Gustavo Borga
A mí, el jefe, no me lleva con él. Lo lleva al Juan. Siempre lo lleva al Juan. A mí, a mí nunca me lleva. No te lleva, me dijo el Juan, porque no se te aguanta cerca. No te lleva, me dijo el Juan, por que no te bañás nunca. No te lleva, me dijo el Juan, porque sos sucio. Decile al jefe, le dije al Juan, que seré sucio pero que nadie pone el lomo como yo. Eso el jefe ya lo sabe, me dijo el Juan, de vos dice, será sucio pero trabaja como un animal. Decile al jefe, le dije al Juan, que no soy ningún animal. No dijo que fueras un animal, me dijo el Juan, dijo que trabajás como un animal, es lo mismo, le dije al Juan, y seguí con el Juan, cargando la camioneta para que el jefe y el Juan se fueran de viaje.
Cuando el jefe y el Juan se van de viaje yo me quedo solo en la fábrica.
Me gusta quedarme solo. Hago rápidamente la tarea que me encargó el jefe -envaso y peso el café, el azúcar impalpable, el flan, el cacao, el coco rallado, el bicarbonato, el laurel, la pimienta blanca, la pimienta negra, la pimienta en grano, el pimentón, el orégano, el comino, el ají molido, las especias surtidas, el adobo para pizza… Pongo en cajas lo que pesé y envasé. Etiqueto las cajas. Apilo las cajas -y me acuesto a leer sobre la bolsa de laurel.
Lo que más me gusta es leer. Leo de todo. Todo lo que encuentro. Leo diarios. Leo revistas. Leo libros…
Leo hasta que llega la mujer del jefe.
La mujer del jefe es rubia, hermosa, inalcanzable. No puede tener hijos, me dijo el Juan. Decile a la mujer del jefe, le dije al Juan, que si quiere yo le hago uno sobre la bolsa de laurel. Ella a vos no te quiere, me dijo el Juan. No te quiere, me dijo el Juan, porque tenés olor a pata. No te quiere, me dijo el Juan, porque tenés mal aliento. No te quiere, me dijo el Juan, porque te comes los mocos. Es cierto. La mujer del jefe me mira con asco. En cambio al Juan lo quiere como a un hijo.
Cuando la mujer del jefe cierra la fábrica yo comienzo mi búsqueda.
Los diarios y las revistas se encuentran fácilmente apilados en las veredas. Lo difícil es dar con un libro. Los pocos que leí estaban ocultos en bolsas de basura. ¿Por qué? ¿Por qué la gente esconde en bolsas negras de basura los libros que tira? Antes abría las bolsas. Ahora las palpo. Toco como un ciego las bolsas con mis manos. A veces (esto ocurre cada día con más frecuencia) no necesito tocar. Sé lo que hay. No me pregunten cómo, pero sé. Como si pudiera ver, a través del plástico negro, los libros. Como Superman que ve a través de las paredes. Si mis padres vivieran dirían con orgullo, nuestro hijo ve a través de las cosas. Pero mis padres murieron y yo no soy ningún súper héroe.
Cargo todo en el portaequipaje de la bicicleta y me voy, despacio, a mi casa.
Mi casa está lejos de la ciudad. Llego de noche, muy tarde. Algunos perros del barrio salen a recibirme. Siempre encuentro algo de comer entre la basura y se los doy. Yo no tengo perros, pero siempre hay perros en mi casa, en la vereda o en el patio. Lo primero que hago es guardar mi botín en el dormitorio de mis padres. Ya no hay lugar. Hay pilas de diarios y revistas en la cama matrimonial, sobre la mesa de luz, en el piso y sobre el techo del ropero. Si ellos no hubieran muerto ¿dónde pondría tanto papel? Tengo una guerra personal contra las lauchas y, hasta ahora, ellas van ganando. Por eso a los libros los guardo en un viejo baúl.
Voy a la cocina. Me tomo unos mates y me como una lata de picadillo con pan. Me gusta el picadillo. Como picadillo todo el día, en mi casa y en el trabajo. Tanto picadillo te va a sacar úlcera, me dijo el Juan. Lo hacen con carne de caballo, me dijo el Juan. Comé verduras, me dijo el Juan. Las verduras me dan asco, le dije al Juan. No tengo úlcera, tengo diarrea, le dije al Juan. ¿Carne de caballo? Mi abuelo se comía la carne cruda, le dije al Juan.
Cuando termino de comer es muy tarde. Tengo que madrugar. Me queda poco tiempo. ¿Qué hago? ¿Leo o me baño? Siempre termino leyendo.
Antes -todavía vivían mis padres- leía cualquier cosa: guías telefónicas, revistas de corte y confección, poemas, manual de instrucción de licuadoras… Mucho tiempo después -mi padre ya había muerto y mi madre estaba muy enferma- encontré en una bolsa Crimen y castigo. Mi vida cambió. Esa misma noche comencé a leerlo. Estaba en la parte en que Raskolnikov mata a la vieja, serían las tres de la mañana, cuando entra mi tía a la casa y me dice, tu madre murió. Con lágrimas en los ojos, me lo dijo. ¿Qué hago? ¿Sigo leyendo o me pongo a llorar? Seguí leyendo. Ojalá que te quedés ciego, me gritó mi tía.
Por mucho tiempo, tuve pesadillas. Soñaba que las lauchas me devoraban los ojos. La pasé mal. No dormía. Estás flaco, me dijo el Juan. Mirá las ojeras que tenés, me dijo el Juan. Andá a un psicólogo, me dijo el Juan.
No hizo falta.
Yo soy el mismo. Sigo buscando libros en la basura.
Sin embargo algunas cosas cambiaron. Hoy, por ejemplo, me bañé.
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