Desde distintos espacios, los organismos de Derechos Humanos y Sociales venimos trabajando en forma plural y colectiva para que se afiancen políticas públicas de Memoria, que no sólo consoliden la luchas de años llevadas adelante, sino también para que se mantenga viva la resistencia y la conformación de una sociedad que defienda la libertad, el pluralismo, la solidaridad, para conformar una sociedad de iguales.
El terrorismo de Estado no sólo se implementó en Argentina, sino en todo América; el Plan Cóndor nos permite comprender cómo, a través de dictaduras, pusieron en práctica métodos de terror que asolaron este continente y buscaron controlar los movimientos sociales para imponer una economía que nos mantuviera sometidos, dejando secuelas sin precedentes en el plano político, social, económico y cultural.
Han intentado silenciarnos, sin embargo nos hemos permitido salir de las cenizas y seguir con la utopía de nuestros compañeros y amigos, que alumbran nuestro camino para sostener la memoria que no sólo nos recuerda a ellos, sino también al compromiso de continuar el camino y romper con el “silencio” que pretendieron imponer.
Intentar hacer memoria es uno de los hechos más profundos y preocupantes del ser humano, porque en esa búsqueda pretende encontrar las respuestas a las dudas y a las incertezas, haciendo que no sólo sirva para evocar, sino también para encontrar la verdad. La memoria es vida, pero vida compartida; un seguimiento del pasado para construir el presente y el futuro.
Lo que nos ha pasado y nos pasa son experiencias de vida propias de la existencia humana, en la que también está el amor, la pureza de la naturaleza, el perfume, el sol, la imaginación, la tortura, la inconciencia, la dictadura y la democracia.
La memoria nos permite convivir con el pasado y nos pide que nos involucremos con esa historia que se está construyendo. En eso de envolvernos con otras historias estamos construyendo, y descubrimos que la memoria es parte intensa de la vida, de los sentimientos, del dolor, pero también es la puerta que nos permite avanzar para fortalecer los valores de la convivencia.
Recordar el pasado como experiencia es medular para comprender y edificar el presente, pensando en un país que debe brindar a los jóvenes la posibilidad cierta de participación en la construcción de su propio futuro; no puede haber antagonismo entre la Memoria, la Verdad y la Justicia.
El 16 de septiembre de 1976 se recuerda como una de las fechas más deplorables y dolientes del país por el secuestro y la desaparición de estudiantes, uno de los tantos episodios trágicos que vivió la juventud en nuestro país.
Hace 37 años, la nefasta dictadura impuso el Proceso de Reorganización Nacional en la Argentina, el cual no admitía absolutamente ningún movimiento social de ninguna característica, menos aún de jóvenes militantes.
El país estaba paralizado, sólo se veía transitar a los camiones militares, los cortes de calles, la detención ilegítima de personas, el avasallamiento domiciliario. La detención, la tortura y la desaparición eran los signos visibles de esa Argentina.
Salvo aquellos que se habían identificado con la dictadura se manejaban con libertad y compartían las prebendas del momento, pero con el tiempo también serían responsables de los destinos aciagos de ese momento.
Tan sólo jóvenes idealistas eran lo que podían intentar romper con las ataduras reales y simbólicas. No es de extrañar, entonces, que un grupo de estudiantes pertenecientes a la Unión Estudiantil Secundaria (UES) se movilizara en La Plata procurando el boleto escolar. El régimen no podía permitir que un grupo de adolescentes se atreviera a cuestionar la falta de libertad, el derecho a peticionar, el de ejercer la protesta y el de manifestarse.
Sin embargo, esos jóvenes cargados de ilusiones y de valores se atrevieron, sabiendo de las dificultades y los riesgos a los que se exponían, a desafiar a los usurpadores de las leyes, a los bárbaros y ofrecieron sus vidas, las que hoy le dan sustento a la democracia que tenemos. Fueron ellos los que nos marcaron el camino y nos dejaron el mensaje de que debemos atrevernos a recuperar la dignidad humana, la libertad, el sentido de pertenencia y el sentido de la vida.
Los asesinos reaccionaron con violencia y secuestraron a un grupo de ellos, más precisamente a diez, a los que torturaron sin piedad dejando una huella de dolor, que aún hoy nos conmueve y nos hace sentir impotentes.
Muchos no han tomado la dimensión exacta de ese episodio, menos aún consciencia de ese hecho histórico y la repercusión que tuvo en la posterior historia del país, la derrota de los militares y el tiempo de la democracia.
Vamos a conmemorar 30 años de democracia y no se puede negar que esos jóvenes se convirtieron en paradigmas para la juventud, porque constituyeron la columna vertebral de las reivindicaciones futuras, las cuales forman parte de los espacios que nos permitieron construir un nuevo estado.
Esa forma de atrevimiento que tuvieron, no sólo en nuestro país, sino también en el mundo, sigue despertando sospechas y cuestionamientos. Es como si tuviéramos miedo de esa forma de expresión y queda la duda de que no nos hemos permitido tomar conciencia de lo que fueron, de lo que representaron y no terminamos de reconocer que ellos tienen derecho no sólo a reclamar, sino a ser escuchados en las propuestas de las nuevas formas en las relaciones de la democracia.
Este hecho histórico del 76, casi perdido en el tiempo, nos ofrece la oportunidad de encontrarnos para que reflexionemos juntos en esta etapa tan trascendente que estamos viviendo y hagamos de la escuela y de la vida un lugar que nos permita pasar de un paradigma a otro, de la disciplina a la convivencia, de una cultura autocrítica a una cultura democrática, de un poder centralizado a uno descentralizado.
La recuperación de la democracia y su profundización ha sido y debe ser una tarea de la sociedad, de las fuerzas políticas y del pueblo, respetando las diferencias conceptuales e ideológicas pero con buen tino, con sentido común. No debemos perder la oportunidad que nos brinda la historia de consolidar este momento histórico.
No repitamos los errores del pasado, no dejemos de hacer lo que la historia nos demanda, de hacer una Patria grande.
Los lápices siguen escribiendo.
Lic. Elvio Omar Toscano
Presidente de Asamblea Permanente
por los Derechos Humanos (APDH)
Villa María