Tomo prestado el título de la obra de Gabriel García Márquez: Crónica de una muerte anunciada, ya que todo me dice que no había otro final para el edificio donde funcionó el Colegio Manuel Belgrano.
Desde el comienzo de este escrito, les quito a los dueños del inmueble responsabilidades que no les corresponden, sabiendo y aceptando que tienen el derecho de usufructuar de sus bienes.
A lo que deseo llamar la atención es a cómo se está permitiendo que se nos quite, a los que nacimos aquí y a los que vinieron de otros lugares y aman esta ciudad, nuestro pasado, nuestra historia. Pareciera que se está utilizando la destrucción como un medio para borrar todo lo que nos pueda hacer recordar de dónde venimos o en dónde vivimos.
Pienso en otras sociedades que progresan y miran hacia el futuro: cuidan y preservan su pasado y con orgullo muestran cómo resguardan sus edificios, sus monumentos y su cultura en todas sus manifestaciones. Con tristeza e impotencia observo cómo en nuestra ciudad se destruye en forma metódica y brutal todo lo que nos pueda hacer recordar nuestra historia.
Ya vimos cómo se destruyó una vivienda con su estilo propio en calle Tucumán al 1100. Luego se redujo a unos escasos metros de pared lo que fue el primer almacén de ramos generales de la ciudad, en la esquina de Bartolomé Mitre y Buenos Aires. Se demolió todo el enrejado del ferrocarril. Y cada día veo cómo crece el deterioro del antiguo edificio del Colegio Manuel Belgrano.
Sé que hay personas a las que les interesa preservar el edificio en cuestión, pero no tienen los medios para poder darle una solución, y entre ellas me incluyo. Sobre el municipio y a quien más le pueda corresponder como funcionario, pongo la responsabilidad del cuidado y, por lo tanto, de la destrucción de estos inmuebles que nos hablan de nuestro pasado y nos dan identidad. Sé que los dueños de esta propiedad desean recibir soluciones a los problemas que trae tener un edificio que no recibe atención, sin tener que hacer un desembolso continuo de dinero. Y desde el municipio se podría haber hecho mucho al respecto. Por ejemplo: eximirlo de los impuestos municipales; tramitar en la cooperativa de agua el no pago del servicio (ya que está en desuso); eximirlo de los impuestos provinciales; ocuparse de la limpieza y desinfección periódica del inmueble; arreglar el frente e interior con personal municipal idóneo; controlar con la Policía ciudadana que no sea invadido el lugar por extraños; mantener en correcto estado las veredas y el arbolado; y tramitar, ante fundaciones o el Gobierno nacional, fondos para su mantenimiento, o comprar el inmueble y rescatarlo como un espacio público más para la ciudad
Sé que hay muchos que hubiesen colaborado con esta obra de muchas maneras, pero sólo me cabe preguntar si en esta administración hay un proyecto serio de conservación del patrimonio edilicio de la ciudad y que, además, se desee invertir en él. Si pensamos en forma más amplia, viendo la gran cantidad de edificaciones antiguas que hay en Villa María, se podrían implementar algunas de estas medidas para todas ellas e incentivar así a sus dueños a conservarlas. Tengamos en claro que cuidar y reciclar lo antiguo es embellecer y dar categoría a la ciudad.
Alejandro López