Si agarra un mapa de la zona central de nuestro continente y ve que dice “Congo”, es que otra vez le dio a la ginebra y tiene entre sus manos uno de Africa. Pero si efectivamente toma el mapa de América y pone la vista en el centro estará contemplando el área donde se asentó una de las civilizaciones más emblemáticas de la historia universal: los mayas. Grupo humano que tras conocer la gloria cayó en desgracia hasta su casi total extinción. A quien esté imaginando alguna analogía con los hinchas de San Lorenzo, decirle que tiene un corazón muy vil.
Para aumentar las precisiones, hará falta aclarar que los mayas residían en los territorios que hoy ocupan buena parte de Guatemala, Honduras, El Salvador, Belice y el sur de México. De hecho, este último país aprovechó aquel legado bautizando con el nombre de Riviera Maya a una de sus zonas de playa más populares. Perverso el destino, que quiso cambiar a los hombres y mujeres que marcaron un antes y un después de la Astronomía y las Matemáticas, por yanquis en tanga atragantándose de hamburguesas y daiquiris en los hoteles “All Inlusive”.
Con todo, la memoria de los mayas y su leyenda de 3.000 años de proezas aún se conserva en múltiples rincones de la región. El mejor ejemplo de ello es Chichén Itzá y sus famosas pirámides. Las mismas que servían para distintos rituales religiosos, siendo los sacrificios los favoritos de los sacerdotes. “Vos tranqui que yo ahora te abro el pecho con este pedazo de piedra y te arranco el corazón para que lo veas antes de que te vayas a tocar el arpa por ahí”, les decía a sus sudorosas víctimas para tranquilizarlas.
Otros puntos destacados del patrimonio son Quirigua, Tikal, Comalcalco y Uaxactún, por sólo citar algunas antiguas ciudades. Nombres difíciles de recordar y fáciles de olvidar, queda claro. Ahí se les escapó la tortuga a los mayas, que habrán sabido mucho de constelaciones y logaritmos, pero de marketing poquito y nada.