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1 de Octubre de 2013
Tenis - Carta abierta
A los socios del Sport Social
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La sede del Sport Social, en una panorámica de archivo

A los socios del Sport Social Club:

Mi nombre es Pablo Andreas Ingaramo y soy socio desde hace 25 años, que es la edad que tengo. No es mi intención molestar ni ofender a nadie con esta carta. Sólo quiero asegurarme de que se conozca la verdad de una situación que está sucediendo en este momento en el club y sobre la cual nadie hace o dice nada al respecto, por desconocimiento o por desinterés (en caso de ser la segunda, me disculpo por las molestias).
Se puede decir que la relación de mi familia y el Sport es bastante estrecha. Mis abuelos, Sarita y Coco, son socios desde la década del 60.  Sus tres hijos: Ana Laura, Nora Lía y Marcelo (mi papá), al igual que mi hermano Joaquín y yo, empezamos a venir aquí desde que teníamos uso de razón. 
A su vez, como la mayoría de ustedes debe saber, mi papá fue profesor de tenis aquí desde 1995 (año en que se retiró de la actividad como tenista profesional), hasta 2013, año en que fue forzado por la actual Comisión Directiva a abandonar la tarea que desempeñó con pasión y más que nada con amor durante tanto tiempo. 
Sé que se están diciendo cosas sobre esto que no son reales y como afectan a mi familia directamente me veo obligado a escribir estas palabras públicas, para que todos los socios tengan la posibilidad de conocer la verdad.
El es socio del Sport desde la edad de los cuatro años. Este es el lugar donde hizo la mayoría de sus amigos y además es el lugar en donde aprendió a practicar el deporte mediante el cual se ganaría la vida desde entonces. 
Durante su etapa juvenil representó los colores del club a nivel nacional e internacional, ganando decenas de títulos y manteniéndose siempre en los primeros puestos de los rankings junior.
En esa época, fue nombrado socio honorario del Sport Social por la Comisión Directiva del momento, debido a sus logros (que no habían sido tantos hasta ese entonces), por su caballerosidad deportiva y por el ejemplo que representaba para todos los jóvenes que concurrían a la institución. Esto implicaba que a partir de la fecha, y de por vida, quedaba exento de abonar la cuota social y toda remuneración que generara la práctica de cualquier disciplina deportiva que se practicara en el club.
A la edad de 18 años comenzó su etapa profesional, la cual duró 14 años. Allí alcanzó logros como entrar en los mejores 60 del ranking mundial de la ATP, representar al país en la Copa Davis y en la Copa de las Naciones de Dusseldorf, participar en todos los torneos más importantes y glamorosos del mundo, derrotar a Guillermo Vilas en las únicas dos veces que lo enfrentó, representar al Lawn Tenis Club de Buenos Aires. Durante 20 años (ganando nueve títulos de interclubes de primera categoría), representar al Club Tennis Club Waiblingen de Alemania durante siete años en la máxima competición mundial a nivel interclubes, entre otras tantas cosas.
Sin embargo, mientras todo esto sucedía, su cabeza estaba aquí en el Sport. Cada vez que recibía una oferta laboral desde el exterior la rechazaba instantáneamente por más beneficiosa que fuera porque su deseo era regresar aquí. Su torneo más esperado del calendario no era ni Wimbledon ni US Open: era la exhibición de fin de año en el Sport con sus amigos del circuito (en la que han participado jugadores como Ricardo Cano, Ricardo Rivera, Gustavo Tiberti, Thomas Salhandske, Roberto Argüello, Eduardo Bengoechea, Carlos y Alejandro Gattiker, Eduardo Masso, Hernan Gumy, Francisco Yunis, Luis Lobo, Gustavo y Edgardo Giussani, entre otros). Un año, incluso, llegó a modificar su calendario profesional para poder volver a jugar el Torneo “Padre e hijo” con mi abuelo Coco.
No hace falta ser un genio para darse cuenta de que su prioridad siempre fue regresar a compartir las experiencias de su vida tenística a los jóvenes del club y desde aquí promover el deporte a nivel local, provincial y nacional.
Finalmente en 1994, luego de finalizar su actividad como profesional, regresa al Sport a dirigir la escuela de tenis junto a Carlos Ronco. Aquí lograron establecer una academia modelo a nivel nacional.
En esta escuela, además de introducir a centenas de niños al deporte, formaron tenistas de alto rendimiento, que alcanzaron logros tales como: conseguir becas de estudio en universidades de EE.UU., participar de torneos de Grand Slam juniors, ingresar jugadores entre los primeros 300 del ranking mundial de la ATP.
A su vez quiero agregar que, durante este período, siempre puso desinteresadamente su nombre, trayectoria y contactos al servicio del club, permitiéndole un acceso más rápido y directo a los organismos que rigen el deporte a nivel provincial y nacional, colaborando así a que la institución siga creciendo para llegar a ser lo que es hoy.
Tal es su amor por este club que hoy, desempleado, sigue volviendo a diario a jugar a la paleta, pelotear con algún joven o comer “el asado de los jueves” al lugar por el cual dejó todo y del cual fue echado por la puerta trasera.
Hace más de un año que los empecé a notar a él y a su socio de todos estos años, Carlos Ronco, preocupados: desde la CD se estaba armando un nuevo contrato de concesión de la escuela de tenis. Este contrato cambiaba radicalmente con respecto al que habían firmado durante los últimos 12 años. Con cláusulas y condiciones abusivas, que serían muy difíciles de cumplir económicamente. 
Durante varios meses estuvieron en proceso de negociación. Esta disputa no se trataba de llevarse una “tajada lo más jugosa posible”. Sólo se estaba luchando para llegar a un acuerdo que les permita a ambos seguir viviendo dignamente sin verse forzados a incumplir con alguna cláusula.
Luego de tanto tiempo, no se logró mejorar nada de esto. Para peor, el contrato definitivo e impreso que presentaron desde la CD era aún más nefasto de lo que les habían estado hablando. Esto, a mi entender, fue una suerte de emboscada artera; porque por un lado, si lo firmaba, inmediatamente quedaba en situación de incumplimiento, y de no hacerlo, directamente quedaba desvinculado. Mi viejo se asesoró con algunos abogados y contadores, y todos llegaban a la misma conclusión: “No lo firmes”.
Sin embargo, sucede que de pronto, Carlos sí había estampado su firma, para quedarse a “pelearla desde adentro”. Claro que pelearla desde adentro es bastante más fácil cuando las ganancias ya no se tienen que dividir por dos.
En fin, así fue como, unilateralmente y carta documento mediante, un grupo de ineptos y soberbios dejaron a mi papá, de un instante para otro, sin su pasión, sin su segunda casa, sin su laburo y sin la posibilidad de hacer lo que mejor sabe en el lugar que más ama.
A todo lo dicho, quiero agregar una última situación de maltrato recibida por parte del club. A principios de julio mi papá recibe una invitación formal de la Professional Tennis Coaches Association (PTCA) para participar de un circuito de exjugadores profesionales, el cual se llevará a cabo el próximo año y servirá como plataforma para ingresar a los Grand Slams Senior,  lo que implica una posibilidad de, nuevamente, representar al club y al país internacionalmente. Por ese motivo decidió comenzar a entrenarse y practicar con algunos jóvenes de competición de la escuela de tenis. Fue allí cuando sorpresivamente se enteró a través del encargado de las canchas, que por orden del presidente Roberto Castellari ahora debía abonar el turno suyo y el del joven que lo acompañe en el momento. 
No quiero hacer énfasis en el aspecto económico, sino en el hecho de que se dejó de reconocer su condición de socio honorario, dejando en el olvido todo lo que él ha aportado durante tantos años.
Si comparamos esta situación con el trato que recibe en otros lugares que no son su casa, suena bastante paradójico. Por ejemplo, en Roland Garros tiene el título de “former player” y no debe pagar por el uso de las canchas (incluso de los estadios), en el Buenos Aires Lawn Tenis es socio jugador por lo que no debe pagar la cuota social y tiene permitido hacer uso ilimitado y gratuito de las instalaciones del club, y en la Copa Davis, por dar un último ejemplo, es invitado especial de por vida a todas las series que juegue Argentina.
Mi abuelo Coco es parte de este club desde hace más de 50 años. Mucho antes de que la mayoría de nosotros hayamos siquiera nacido.
El Sport es su vida. Es socio vitalicio. Incluso con la edad de 85 años y con los inconvenientes que eso implica, nunca dejó de ayudar en cualquier tipo de obra o tarea que haya hecho falta. Sin pedir nunca nada a cambio. 
Pero ya no. Los nuevos dormitorios recién construidos y a estrenar formarán parte del último de los tantos granitos de arena que mi abuelo ha aportado día a día a este club.
Desde que empezaron las maniobras para echar a mi papá, él nunca estuvo al tanto de nada. Pero el tiempo pasa y llega un momento en que la situación se hace inminente y se entera. Incrédulo, consigue el contrato, hace sus propias averiguaciones con gente que conoce sobre el tema y concluye: “Marcelo, por nada del mundo firmes ese contrato. Yo al club no voy nunca más”.
Y el viejo cumple con su palabra: No volvió más… Claro, si te lo cruzas algún día en su bici, no te vas a dar cuenta. El es un tipo duro para mostrar los sentimientos. No dice nada. Nunca se queja de nada… Sin embargo yo sí noto la infinita tristeza cuando lo miro a los ojos. 
No era mi idea hablar sobre la intimidad de una persona a la que tanto amo. Pero lo creo necesario y justo, considerando que se estaba diciendo que se le había pedido que deje de trabajar voluntariamente para el club “porque estaba grande y ya no cumplía muy bien”.
Con el tiempo me fui dando cuenta que las cosas de a poco dejaban de ser lo mismo: cada vez menos permisos para ser un niño y más reglas. Cada vez más cámaras de seguridad y menos juegos. Cada vez más adultos y menos juventud. Cada más rico estructuralmente y más pobre espiritualmente. Cada vez más Sport y menos Social…  Todo esto me fue alejando poco a poco.
Hoy en día, entre lo que acabo de decir y  lo que ha sufrido mi familia, es muy raro que visite las instalaciones, a pesar de que sigo siendo socio y allí puedo encontrar a muchas personas a las que aprecio mucho.
No es mi intención dar lástima, ni mucho menos. Tampoco quiero que se malinterprete el cometido de esta carta: no pido que mi viejo recupere su trabajo. Entiendo que lo hecho, hecho está, y no hay vuelta atrás. Mi intención, como dije al principio, es hacer conocer esta situación y dejar bien en claro por qué es que mi familia ya casi no va al club.
Mi anhelo es que los miembros de la Comisión Directiva se vuelvan a plantear y ratifiquen la condición de socio honorario que mi papá se merece y se ha ganado. Y por otro lado me gustaría que todos aquellos que hablaron a Coco y a mi familia sin honestidad y franqueza, tengan la grandeza de ofrecerles disculpas.
Por último, sí le pido a aquel socio que lee esto y que comparte este sentimiento conmigo, que no se calle. Que se manifieste si no está conforme. Para que algún día el club vuelva a ser lo que era, para que tal vez las próximas generaciones de niños puedan tener una infancia tan sana y feliz como la que tuve yo, y para que ninguna otra persona que ama al club con el corazón tenga que atravesar una situación como ésta, viéndose obligado a alejarse de esta institución tan hermosa.
Sin más, los saluda con un fuerte abrazo.
 
Pablo Andreas Ingaramo 
DNI 33.695.572

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