Nacido en Pozo del Molle y radicado en Villa María, el autor viene de publicar “Cuentos perros”, en cuyas páginas convive el amor incondicional de algunos niños por sus mascotas junto al salvajismo infantil hacia pobres animales indefensos. Ambientados en un pueblo de la región que nunca se nombra, el segundo libro de Jorge Rossi es una perla rara de gran valor literario en la poco cultivada narrativa de la ciudad
Por Iván Wielikosielek
Especial para EL DIARIO
Los chicos que al caer la tarde aún andan en bicicleta por los apagados pueblos y no se deciden a volver a casa. Los chicos que no hablan demasiado con sus padres y no reciben otra muestra de cariño que la de su perro, cuando lo ve contento, pero más aún cuando lo ve solitario. Los chicos que han sido desamparados sin haber sido echados de la casa. Los que han sido olvidados por más que alguien se acuerde del día de su cumpleaños. Los exiliados de los juegos callejeros del mundo por ser pobres, diferentes o por haber llegado tarde a un pueblo que ya es el olvido. Los chicos que buscan amigos entre otros chicos que nunca tuvieron amigos y los que creyeron encontrarlos entre esos otros que, a veces, le sonríen a los solitarios. Los que nunca son tenidos en cuenta por los entrenadores de fútbol ni los maestros. Los que nunca son saludados por los padres de otros niños ni son invitados a tomar la leche por las madres de esos niños. Pero también los que salen a cazar animales sin piedad con una gomera y patean a un perro cruelmente ahorcado de una rama (acaso para sentir como aquellos romanos que se ensañaron con el cuerpo de Cristo y nunca aprendieron la misericordia). Y, sobre todo, aquellos chicos que ahora son grandes y ya no pueden hablar de su niñez sin usar palabras como “abandono”, “indiferencia”, “crueldad” o “melancolía”. Todos, absolutamente todos esos chicos, ahora tienen en los “Cuentos perros”, de Jorge Rossi, a su poeta. Y así, con sus manos sucias de mandarinas robadas en las tapias o de sangre de palomas torcazas impunemente derramada; con sus manos lamidas por sus viejos perros de la lluvia y embarradas de cavar pozos para enterrar a sus mascotas envenenadas, hoy pasan las páginas de este libro en busca de aquellos episodios perdidos que los fueron configurando con exactitud ontológica hasta el presente. Quizás con el afán de recuperar el perfume de la primera inocencia que le fuera arrebatada por el salvajismo de la niñez y la civilizada hipocresía pueblerina. Sí. Todos esos chicos tienen en Jorge Rossi a su poeta. Por eso es que al cerrar el libro quieren salir corriendo hacia los polvorientos campos del pasado para descolgar el perro ahorcado, para invitar a jugar a los chicos que se quedaron para siempre afuera de los campitos del mundo, para resucitar a las palomas ensangrentadas vilmente matadas a piedrazos y sacarse de encima el resentimiento por la infancia rota; para pedir perdón a esa inocencia primera y última y, una vez perdonados, empezar todo de nuevo.
Impulso creativo
-El primero de tus “cuentos perros” apareció en 2008 en la antología "Voces de este río". ¿Cómo nacieron los demás y cuándo supiste que tenías un libro?
-Fue raro. Justamente al día siguiente de la lectura en público de “Voces de este río” escribí el segundo cuento, que fue “Hospital de Palomas”. Pero, antes de comenzarlo, me ocurrió algo muy curioso: visualicé todos los cuentos de una sola vez. Entonces supe que tenía un libro. Era algo muy difuso, pero posible. Pude ver las situaciones, los personajes, los diálogos de cada texto. Así que de a poco los fui poniendo en papel. El último que escribí fue “Cárceles”. Seguramente lo soñé, porque al despertar sabía que tenía un cuento en la cabeza. Y como perdía el colectivo que me llevaba al trabajo, me vestí apurado, tomé la notebook y lo escribí en la hora que tarda el viaje a Las Perdices.
-Hace dos años te ganaste una "curaduría de lujo" en Córdoba, nada menos que con Sergio Gaiteri y María Teresa Andruetto. ¿Qué cosas cambiaron en tu literatura a partir de ese encuentro?
-Del contacto con ellos obtuve una clara dimensión de lo que significa ser escritor y de cómo se piensa el oficio. Con Sergio conversamos mucho sobre el cuento como género. Desde su perspectiva, la forma hace al fondo. “Si querés hablar de tal tema o de tal sentimiento, la realidad te muestra ejemplos que podés llevar al papel: lo importante es el cómo”, me dijo. Lo entendí, pero preferí que la fuerza de mis cuentos estuviera en el fondo; es decir, en el contenido, más allá del formato.
-¿Algo así como no racionalizarlos mediante la corrección?
-Sí, porque hay situaciones en la vida real que parecen fantásticas o simbólicas y que hablan con el lenguaje de los sueños. Y yo creo que así hablan mis cuentos. María Teresa Andruetto también me ayudó muchísimo. Me habló del pulso de un texto literario y de la importancia de aprender a “escuchar” el cuento. Y, también a ser cuidadoso con el entramado para poder decirle al lector: “Venga, párese aquí, que va a ver mejor eso que quiero decir”.
-Hace diez días presentaste tu nuevo trabajo en el café de “LibreLibro” y dijiste que tus cuentos eran muy intuitivos...
-Sí. Y ese quizá sea el lado más frágil de mis cuentos. Podría haberlos pulido más, pero a veces retocar demasiado genera que algo de su potencia se pierda, que era de lo que hablamos antes. Yo creo que esos cuentos ya tenía algo de impulsivo desde su nacimiento. Y eso fue lo que no quise adulterar.
-¿De qué modo escribís tus relatos?
-Generalmente, comienzo a tipear sin saber muy bien hacia dónde ir; pero al cabo de unas páginas y casi como un acto mágico, va naciendo el cuento. Escribir se parece mucho a recordar sin haber vivido. Y esto sucede aunque detrás del disfraz siempre pueda reconocerme a mí mismo, por más que no quiera.
Narrativa villamariense naciendo
-En casi todos tus cuentos resaltás la crueldad de hombres y niños para con los perros y las palomas. ¿A qué se debe esa recurrencia?
-También yo me lo pregunté y me lo respondí a posteriori. Fue cuando leí que en mis escritos, un tema en común es “la deshumanización”. Pero no la deshumanización porque sí, sino precisamente como causa de esa hostilidad que se tiene para con los animales. Ahí creo que empieza. Y esa deshumanización proviene de la falta de fe de los pares. Hablo de la fe en el otro, en ese ser humano que percibe su esencia en el reconocimiento del prójimo, en el amor en el sentido más abarcativo. Pero cuando uno es rechazado, ataca aquello que simboliza esa fe. En el lenguaje de los sueños, eso está representado por la figura del perro.
-Tu libro es una perla rara en una ciudad de poetas. ¿Por qué hay tan poca narrativa en Villa María?
-Porque creo que la literatura se alimenta mucho de la tradición. Y cuando se escribe, siempre se hace “en referencia a”. Y acá, salvo algunas pocas excepciones, como Marcelo Dughetti, todo es poesía. No hay nadie con quien consultar, nadie a quien tomar como modelo. Y entonces, el espíritu hegeliano no se desarrolla dialécticamente y como debiera. Pero sé que hay otros escritores de mi generación que se están moviendo mucho y que son el futuro inmediato de la narrativa villamariense: Fabián Clementi, Javier Páez y Martín Pachetta. Ya se va a empezar a ver algo importante.
-¿Cómo es escribir narrativa desde esta ciudad que adoptaste hace más de diez años?
-Me lo tomo como un desafío gratificante. Es algo que percibo mientras busco mi propia voz y mi forma de narrar. Y a eso lo veo en la novela que estoy escribiendo ahora. Yo quisiera que en mis escritos se refleje un eco apenas audible de lo que pasa por aquí, que el lector acepte que la mía es también su forma de decir la ciudad y su gente y también la de un poco más allá.
La culpa del perro (fragmento)
Desesperación. Hasta el aire parecía roto ante semejante espectáculo. Tuvimos que acercarnos hasta el perro, colgado de un alambre grueso, del tipo San Martín, tenso, ahorcado. El escándalo nos confundía. No sabíamos adónde ir, inmóviles.
No era la aventura que buscábamos esa tarde, cuando nos reunimos en la casa de Andrés (...). Recién lo cuelgan, dijo Francisco, fíjense que todavía se mueve. Y todos asentimos, esperanzados. Sí, hay que salvarlo, dijo alguno de nosotros, y todos nos sentimos más buenos. Está muerto, dijo el otro, Francisco, el gordo Francisco: por más que lo soltemos, ya está chau, con una voz ahogada en saliva, y a todos nos ganó un dolor en la garganta, una suave presión, un pesimismo.
Mariano y Andrés fueron a decirle al tío y volvieron con la respuesta como latigazos que hubieran recibido. Fue ese viejo, cuál, aquél, allá, que se asomaba desde la puerta de un rancho vecino a la casa del tío. Y el viejo ganaba unos pasos desafiantes en nuestra dirección (...). Ese perro era “dañino”, robaba huevos y se los comía. Entonces el viejo le había metido un huevo en la boca, un huevo hirviendo con cáscara y todo y le había atado el hocico con alambre y con el mismo tipo de alambre lo colgó del algarrobo. (...). Francisco, con la mirada perdida, se comía los mocos (...). El otro, Francisco, con la mirada perdida en el suelo, le acariciaba mecánicamente la cabeza al perro mientras esperaba que los que estaban arriba de la rama pudieran desatarlo, cortar el alambre, algo”.
Jorge Rossi nació en Pozo del Molle en 1978. En 2008 participó de “Voces de este río” (Eduvim), antología de cuentos de autores villamarienses dirigida por el escritor Marcelo Dughetti. En 2009 publica su primer libro, la novela “Murarena”, en Ediciones Llanto de Mudo (Córdoba) y en 2013 “Cuentos Perros”, por el mismo sello editorial. Reside en Villa María y se desempeña como profesor de Lengua y Literatura de Nivel Medio en Las Perdices.