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Como el objetivo era explícito, desde el principio Israel nunca pensó compartir el territorio con sus legítimos dueños; osciló en cambio entre la tentación de la “solución final” |
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Escribe:
Franco Sampietro
Hay un principio de la Historia Universal, y aún de la condición humana, que Israel no debería olvidar y que los griegos identificaban con el castigo de los dioses por romper la armonía cósmica: el principio elemental de que al fin todo se paga, en esta vida o más tarde. Así por ejemplo, tomando el caso de los nazis, si muchos no lo pagaron en vida, son castigados hoy día en la memoria de su descendencia bajo la cifra de un repugnante estigma.
De igual modo que sus victimarios -es un lugar común decirlo- EE.UU., la cada vez más fascista Unión Europea y los gobiernos árabes ancilares vienen concediendo medios y autorización al sionismo para administrar a voluntad el dolor de la población palestina y planificar su minucioso linchamiento: expulsiones, masacres, limpieza étnica, destrucción de casas, asedio a la medieval por hambre, tortura, muros, bombardeos: Israel prolonga se diría voluptuosamente un palmario homicidio psicópata al que ha sucumbido la autoridad jurídica y moral de la ONU.
Cínicamente juega la baza de legítima defensa ante un “grupo terrorista” catalogado así por USA y la UE, obviando el principio de proporcionalidad recogido en el capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas que regula el uso de la fuerza en las relaciones internacionales.
Prometida en 1917 a los judíos por Inglaterra y no por Dios, hace 60 años las potencias coloniales desmembraron Palestina de Siria y la entregaron con sus habitantes adentro a una pequeña secta hebrea europea para que gestionara sus intereses en Oriente próximo. Como el objetivo era explícito, desde el principio Israel nunca pensó compartir el territorio con sus legítimos dueños; osciló en cambio entre la tentación de la “solución final” y la conservación de una reducida reserva nativa para uso al mismo tiempo ideológico y económico. Porque claro, Israel depende hoy más que nunca del negocio de la guerra y la seguridad para seguir funcionando.
En todo caso, lo único que inhabilita la comparación con los nazis es el hecho de que los israelítas matan palestinos y no europeos, ya que el horror del nazismo consistió -como bien explicaba el judío Simone Weil- en que “el Tercer Reich hizo con nosotros lo mismo que nosotros habíamos hecho con los pueblos colonizados”.
Visto con amplitud, el genocidio de Gaza parece perfectamente compatible con los valores occidentales, en el sentido de que se enmarca en un contexto sempiterno.
Así por ejemplo, cuando se linchaba a negros en Estados Unidos y las fotografías de los cadáveres se enviaban como felicitaciones de Navidad o cumpleaños, lo que habían hecho -y que justificaba su ahorcamiento sin juicio previo- resplandecía amenazador en lo que en sí mismos eran.
Lo mismo ocurre con los palestinos, cuya agresión se ve como ontológicamente anterior a la ocupación sionista: su culpa es sencillamente su existencia.
¿Hay algo más legítimo que reclamar la desaparición de Israel? Desapareció la Unión Soviética y todos aplaudieron.
Desapareció Yugoslavia y todos nos alegramos. Han desaparecido decenas de países, como Checoslovaquia, Rhodesia o la Sudáfrica racista y hoy nos parece muy justo que así haya sido. ¿Por qué entonces habría de ser criminal reclamar la desaparición de un Estado asesino?
Nos dicen que ello no es realista. Pero si a los límites del realismo los dicta Estados Unidos, la Unión Europea y unos pocos Estados árabes vendidos, no hay la menor esperanza para los palestinos.
Si realismo es igual a matanza, si realismo es igual a injusticia radical y crimen perpetuo, si realismo significa tirar a la basura el derecho internacional, los derechos humanos y la supuesta civilización que supuestamente hemos conseguido, si realismo, en fin, significa la eliminación definitiva de un pueblo, entonces ese pueblo tiene todo el derecho de utilizar todos los medios imaginables a su alcance e incluso de matarme a mí y a ustedes que no hemos hecho nada para impedir que Israel ponga la humanidad entera fuera de sí misma.
Ojalá, como creían los griegos, esa misma Humanidad tenga esta vez memoria.
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