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29 de Septiembre de 2013
DARIO DOÑATE ALVAREZ
Música para camaleones
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Artista visual y músico, amante de pintar en medio de un recital y de tocar la guitarra en la inauguración de un museo, Darío tiende a lo multicultural con la misma naturalidad que los ríos buscan el mar. Fan de Magritte y de los pintores surrealistas como así también de Los Beatles y Nirvana, Doñate guarda en su pigmentación espiritual todos los colores y sonidos de la naturaleza
 
La habitación del artista (parte 1)
No hay nada que describa con más exactitud el alma de Darío Doñate que su propia habitación. Efectivamente, ese garaje convertido en sala de ensayo y atelier, en dormitorio y “estar” para los días de la vida, es la continuidad material de su mundo interior. 
“Pasá nomás y no te asustés del lío”, me dice. Una vez adentro, una chica de rasgos muy delicados me sonríe: es su novia. La chica trabaja sobre una vieja mesita de televisor recortando imágenes para una portada artesanal de un CD. Por la computadora suena un disco de The Strokes y un paneo circular permite ver acrílicos y pasteles a lo largo y a lo ancho de las paredes: un pescado gigante en medio de una isla fluvial que pareciera ahogarse o ya estar muerto, una mujer con una máscara del ratón Mickey en un patio de barrio descolgando la ropa, el retrato de un ser con nariz de chancho y rostro desenfocado que no se sabe bien si sonríe o si hace una dolorosa mueca de espanto. Todos esos cuadros transmiten una extraña desolación, como si Darío se hubiese dedicado a retratar a seres cuyas biologías no alcanzaran a adaptarse jamás a la “normalidad”, al medio biológico o a las convenciones sociales de la Tierra. 
Bajando de la pared al ropero y lejos de los cuadros de gran formato, aparecen hojas dibujadas con óleo pastel o acuarela: una chica que se peina con el fondo de una ciudad, el delicado rostro de un gato. “Son las últimas cosas que estoy haciendo. Sé que no son tan densas como las otras, pero a veces necesito hacer algo simple”.
-Además de simples, son pinturas más pequeñas…
-Sí, porque antes trabajaba siempre en gran formato. Me parecía que un cuadro no podía tener menos de un metro por un metro. Ahora trabajo con cosas chicas porque salté de la tela al papel y empecé a dibujar mucho más.
-Al ver tus cuadros, se piensa automáticamente en los pintores surrealistas…
-Es que empecé con toques surrealistas, aunque sin ser un especialista. Lo que pasa es que gustaba mucho Magritte y Dalí. Pero ojo, también me gusta mucho la pintura del Renacimiento y la del Barroco, sobre todo Caravaggio.
-Contame cuándo empieza este viaje interior tuyo con la pintura.
-Fue a los 12 años y mi maestro fue el pintor Pedro Tumas. El me enseñó todo lo que sé, las proporciones del ser humano, la noción de figura y movimiento, la primera idea del color. Yo siempre digo que está bueno tener a alguien que te guíe a la hora de empezar, alguien que te diga si lo que estás haciendo está bien. Pedro fue el impulsor principal y me quedó mucho de él. También me ayudó mucho Fernando Meneghini. Me habían impactado mucho sus cuadros y al charlar con él me dio muy buenos consejos; desde cómo plantear un cuadro hasta cómo hacer un bastidor. 
-Eso en lo que a maestros respecta…
-Claro. Luego tuve una formación muy autodidacta, a pesar de haber terminado la Tecnicatura en Bellas Artes. Yo creo que lo académico te sirve, pero el descubrimiento personal del arte, tu permanente ensayo de prueba y error es fundamental.
-Pedro Tumas y Fernando Meneghini acaso sean los pintores figurativos de mayor calidad que la ciudad ha dado en mucho tiempo…
-Sí. Y yo veo una gran relación en la obra de ellos. Pero es natural, los dos son de la misma época y se admiran mucho. Yo los admiro a ellos, precisamente, porque me interesa muchísimo la figura humana. A veces uso cosas abstractas como fondo, pero nada más. 
-¿Dibujás con modelos?
-Todo el tiempo. Mi hermana, mi familia, fotos... Fuera de eso, no tengo una receta para pintar. Me gusta la experimentación. Y si muchas veces “arruino” una tela, me lo tomo como un buen intento. Lo que sí, generalmente pinto rápido. Nunca le pongo a un cuadro más que un día. Si no lo termino rápido, lo voy dejando. Y no me gusta acumular. 
 
Sonido y visión
-La pregunta del millón, Darío, ¿te sentís músico o pintor?
-A mí no me gustan los rótulos de artista. Así que a eso lo dejo a criterio de quienes vean mis cuadros o escuchen mis canciones. Está en ellos el considerarme artista o no. Yo me considero una persona a la que le gusta la pintura y la música porque tengo pasión por las dos y son la esencia de mi vida. Fuera de eso, está difícil vivir de vender cuadros y de tocar. 
-¿Tu música difiere de tu pintura?
-Digamos que me expreso de forma distinta. Quizás mis cuadros son más oscuros o medio solitarios. Y las canciones, en cambio, son muy pop y tal vez más luminosas. Gracias a Pedro Tumas, de chico empecé a escuchar Los Beatles y Nirvana. Yo trabajaba en su taller con esa música de fondo y me acostumbré. Por eso ahora tengo todo en un mismo ambiente físico. Mi habitación es mi estudio y mi atelier. 
-Son famosas tus performances multiculturales en la ciudad…
-Sí (risas). Es que me gusta tocar cuando otros inauguran una muestra o que haya amigos que pinten cuando tocamos en vivo. He participado de muchas movidas multimedia en la ciudad. Pero lo cierto es que la música me inspira mucho a pintar.
-Parece que tampoco querés dejar afuera a la literatura…
-¡Es cierto! En estos momentos estamos haciendo una muestra de pinturas y poemas con mi amigo, el escritor Ricardo Tell. Ya hemos expuesto en el café “La Follie” y también en “Polaroid”. Y estamos buscando un tercer lugar para colgar sus escritos con mis cuadros.
-¿Cuándo y cómo fue que comenzaste a exponer?
-Fue en 2006, con un grupo de amigos que fundamos el JAI, “Jóvenes Artistas Independientes”. Y fue gracioso porque no éramos ni muy jóvenes ni nos dedicábamos sólo al arte ni éramos demasiado independientes, porque siempre tenés que adaptar tus cuadros al lugar donde exponés. Pero nos asociamos por una cuestión económica, para que no nos saliera tan caro a cada uno el montaje y porque entre varios podíamos llevar dos o tres obras. Pero además era una forma nueva de generar una exposición. 
-Luego se sumaron más artistas… 
-Sí. ¡Y entonces nos volvimos Anti-JAI! (risas). Expusimos hasta 2010 en el Museo Bonfiglioli, en el Casino, en el Concejo Deliberante, en la Medioteca, en Los Cuatro Gatos. También en Córdoba y Río Cuarto. 
-¿Y vendiste cuadros?
-Vendí pocos, pero algo vendí. Por suerte Los Cuatro Gatos me dio la oportunidad de vender a España. Pero acá en Villa María hay cuadros míos colgados en bares y locales. Eso está bueno porque los puede ver mucha más gente que en tu casa. 
-¿Y la música, Darío?
-Con el grupo hemos tocado en pubs, restaurantes y cafés, en formato acústico o electrónico. No tenemos batería y eso nos simplifica las cosas porque nos podemos adaptar a cualquier lugar. Cuando toco solo, toco con guitarra al estilo trovador.
-¿Qué opinión te merece la pintura y el rock de la ciudad?
-Hay muchísimos artistas de muy buen nivel. Personalmente, me encanta ser parte de la movida. Sólo me gustaría que hubiese más lugares donde artistas de distintos rubros se puedan encontrar, que haya más muestras colectivas y más festivales de rock con pintura en vivo. 
-Sé que sos un gran cultor de Facebook…
-Sí. Cuelgo pinturas y música en Facebook todo el tiempo porque llega a muchísima gente. Facebook no tiene fronteras y nos sirvió mucho con el tema de la banda. “Oh! Jackeline” empezó en 2008 y desde entonces venimos grabando un disco por año. 
“Oh! Jackeline” tomó su nombre de un hit del grupo británico The Coral, y está formado por Darío, su hermana Melina y Emilio Rosso. Los cinco discos grabados hasta ahora se pueden escuchar en http://www.ohjacqueline.bandcamp.com, mientras que los 10 discos solistas de Darío están en la página http://www.dariodonatealvarez.bandcamp.com. 
La habitación del
artista (parte 2)
Pero no sólo hay cuadros y dibujos en la habitación de Darío. También puede verse un póster de Kurt Cobain en su puerta, guitarras colgadas y un viejo afiche con la formación de Talleres de Córdoba y el Boca del 89. Por si quedaban dudas de que en su pieza no sólo cabe su vida espiritual, sino también la profana. Unos papeles recortados y material didáctico en un rincón me intrigan, y le pregunto.
“Son de Bellas Artes. Yo había hecho la Tecnicatura, pero ahora estoy haciendo el Profesorado porque con el tiempo fui acumulando muchas cosas. Cuando veo los chiquitos que tienen el arte al estado puro, tengo ganas de ayudarlos, de guiarlos en vez de estructurarlos. De darles libertad. Me gustaría mucho poder formar a chicos del mismo modo en que Pedro me formó a mí”.
Cuando se mira la habitación dibujada por Vincent Van Gogh, Egon Schiele o Edward Munch, uno llega a la conclusión que esos “interiores” no son más que variantes del “autorretrato”; género en que por otra parte sobresalieron todos estos pintores. Y cuando uno mira la habitación de Darío, sabe que está ante un autorretrato viviente de su propio espíritu; que ese garaje de barrio San Justo convertido en sala de ensayo y atelier, en dormitorio y en “estar” para los días de la vida, es el ámbito desde el cual un alma está sintonizando el universo a través de colores y sonidos, volviéndose pura música de camaleones en la Tierra.
 
 
Iván Wielikosielek

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