Es­cri­be: Juan Manuel Gorno

 

Con gesto desafiante, de bronca, enojado por el resultado en contra en Río Cuarto, Julio César Toresani descargó ante la prensa que Alumni perdió “un partido más”. Ante la requisitoria de un periodista por la floja labor de Fernando Sanjurjo, tiró que “tampoco es Messi” y sobre el malestar de la gente, dejó en claro que “estos jugadores no descendieron, recién llevan tres partidos”.

El “Huevo”, un tipo de alto coraje no sólo para manejarse en el fútbol, sino también en la vida, no parece achicarse en las difíciles y menos cuando se trata de un club que viene mal desde hace un largo tiempo y que parece acostumbrado a ganar tres puntos de doce en juego, como  ahora.

Una visión muy respetable la de Toresani cuando habla de la falta de paciencia y el tiempo que todavía parece necesitar este equipo débil de juego, de seguridad defensiva y de voracidad ofensiva, que fue abofeteado como un chico por Estudiantes.

Sin embargo, aunque el reclamo del técnico puede ser válido, hay una verdad insoslayable sobre Alumni: es un club donde la paciencia ya no existe.

Bastante debió esperar la gente para recuperar la esperanza. Lleva seis años bajando peldaños, desde perder protagonismo en el Argentino A, hasta caer en la penumbra de la pérdida de categoría.

En la tristeza de aquel día del descenso, en Tres Arroyos, los hinchas incluso aguantaron, estoicos, ese mazazo tremendo que los devolvió al subterráneo deportivo, a pesar que durante los 90 minutos Alumni fue más que el salvado Brown de Puerto Madryn.

Hubo otros cachetazos duros, derrotas que profundizaron heridas y hasta un ascenso ajeno (el de Sportivo Belgrano) que condimentó la desazón propia.

Toresani nada tuvo que ver en aquellas escenas, ni siquiera como testigo cercano ni espectador de lujo. Por eso se enoja cuando lo empiezan a insultar desde la tercera fecha, como sucedió el viernes por la noche, cuando algunos simpatizantes que viajaron a Río Cuarto no midieron tiempos más que los del clásico, se aferraron al alambrado y soltaron un canto de puteadas con dedicatoria generalizada.

Es cierto que la bronca de la gente llegó muy temprano en un torneo largo. Tan cierto como que desde la cancha no se irradia otra energía más que la de una impotencia futbolística que sorprende, sobre todo en un plantel que viene trabajando desde junio para hacer algo mejor, un plantel que se armó “sigilosamente”, descartando jugadores que venían del Argentino A porque “pedían mucho”, como advertían los dirigentes cuando se les consultaba por algunos que tranquilamente podrían haber jugado el viernes, sin caer en el papelón que mostró este equipo.

Si apenas se salva el arquero porque impide una goleada; si el tipo de mejor pie (Sanjurjo) anda ofuscado en la cancha (con sus compañeros o consigo mismo); si el equipo va perdiendo y tarda 30 minutos para patear al arco, si la defensa es indefensa, si el mediocampo no corta ni juega, si el equipo lleva cinco goles en contra y uno a favor (de pelota parada) en tres partidos disputados, la gente no sólo descargará su bronca desde la tribuna. Por el bien de su salud, dejará de asistir a la cancha como tantos ya lo hicieron en tiempos de planteles baratos del Argentino A.

Desde estas líneas no queda más que bregar para que los aficionados (de Alumni, de Alem o de quien sea) no dejen de alentar y menos en las malas. 

Quizás el equipo levante su producción y cambie el semblante de todos en las próximas fechas. Quizás Toresani confía porque peor no se puede seguir jugando. 

 

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