Gustavo Borga
Eran las dos de la tarde y estábamos sobre el techo de la casa.
—Se desprendió un cable -dijo mi padre señalando hacia arriba.
Yo esforcé mi vista al máximo, y vi, en lo más alto de la antena, un cable negro, suelto…
—Hay que subir -dijo mi padre. No queda otra.
Luego agregó:
—Hijo, traeme la pinza y el destornillador del galponcito.
Estaba por bajar cuando me detuvo:
—Decile a tu madre que cuando vea las primeras imágenes, grite.
—¿Que grite?
—Claro, así la escuchamos desde arriba.
Fui al galponcito y busqué las herramientas. Luego le dije a mi madre (que miraba como una idiota un televisor sin imágenes) que cuando viera las primeras imágenes, gritara.
—¿Que grite? -pregunto mi madre.
—Claro, así te escuchamos desde arriba.
Subí al techo y le di las herramientas a mi padre. Se las puso en el bolsillo de atrás del pantalón y comenzó a trepar. A medida que subía se hacía más pequeño. Cuando llegó arriba parecía un niño.
Lo que ocurrió después sólo Dios lo sabe. Una cosa es cierta. Mi madre (antes que el cuerpo de mi padre salpicara mis pies de sangre) gritó.
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