Escribe: Juan Manuel Gorno
(enviado especial)
Las incógnitas que se plantearon ante la ausencia de Messi y otros se develaron para bien con una demostración de buen fútbol del seleccionado argentino.
Si bien esta vez los porotos valían menos (uno ya estaba clasificado y el otro fuera de la pelea), el partido en el Monumental tuvo anoche dos fundamentos importantes para el entrenador Alejandro Sabella: el equipo debía demostrar cómo jugar sin Messi, además de otras bajas sensibles, y algunos jugadores rendían quizás el último examen para ganarse el viaje a Brasil 2014.
La evaluación fue buena y el resultado, óptimo. El seleccionado argentino dio muestras de tener mucho más que el mejor jugador del mundo y coronó un triunfo que sólo se puso en riesgo un minuto, cuando Perú, un recambiado Perú, convirtió el primer gol del partido.
Progresivamente, el equipo de Sabella se fue devorando al rival de turno con un juego colectivo que calentó las palmas del público en una noche de viento frío que despeinó y caló los huesos.
Es cierto que Perú, aun cuando juntó gente en el fondo, mostró su inocencia en la marca defensiva que es propia de su estilo, aunque también vale darle a los peruanos esa distinción de equipo que trata bien a la pelota y que, por momentos, se merece un visto bueno por la definición exquisita de Guido Pizarro, que desnudó no sólo la habitual desconcentración de un central argentino, sino también la salida en falso de Romero.
Sin embargo, la voracidad de Argentina estuvo por encima de sus falencias. Y todo se redujo entonces a lo que pudieron hacer los rapiditos de arriba. Un dolor de cabeza para muchos.
Angel Di María amagaba con hacer lo de siempre, deslizarse cual esquiador en la nieve que pasa a los rivales como árboles camino al objetivo final, pero al tener que jugar por el centro y no por los costados -como suele hacerlo cuando juega Messi- se dedicó a moverse como el encargado del pase final. Un trabajo más fácil cuando levantaba la cabeza y siempre lo veía picar a Palacio como el tipo bueno que te acompaña hasta la puerta, en este caso, la puerta del gol que tocó Lavezzi para empatar el partido.
Una noche redonda para el “Pocho”, que metió dos tantos y merodeó el tercero como el hombre que debió justificar a cada rato su permanencia en la selección, aunque el DT siempre lo tuviese en cuenta.
Para engañar desde la medialuna y mantener en vilo a la defensa peruana, estaba el “Kun” Agüero, actuando bastante desde izquierda hacia el medio, pero participativo también en otros aspectos que muchas veces no se ven, pero que son vitales, como provocar faltas en el borde del área, solidario, de espaldas al arco, para fajarse con defensores más grandotes.
Por eso en el segundo tiempo, cuando el “Kun” estuvo cerca de convertir y la jugada no le surtió efecto, el público igual coreó su nombre como reconocimiento al crack. Y fue el primer y único nombre coreado de la noche, a pesar de no aparecer en el registro de goleadores.
Consagrado, al delantero del Manchester City no le hizo falta demostrar más nada, menos a Sabella, quien se mostró luego “muy contento” porque convirtieron los que habitualmente tienen que empezar desde el banco porque deben jugar Messi e Higuaín, hoy lesionados.
Que Lavezzi, muchas veces resistido, haya convertido dos veces, y Palacio se retire ovacionado del Monumental, no deja de ser una señal positiva para el técnico en su armado definitivo para el Mundial.
Por las dudas, “Pachorra” probó también unos minutos con Erik Lamela y con Leandro Somoza, quien recibió ciertos silbidos cuando pisó la cancha, a pesar de ingresar faltando poco para el pitazo final.
Más allá de todo, el mayor sostén de elogio debe ser lo colectivo, la tarea sigilosa de un equipo que, de parecer a veces algo frágil, te demuele por todos lados, con o sin Messi, como anoche. De hecho, Perú, que no está clasificado, pero tampoco es un club de barrio, casi no pasó la mitad de cancha en el segundo tiempo. Su lucha fue sufrir la velocidad de Di María, el empuje de Agüero y los desbordes constantes en el mano a mano de Palacio y Lavezzi. Esto sumado a las proyecciones constantes de dos marcadores de punta que están lejos de ser los aviones brasileños, aunque anoche no desentonaron. Uno casi marca un buen gol (Zabaleta) y el otro (Rojo) dio el pase del tercer tanto.
Con esa sintonía positiva, los miles que se llegaron al estadio se retiraron empachados de fútbol.
Es verdad que cuando juega Messi los colores rojo y blanco de las gradas del Monumental ni se distinguen. Y anoche hubo muchos claros. Poco importó para los que pagaron la entrada y, enfundados con los colores celeste y blanco, cayeron entre amigos o en familia. Y cantaron por Argentina.
