Que el 16 de septiembre se haya establecido como Día Nacional de la Juventud podría no significar más nada que un día más en el calendario, pero no lo es. Es un día que tiene una impronta diferente, porque no es un día de celebración, ni un feriado nacional; es un día de conmemoración y de reflexión. Conmemoración de los acontecimientos ocurridos en la tristemente reconocida “Noche de los Lápices”, sucedida un día como hoy hace 37 años, en ese fatídico 1976 que marcaba el inicio de la época más oscura y sangrienta de nuestra historia reciente. Noche en la que se llevaban acabo operativos donde secuestraron a 10 pibes, estudiantes secundarios, de entre 14 y 18 años de la ciudad de La Plata: Francisco López Muntaner, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, Horacio Angel Ungaro, Daniel Alberto Racero, María Clara Ciocchini, Pablo Díaz, Patricia Miranda,Gustavo Calotti y Emilce Moler. Seis de ellos no volvieron… ¡14 a 18 años! Otra cosa: ¡no crean que su reclamo era sólo por un boleto estudiantil! Ellos creían que un mundo y un país mejor eran posibles y luchaban cada día por conseguirlo. Pero hoy en día, y más allá de considerarnos “realistas optimistas” que creemos en que todo cambio implica partir de uno mismo, no podemos dejar de considerar que al momento de hablar de los y las jóvenes, las opiniones se polarizan en, por un lado, una visión positiva casi naif y depositaria de las esperanzas futuras; o por otro lado, en una mirada estigmatizante y negativa en la que la juventud es sinónimo de los peores males de la sociedad actual.
Ante estas consideraciones, el Estado se erige como uno de los grandes “constructores” de esas formaciones discursivas, interpelando desde su discurso a las juventudes de una u otra manera. Pero, ser joven implica también que el sujeto se concientice de sí mismo en relación al mundo que lo rodea. Por eso también decimos que hoy es una fecha de reflexión: ¿quiénes somos?, ¿qué queremos?, ¿cuáles son nuestros sueños?, ¿cómo nos ven aquellos que no son jóvenes? En un momento histórico que combina la invitación a los jóvenes a involucrarse en la vida política de su país y de su comunidad, también se los señala como los “potenciales responsables” de la inseguridad. Por eso, está en nosotros no sólo la necesidad y el deber de reflexionar, sino de actuar, para dar la batalla en torno a nuestros derechos: decirle no al Código de Faltas, decirle no a la baja de la edad de imputabilidad, decirle sí al reconocimiento institucional como sujetos de derechos, decirle sí a la posibilidad de elegir, a la educación pública, gratuita y de calidad, a que nuestras voces sean oídas.
Discutir sobre ciudadanía, modelo de país y el rol de los jóvenes dentro de este proceso implica necesariamente la discusión por la construcción de sujetos de derecho y nos lleva a cuestionar de qué forma, a través de las políticas públicas, se definen los participantes dentro del campo de lo político, para discutir sobre el ejercicio de una ciudadanía real y lo que se pretende que ella signifique.
La población joven en América Latina, involucrada, participativa, militante, tiene historia y trayectoria para recordar y recorrer, pero para eso, se debe “re-politizar” tanto la política como la sociedad, como una opción posible para ganar una ciudadanía juvenil capaz de utilizar su fuerza y su vitalidad en la reconstrucción del espacio público.
Al cumplirse 30 años del retorno a la democracia, el hecho de problematizar ciertas representaciones, tanto hegemónicas como también aquellas que los y las jóvenes posean, nos plantea nuevos desafíos. Poder repensar, desde una consideración de lo juvenil, cuestiones en relación a la política, la ciudadanía, el Estado y sus propias particularidades en tanto sujetos, nos permite entender por qué los lápices siguen escribiendo.
Area de Juventud Municipal