"No pretendo descender al terreno de la polémica; tampoco intento entrar en discusión con  ese enemigo invisible y poderoso que es la maledicencia. Pero lamento profundamente que el espíritu de cierta gente, la impureza y el sensualismo, hayan primado sobre el placer estético de contemplar un desnudo humano, la más maravillosa arquitectura que haya podido crear Dios”.

Quien así habla, es nada más y nada menos que Dolores Candelaria Mora Vega, conocida como Lola Mora, un ser libre que se siente totalmente incomprendida dentro de una sociedad pacata que no acepta la libertad y menos si esa libertad es ejercida por una mujer.

Una mujer que habla de igual a igual con los hombres, una mujer que reclama por sus derechos, una mujer que vive según sus propias reglas, reglas que no admiten diferencias de género y menos aún, no admiten que la belleza deba esconderse en lugar de exponerla, gritarla, vivirla, esculpirla.

Estas ideas a comienzos del Siglo XX, cuando reina la hipocresía y el lugar asignado a la mujer es totalmente secundario, despiertan la ira de las ligas moralistas, que ven en los desnudos la representación del mal, sabiamente Lola responde a los prejuicios con estas palabras: “Cada uno ve en una obra de arte lo que de antemano está en su espíritu: el ángel o el demonio…”   

 

Lola Mora
 

Nace el 17 de noviembre de 1866 en la localidad de El Tala en la provincia de Salta, sus padres, Romualdo Alejandro Mora, tucumano, su madre Regina Vega, salteña. Lola es la tercera hija de siete hermanos, tres varones y cuatro mujeres. Siendo muy niña la familia se traslada a la ciudad de San Miguel del Tucumán. Su infancia es feliz y despreocupada, la posición económica de la familia le permite vivir cómodamente, aunque la no pertenencia a apellidos tradicionales, su forma de ser, tan fiel a si misma, sus gustos definidos y libres chocan con la vida metódica y disciplinada que se espera tengan las jóvenes, a tal punto que en la primera exposición artística que se realiza bajo la supervisión del maestro Santiago Falcucci, Lola no es aceptada, tendrá su maestro que amenazar con retirar todas las producciones, para que los organizadores depongan su actitud.

Dos años después las puertas se abren para esta extraordinaria artista cuando presenta una serie de retratos de gobernadores tucumanos.   

Ahora quiere viajar a Buenos Aires, perfeccionarse en el exterior, Lola sueña…

 

Lola y el amor
 

El arte es la  respuesta del hombre a la naturaleza y su superación…

A fines del Siglo XIX Lola viaja becada por el Gobierno de Uriburu (el vicepresidente que asume la Presidencia ante la renuncia de Luis Sáenz Peña) ha perfeccionarse en Italia, los mejores maestros disfrutan  tenerla como alumna, entre ellos Francesco Michetti y el escultor Giulio Monteverde, quien la introduce en la escultura, lugar del que ya no saldrá.

En Europa logra el reconocimiento de la alta sociedad, la reina Margarita de Saboya, Elena de Montenegro, su nuera,  diplomáticos y gente adinerada son sus admiradores, de ahí que sus obras coticen excelentemente, Lola vive muy bien y… de su trabajo... se ha convertido en una artista buscada, mimada, bien paga, no está en su mente la idea del matrimonio, vive el amor sin ataduras, como lo siente y el tiempo que desea.

Para 1900 regresa a Buenos Aires, el ministro de Obras Públicas le encarga dos bajorrelieves para celebrar las fiestas patrias, con amor al terruño trabaja y ofrece lo que ya en su mente ha cobrado vida: una fuente: Las Nereidas, su obra cumbre. Obra que le valió muchos disgustos, muchos bocetos, idas y venidas, los desnudos ofenden a la pudorosa sociedad porteña, por eso hay que instalar la fuente lejos de la Catedral, que sus perfectos desnudos no puedan ser vistos a la salida de misa… discusiones varias y…por fin se decide emplazarla en la plaza de la Victoria. 

La fuente es inaugurada con toda pompa el 21 de mayo de 1903, destacándose la figura de Lola entre todos hombres, incluso fue la única mujer en el agasajo que se le brindó en el exclusivo Club del Progreso.

En 1904, recién llegada de Roma, comienza a trabajar en distintas esculturas encargadas por el Gobierno, una que simbolice el progreso, otras: la paz, la libertad y la justicia.

Julio A. Roca le ha cedido dos despachos en el Palacio del Congreso, despachos que se convierten en su taller y lugar donde Lola pasa muchas horas del día trabajando frenéticamente, será allí donde el amor llame a su puerta con más insistencia…
 

Luis Sabá Hernández Otero
 

Joven, bien parecido, amante del arte, hijo de un senador entrerriano, sobrino nieto del autor del Martín Fierro y empleado del Congreso, visitante asiduo del taller de Lola, quiere ser su ayudante, trabajar para ella, admira su libertad, su trabajo, quiere aprender, pero… muchas horas juntos… y la amistad  avanza hacia un terreno mucho más íntimo, pronto Lola y Luis tienen una relación fluida, ¿de amor?, sin calificaciones.

En 1909 deciden unir sus vidas, en ese momento Lola tiene 40 años y Luis 20, Lola sigue desafiando las normas de la sociedad porteña, viviendo el día a día, por primera vez un hombre logra seducirla y quiere compartir su vida con él.

Los padres de Luis aborrecen esta relación, a tal punto que no concurren al casamiento de su hijo, no quieren avalar semejante locura, con tanta diferencia de edad…   

Los recién casados parten hacia Europa a pasar su luna de miel, Italia es bella ¿por qué no vivir ahí? En Italia Lola es conocida, respetada, tiene su taller, su casa y Luis… pasa a ser el abogado desocupado, mejor mantenido de Roma. Su vida transcurre entre cartas, mujeres y amigos… Lola provee... Lola lo extraña… lo quiere más cerca…

Sin embargo Luis llega al taller de la tucumanita con un solo deseo, conocer a su nueva modelo,  la escultural  húngara Maruska Oppenheimer.

Muy pronto Maruska se convierte en su amante, viven el día a día abiertamente, tan abiertamente que Lola los descubre... intenta recuperar a su marido, pero… el matrimonio está roto. En 1917 regresa sola a Buenos Aires.

 

Triste final
 

Cruel es la palabra que mejor resume los últimos años de Lola, sin marido, emprendimientos faraónicos inconclusos la dejan sin dinero, desvaríos varios, a tal punto que durante una tormenta se la encuentra secando a Las Nereidas. Ha perdido la capacidad de razonar, acompañada de sus sobrinas fallece el 7 de junio de 1936.

En 1998, el Congreso de la Nación Argentina instituye la fecha de su natalicio, 17 de noviembre, como Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas.

Reconocimiento quizás tardío hacia esta maravillosa artista… aunque su vastísima obra sigue emocionando…

Su genio no ha muerto…

 

María Elena Caillet Bois

Especial para EL DIARIO