligatorio.
En la capital uruguaya trabajó en un diario e impulsó la expedición libertadora encabezada por Juan Lavalle, pero ante el fracaso de la misma revalidó su diploma de abogado y vivió de sus honorarios.
Al producirse el sitio de Montevideo por las tropas rosistas encabezadas por Manuel Oribe, Alberdi viajó a Europa y cuando retornó se radicó en Valparaíso.
Un programa, un país
Había llegado a Chile con sus últimos ahorros y ejerció el periodismo para sustentarse, pero al poco tiempo presentó una tesis sobre “El Congreso Americano” en la Universidad y se dedicó intensamente a la Abogacía.
Su talento lo hizo distinguirse en el foro y llegó a ser el profesional mejor remunerado de esa ciudad trasandina. Con sus ingresos compró la quinta Las Delicias, en donde recibía los domingos al mediodía a los emigrados argentinos y sus familias. Allí se enamoró de Matilde, la hija de su amigo Carlos Lamarca.
Cuando Justo José de Urquiza derrotó en Caseros a Rosas, Alberdi escribió “Bases y Puntos de Partida para la Reorganización Institucional”, sugiriendo la implementación de un programa republicano que estableciera la libertad de cultos, el liberalismo económico y el fomento de la inmigración.
En relación a la educación propuso dejar a un lado la instrucción humanística, para acentuar la formación de artesanos que supieran labrar la tierra y construir caminos, puentes y ferrocarriles. “No necesitamos abogados, sino técnicos”, sostuvo tajantemente.
En 1855, el presidente Urquiza le pidió a Alberdi que viajara a París como embajador, para evitar que las naciones europeas reconocieran a Buenos Aires como nación independiente. Hacia allí partió el tucumano directamente desde Valparaíso, sin regresar a la Argentina.
Poco después, cuando Bartolomé Mitre venció a Urquiza en Pavón y el país se unificó bajo su mando, decretó la cesantía del diplomático.
También por esos años, al producirse la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, Alberdi condenó la actuación argentina. Dijo que era una confrontación absurda, hecha por la vanidad de los gobernantes y que, si algún país tenía algo de razón, era más bien el Paraguay.
El gobierno argentino, entonces, lo acusó de traidor a la patria y Alberdi debió permanecer exiliado en Francia otros 14 años.
Después de la confrontación franco-prusiana escribió “El crimen de la guerra”. Con estilo de abogado fue encadenando los argumentos para demostrar que la guerra no es un derecho, sino un delito; y que la Justicia sólo es tal cuando es impartida por un tercero imparcial.
El año que se fue
Recién en 1879, cuando estaba a punto de cumplir los 70 años, arrastraba los pies y era una figura legendaria, Alberdi regresó a su patria. Había pasado 41 años en el extranjero, aunque siempre escribió sobre su país.
Fue entonces que en la Facultad de Derecho de Buenos Aires pronunció una conferencia, “La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual”. Pero la emotividad de sus años le impidió completar la lectura y le pidió a Félix Frías que terminara de leer las cuartillas que él había preparado. No tenía fuerzas tampoco para empezar de nuevo a litigar.
Volvió a París, donde murió solo y soltero (tuvo un hijo, pero no lo reconoció), en una casa de salud del suburbio de Neully Sur Seine, el 29 de junio de 1884.
Por entonces, gobernaba otro tucumano, Julio Argentino Roca, y el país se incorporaba definitivamente a la modernidad sobre la base del modelo agroexportador con el puerto abarrotado de inmigrantes, la Pampa y la Patagonia ensangrentada por la Campaña del Desierto, con las reformas legales exigidas desde Gran Bretaña, el fraude y la restricción electoral y con el tren que, desde hacía 17 años, había llegado a la naciente Villa María de Manuel Anselmo Ocampo. Alberdi resistió los abusos de la dictadura, diseñó la arquitectura constitucional de la República y exaltó la armonía entre las naciones. Aunque nunca ejerció la profesión en su país, dejó a los abogados la mejor de las lecciones: defendió la paz y el sistema republicano, aun al costo de sufrir en carne propia el destierro y las persecuciones.
En el mundo
En tanto, en el mundo, el Día del Abogado coincide con el día de San Ivón de Kermartin, nombre con el que fue canonizado Ives Helory, el patrono de los abogados del mundo y quien, nacido en Francia de familia acaudalada, cursó estudios de derecho canónico en París y Orleans.