La deuda externa nacional es incluso más antigua que nuestro país. El primer empréstito fue tomado antes de nuestro génesis. Después de la descolonización, el 17 de diciembre de 1824 las autoridades del Gobierno de Buenos Aires aprobaron un empréstito de un 1.000.000 de libras esterlinas.
El famoso empréstito de la Baring Brothers gestionado por el entonces ministro B. Rivadavia debía de servir, entre otras cosas, a dotar de un moderno puerto y aguas corrientes a Buenos Aires, además de consolidar la frontera con los indios fundando varios pueblos.
La deuda fue colocada en Londres al 70% de su valor y como el prestamista comenzó reteniendo el servicio de dos anualidades, a Buenos Aires llegó poco más de la mitad del préstamo acordado. Pero por si esto no bastase, la Baring Brothers no mandó oro, sino órdenes de pago contra comerciantes ingleses de Buenos Aires.
El famoso empréstito recién pudo cancelarse en 1904, pero para entonces la Nación ya se encontraba fuertemente endeuda con otros préstamos.
Desde siempre, el enorme peso de la deuda condicionó de forma lamentable la política económica; situación que pudo revertirse tan sólo después de la Segunda Guerra Mundial, donde el país se encontró con altas reservas acumuladas que en parte se utilizaron para cancelar las deudas con el exterior.
La deuda ilícita
En marzo de 1976 se empieza a escribir el tramo más triste y oscuro de nuestra historia: el terrible y brutal proceso de facto iniciado que también provocó la interrupción de la industrialización nacional con un aniquilamiento total de las organizaciones sociales y un aumento exponencial de nuestra deuda externa.
Hasta entonces, y según estimaciones propias del Banco Mundial, el país contaba con una deuda externa de 7.723 millones de dólares, una deuda manejable y que había crecido sólo cíclicamente en períodos de crisis.
La abundante liquidez mundial (petrodólares) generó fondos disponibles para los países subdesarrollados. Argentina sometida a malintencionadas políticas macroeconómicas vio crecer su deuda sin contrapartida del crecimiento de su PBI, empleándosela para sostener una política económica que significó el aumento del desempleo y una caída excepcional del nivel de actividad.
Finalmente la deuda pública externa alcanza a 45.087 millones de dólares en 1983 antes de asumir Alfonsín, creciendo en este oscuro período más del 400%, consolidando profundas limitaciones futuras para aplicar políticas macroeconómicas.
La deuda actual y los fondos buitres
Después de la fiesta neoliberal a costa de privatizaciones y préstamos de la década infame de Menem, la deuda supuso un peso tan grande que el Gobierno de la alianza fue impotente y no pudo evitar el debacle.
El 20 de diciembre de 2001, el por entonces presidente De la Rúa renuncia a su cargo en medio de colosales disturbios en Plaza de Mayo. La deuda externa escalaba a 140.242 millones de dólares.
La caótica salida de la convertibilidad cobró cara su transición: el país pasó por la peor crisis económica de su historia y al terminar Duhalde su mandato, la deuda externa era de 178.000 millones de dólares.
Kirchner asume en mayo de 2003, recién en septiembre de ese año se logra cerrar un acuerdo de refinanciamiento por tres años con el FMI en el que la Argentina se compromete a pagar los intereses de esa deuda.
Tras frustradas negociaciones, el 25 de febrero de 2005 la Argentina con Lavagna como ministro de economía logra cerrar uno de los capítulos más complejos de la reciente historia económica al ponerle fin al famoso default. Se reestructura el 80% de la deuda y en la reapertura de las nuevas negociaciones de 2010 sólo una pequeña porción quedaría a la espera especulativa, los buitres hacen su jugada al comprar a bajo precio los bonos y pretenderlos cobrar bajo presiones y lobbies apropiados en su vencimiento.
La realidad actual muestra al país con un bajo nivel de deuda y con libertad para ejercer su soberanía económica, un logro que ojalá sepamos conservar.
Licenciado Alfredo Koncurat
Asesor – Consultor de Empresas
www.alfredokoncurat.com.ar