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El Peregrino Impertinente
Además de fotos del Evo Morales comiéndose un choclo, Bolivia tiene mucho para ofrecer. Ejemplo de ello es el Salar de Uyuni, un espectacular fenómeno geográfico ubicado al suroeste del país. Se trata del desierto de sal más grande del mundo, famoso además por haber sido fuente de inspiración de Carlitos Balá. “¿Qué gusto tiene la sal?”, preguntó el ídolo infantil al contemplar el terreno por primera vez. “A caca de caballo”, le respondieron los paisanos, podridos de él, del lugar y del universo.
Como no podía ser de otra manera, este tesoro de más de 11 mil kilómetros cuadrados de extensión atrae a montones de visitantes de todo el globo, quienes llegan buscando internarse en los idílicos paisajes del lugar. Los reciben visuales monopolizadas por blancos y celestes que parecieran extenderse hacia el infinito. Diez mil millones de toneladas de sal hacen el trabajo y le ponen los pelos de punta a los cardiólogos: “No va a ser bueno para sus problemas de tensión. Mejor váyase a Mar de Ajó”, le recomienda el galeno al viajero, quien al escucharlo agarra un matafuegos y se lo parte por el marote.
Pero no sólo postales de ensueño ofrece el lugar. También corporizan atractivos de la zona las islas y los cactus gigantes que se encuentran dentro de ellas, los flamencos que aparecen cada noviembre y los célebres hoteles hechos de sal. Para otros, más seductoras son las fabulosas riquezas minerales que habitan el suelo, entre ellas el magnesio, el potasio y especialmente el litio. Raro es que las grandes potencias todavía no hayan invadido la región para apropiarse del botín, acusando al alcalde de Uyuni, cuyo patrimonio asciende a dos cabras y una llama, de tener armas químicas.