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25 de Enero de 2009
Palabras de Noelis (con “s” no con “a”), sobre “los jóvenes que hablan de más”
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Julia Scarone
La semana pasada, hojeando el diario tuve una sensación extraña, me parece que alguien escribió acerca de mí. Leyendo las noticias, me llamó la atención el título de una columna que decía: “Palabras de Lucas. Sobre la gente que se queja”. Digo que me pareció que hablaba de mí, no porque me haya sentido identificada con el tema, sino porque la situación que se contaba tenía como protagonista a una señora que se llamaba igual que yo, se dedicaba a lo mismo, hablaba como yo hablo y tenía una empleada con el mismo nombre. La verdad eso no me importa mucho… bueno, en realidad sí, pero prefiero hablar de otra cosa.
No sé quién será este chiquito, pero me pareció un poco arriesgado que hablara de esa mujer con tanta soltura, sobre todo si el trato que tiene con ella es esporádico. Supongo que tanto atrevimiento es producto de la edad que aparenta tener, los adolescentes tienden a enjuiciar a los mayores, porque a esa edad no se tienen problemas ni responsabilidades, lo único que piensan es en qué harán el fin de semana o qué se pondrán para ir a una fiesta o, si les salió un granito, cómo harán para ocultarlo de sus pares. Ni siquiera la escuela les preocupa, pues a principios de marzo el desfile de cabelleras despeinadas y aritos en la nariz es interminable en las aulas de examen. Me pareció totalmente imprudente su esbozo y una falta de respeto, muy propio de los tiempos que corren, hoy los chicos son dueños de decir lo que les venga en ganas, si algo no les gusta, ahí van a quejarse con bombos y platillos en nombre de la libertad de expresión. En nuestra época estaba todo más ordenado, más controlado, si yo a los dieciséis me hubiera quejado de algo, el castigo más pequeño hubiera sido una cachetada bien puesta. Los padres de hoy dan demasiada rienda suelta a los chicos y después no saben cómo hacer para contener los desbordes, pero se ve que eso está de moda.
Para ir al grano, si la memoria no me falla (es lo primero que empieza a andar mal con la venida de los años), este chiquito se refirió a la manera de vivir de esta pobre señora: “Que se quejaba mucho, que no hacía nada por cambiar, que no sabía vivir”… y yo me pregunto, ¿qué tanto sabrá este niño de la vida teniendo tan corta edad? Habría que verlo dentro de unos años, cuando tenga que trabajar en algo que no le gusta porque no le queda otra opción o cuando su mujer ya no sea la novia ideal, cuando sus hijos no lo escuchen, cuando la plata no le alcance o cuando tenga 25 kilos más de los que tiene ahora, postrado en un sillón, mirando tele, cansado de andar y sin ganas de asomar la nariz a la calle… Ahí lo quiero ver al pibe, ahí quiero ver si no se queja o si tiene fuerzas para cambiar lo que no le gusta.
No es tan fácil cuando se está ahogado en la miseria de la rutina, desde afuera todo parece una pavada pero cuando le toca a uno es otra cosa, a los sesenta la vida tiene otro color, el rosa de los quince deviene a un negro temerario, el cuerpo ya no responde como antes, la cabeza tampoco, los días pasan sin pena ni gloria y cuando uno mira para atrás el balance da negativo desde cualquier perspectiva, y lo único que se puede hacer es añorar aquellos años felices contados con los dedos de media mano. Si yo tuviera veinte años sería distinta la cuestión, quién pudiera volver el tiempo atrás para hacer las cosas de otra manera, para no caer en los errores que lo trajeron a este estado, pero la realidad es otra y ya está, lo bueno es que no soy la única y me consuelo pensando que esta es la ley de la vida, que así tiene que ser, que es lo que me ha tocado vivir y en contra de los designios del destino no hay nada que hacer.
Así que mocito, si acepta el consejo de una persona con experiencia, deje de soñar, cuide sus palabras y dedíquese a vivir sus últimos años de gracia. Cuando tenga mi edad lo va a entender, aceptará resignado que tuve razón y yo, si Dios quiere, voy a estar en otra vida mejor que ésta, mirándolo desde arriba, saboreando mi victoria.

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