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27 de Enero de 2009
Educación - Opinión
La riqueza de la integración
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Escribe: Lic. Matilde Soleri (*)
Difícilmente quien no compartió aunque sea “un momento” con un niño especial y su familia pueda comprender esa realidad tan empapada de vivencias distintas… tan distintas que se podrían contar de una y mil maneras pero las palabras no alcanzarían para transmitir aquellos aspectos de la vida que la hacen diferente pero no por ello menos valiosa.
Cuando en una institución se integra a un niño especial no sólo se le abren las puertas de la escuela a ese niño o joven, sino que se le está brindando a todos los educandos de esa escuela la posibilidad de aprender lo que sólo se aprende compartiendo con un niño o joven especial: la transparencia de un sí o un no, el profundo valor de un perdón, la fortaleza en las desavenencias que la vida nos presenta, la importancia de trabajar juntos para… el sin sentido del “cuánto hice yo y cuánto vos” para encontrar el valor del logro alcanzado por el esfuerzo compartido, la alegría de la vida por la vida misma.
Integrar en educación, no es fácil pero es un desafío y es una realidad. Es una realidad porque todos somos personas y merecemos las mismas posibilidades, es un desafío porque nos propone pasos distintos, nos hace escoger entre caminos alternativos y sabemos que de cada elección que hacemos depende el aprendizaje de esa persona a la cual estamos acompañando en su educación, proceso del que también somos parte.
Pero además, digo, no es fácil y cuando lo hago no sólo pienso en ese niño o joven especial, también pienso en los otros niños, en el docente y entonces es allí donde me pregunto: ¿cómo hago para que todos ellos sean capaces de descubrir la invalorable riqueza de estar juntos? ¿Cómo hago para que más allá del “cuánto” prevalezca el “cómo"?, ¿Cómo hago para que comprendan que si ellos se encuentran como personas el camino a recorrer dista mucho de ser complejo?
Si a cada pregunta “yo escuela” le encuentro una respuesta habré sido capaz de descubrir la riqueza de la integración escolar, habré comprendido que en la escuela es posible encontrarnos para aprender, para compartir, para descubrir en el otro y al mismo tiempo en mi persona que hay un mundo de sueños, de proyectos que todos tenemos y que para ello hay que ser capaces de desafiar el mundo, y que en ese desafío nos necesitamos todos, unos para dar y otros para recibir, aquéllos para acompañar y éstos para compartir.

Tiempo de evaluación

La evaluación ha sido siempre un tema complejo en educación y este parece desdibujarse y perder claridad cuando debe desarrollarse en el espacio que define la integración escolar.
Se sabe que evaluar es -aunque a veces suene frío- marcar éxitos y fracasos y esto habla de objetivos logrados, metas que serán posibles alcanzar pero, también presenta la otra cara de la moneda, la que me dice “necesito más tiempo” o “aquí ya no puedo seguirlos”.
En la evaluación el “saber” parece adquirir el papel protagónico, busca ocupar el primer lugar y en última instancia es “su posesión o no” lo que evaluamos.
Pero es aquí donde debemos detenernos a reflexionar, porque en educación: ¿sólo evaluamos “saberes”?, ¿conocimientos adquiridos o no?
Sin lugar a dudas todos sabemos que en educación se deben evaluar conocimientos, más valores, más destrezas, más capacidad para comunicarse con el otro, más todo aquello que me enriquece como persona. En educación primero debe estar la formación de la persona y luego la exquisita posibilidad que tenemos los educadores de enriquecerla con “conocimientos”, que cada uno hará suyos según sus posibilidades, y de ese modo al final del camino tendremos a un grupo de educandos al que hemos “formado como personas capaces de…”
No obstante hay una realidad que es la que me dice que hay una evaluación formal que se debe cumplimentar y ésta en su mayor porcentaje se inclina hacia los contenidos de los cuales es responsable la educación sistemática. Debemos entonces hablar de contenidos, ya que cuando se evalúa un trayecto escolar se está queriendo establecer “cuánto” y “cuán significativos son” para aquel que los hizo suyos y, en función de ello, establecer una apreciación por parte del docente-educador, que hablará de logros adquiridos. Pero es aquí donde surge la pregunta ¿cómo evalúo a este niño/joven que hemos integrado (nosotros institución educativa)? Si trabajo con contenidos distintos, ¿será igual su Bueno o Muy Bueno al de aquel que ha desarrollado los contenidos esperables para el nivel escolar en que se encuentra? Sin lugar a dudas si lo que comparamos es contenidos este Bueno o Muy Bueno de unos u otros será diferente porque evalué contenidos distintos, pero no lo será a la hora de hacer un análisis cualitativo como es el que debe plantear cualquier evaluación para ser integral y completa. Ambos Bueno o Muy Bueno han requerido tiempo, dedicación, esfuerzo para alcanzarlo, por ello aunque el punto de llegada en lo que a “saberes” se refiere es distinto, el trayecto recorrido merece ser evaluado de igual manera.
La diversidad en educación plantea contenidos, métodos, estrategias distintas a la hora de enseñar y también a la hora de evaluar y pide un lugar en el que “ser yo mismo” con mis posibilidades y limitaciones no sea una utopía, sino una realidad que me plantee el gran desafío de tener “el deber de intentarlo” porque es de ese modo que mi aprendizaje va a ser significativo, no sólo para mí que busqué alcanzarlo, sino también para aquel que me acompañó en la búsqueda y que hoy me permite ser “éste” tan igual y tan distinto a todos, “éste” que más allá de sus limitaciones es tan capaz de …
(*) Licenciada en Ciencias de la Educación,psicopedagoga.
E-mail: matisoleri@hotmail.com
Docente del Instituto “Leibnitz” e IPEM 147 “Manuel Anselmo Ocampo”

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