Hoy nos abrimos hacia al mundo para presentar, desde una óptica diferente, a la gran Marie Curie.
¿Quién es entonces Manya? Manya es Marie, Marie es Manya, a tal punto llega a comienzos del Siglo XX la xenofobia y el desprecio por la mujer, que Manya debió perder parte de su identidad, convertirse en Marie y luego adoptar el apellido de su marido, Curie, para poder estudiar, investigar, trabajar…
Pero nada pudo contra su genio… El descubrimiento del radio y el polonio se convirtieron en punta de lanza para la cura del cáncer, además es la única mujer que recibe dos veces el Premio Nobel, toda una proeza, especialmente en un momento histórico donde tan sólo se pretende que la mujer encarne el ideal femenino siendo una dedicada, amorosa… madre y esposa…
Manya Sklodowska
Manya nace en Varsovia el 7 de noviembre de 1867, su madre Bronislawa, directora de escuela, su padre Wladislaw, profesor de Física y Química en el liceo. Es la menor de cinco hermanos.
¿Es Manya una niña feliz? Todo hace suponer que la felicidad le es esquiva. Polonia en manos de los rusos le da un tinte especial a su educación, ya que para hacerlo en su lengua y respetando su cultura toma clases en forma clandestina. Agreguemos que con sólo 9 años vive la muerte de su hermana Sofía y dos años más tarde, la de su madre. No caben dudas de que todos estos ingredientes mezclados provocaron más sinsabores que buenos momentos.
Manya y el amor...
Su primer amor es tumultuoso, cruel, le deja un sabor amargo, veamos por qué. La vicisitudes económicas por las que pasa la familia Sklodowska hacen que Mayna se convierta en institutriz de los niños de la poderosa familia Zorawski, familia que admira a esta institutriz, tan culta, tan inteligente, pero… de ahí a incorporarla en su seno… no, no están dispuestos a aceptar que su hijo Casimir y Manya se hayan enamorado, una institutriz…. muy poca cosa para la familia.
Llega a tal punto la prohibición de este amor que los padres de Casimir amenazan con desheredarlo si continúa con Manya, corolario el amor termina, una cosa es estar con Manya, otra, muy distinta, perder la herencia.
Un nuevo golpe para la joven polaca: “He caído en una negra melancolía… ¡Apenas tenía 18 años cuando llegué aquí y qué será lo que no haya padecido! Ha habido momentos que contaré entre los más crueles de mi vida…”, dirá tiempo después refiriéndose a su paso por la familia Zorawski.
Que desilusión, después de las pérdidas sufridas, ahora el duelo de su primer amor, soportando incluso seguir trabajando para ellos, ya que por contrato debe cumplir dos años más.
Manya trabaja para que su hermana estudie. Cuando ella vuelve, piensa en su propia formación, se inscribe en la Sorbona de París en 1891. Rápidamente su inteligencia se pone en evidencia: licenciada en Física, licenciada en Matemáticas, habla francés, ruso, polaco y alemán, aunque con una nueva pérdida, pérdida más íntima, pérdida de identidad, ahora es Marie en lugar de Manya.
Pero… no todo es estudio en la vida de Marie, un amigo polaco le ha presentado a Pierre y el flechazo ha sido mutuo.
Marie, con sus 27 años, ha curado sus heridas de amor y Pierre, con 35 años, está totalmente dedicado a su trabajo, inmediatamente hay empatía y a poco andar se descubren con los mismos sueños, las mismas inquietudes; tanto es así que pocos meses después, cuando Marie marcha a Polonia a visitar a su padre, Pierre le envía la siguiente misiva: “Sería muy hermoso, aunque no me atrevo a creerlo, pasar la vida uno junto al otro hipnotizados por nuestros sueños…”. No caben dudas que Cupido los ha unido.
En 1895, casamiento en París, viaje de bodas, en bicicleta.
Marie está feliz, a tal punto que escribe a su hermano para contárselo, quiere gritarlo, proclamarlo… “Tengo el mejor marido que podría soñar, nunca había imaginado que encontraría alguien como él. Es un verdadero regalo del cielo y cuanto más vivimos juntos, más nos queremos”.
La vida en común está signada por una palabra: “Trabajo”, trabajo febril que ocupa la mayor parte de sus existencias, trabajo en un cobertizo, sin elementos, pero con un entusiasmo que raya con la obsesión. Descubrimientos (polonio, radio) y nacimientos (Irene y Eva), Marie se multiplica atendiendo además a sus hijas y con el dolor de haber perdido un embarazo, posiblemente por la cantidad de radiación que su cuerpo ha acumulado.
El mundo científico comienza hablar de Pierre y de Marie, en 1903 reciben junto a Henri Becquerel, el primer Nobel en Física. Pero, siempre hay un pero, Marie es impuesta por Pierre que se niega a aceptar un premio en el que no figura su esposa. Sin embargo, suben a recibir tal galardón los hombres, hablan los hombres Henri y Pierre, Pierre y Henri, Marie observa mezclada con el público, cómo una mujer, encima polaca, va a recibir el Nobel, incluso el dinero que recibe el matrimonio es igual al que recibe Henri, un Nobel antifeminista, sin dudas.
Un episodio más en sus vidas que a partir de ese momento es más tranquila, gozan de prestigio, de un laboratorio para sus investigaciones, Pierre ha sido nombrado profesor en la Sorbona, no caben dudas, la vida ha comenzado a sonreírles.
Muy poco tiempo disfrutan este impasse. En 1906 un accidente termina con la vida de Pierre, Marie nuevamente debe elaborar una pérdida, pérdida que ahora siente como irreparable.
Sin embargo, todavía le falta sufrir el escarnio público. Cuatro años después de la muerte de Pierre, Marie se enamora; maravilloso, podríamos decir. Todavía es joven, 42 años, pero… se enamora de la persona equivocada, Paul Langevin, casado, egoísta, se convierte en su amante. ¿Se acercó a ella por su fama? Todo hace suponer que sí, ya que nunca sale en su defensa, simplemente deja que el periodismo destruya a Marie, quien se ha encontrado con Paul en un Congreso en Solvay, es posible que sus miradas y quizás algo más hayan sido comprometedoras. El es casado, ella libre y viuda, el día después de la finalización del Congreso los diarios parisinos titulan “Una historia de amor, Madame Curie y el profesor Langevin” Marie pasa a ser la rusa, la polaca, la alemana judía, el antisemitismo en su máxima potencia, es más, L’intransigeant agrega que la capacidad científica de Marie había sido sobrevalorada y que con quien había que simpatizar es con la madre francesa… que sólo quiere cuidar a sus hijos… De Paul, nada, se separa momentáneamente de su mujer para volver a ella después.
Para la misma fecha, Marie es destinataria de su segundo Nobel, aunque no quieren entregarlo, con su conducta deja mucho que desear… Marie se defiende, manda cartas, sostiene que todos los científicos pudieron verla en el Congreso, que “no hay nada de mis actos que me obligue a sentirme disminuida”. Su tenacidad da sus frutos y en 1910 puede, no sólo subir al estrado a recibir su galardón, sino también, agradecerlo.
Francia vuelve a ponerla entre sus figuras destacadas cuando se encolumna a trabajar realizando más de un millón de exploraciones con rayos X a los soldados que sufren durante la Primera Guerra Mundial.
Marie, a pesar de todo, busca constantemente la felicidad, en 1928 le escribe a su hija lo siguiente:
“Cuándo más se envejece, más se siente que saber gozar del presente es un don precioso, comparable a un estado de gracia”. Cuánta sabiduría en estas palabras.
Muere el 4 de julio de 1934, es enterrada junto a su esposo en Sceaux, cerca de París, pero en 1995 sus restos y los de Pierre fueron trasladados al Panteón de París, transformándose en la primera y única mujer que descansa allí. El reconocimiento había llegado.
María Elena Caillet Bois
Especial