El malestar actual está centrado en los conflictos de pareja de numerosas familias. Márgenes poco gratas de las relaciones conyugales. Tensión, celos, rencores, hostilidad, desilusión, desconfianza, maltrato, posesión, descalificación, traición, competencia, abandonos, violencia.
Las mujeres se consideran dependientes y víctimas frente a hombres egoístas, individualistas, autorrealizables, adúlteros, sordos, desconsiderados y mentirosos. Para ellas es cuesta arriba su autorrealización, más en aquellos sectores sociales donde son madres y amas de casa las 24 horas, tareas que les quitan tiempo, energía y estima. Terminan en un gran vacío y vastas cifras de depresión.
Los hombres se quejan por la permanente presión, maltrato, enojos y malhumor. Protestan por los cercos de la relación y el control. Se sienten obligados, siempre endeudados ante una exigencia de cariño o atención, que no reconocen. Son evitativos ante las demandas femeninas en temas de difícil salida.
Son frecuentes las batallas fálicas del hogar, la disputa de géneros para imponer cada uno su criterio. O las competencias de méritos frente a sus hijos y alianzas intergéneros.
Las seculares postergaciones y sometimientos femeninos generan un movimiento creciente para revertirlo. Esta reivindicación femenina está puesta en el tapete hoy desde altas esferas. Momento crucial para el eje simbólico del poder en las actuales disputas de género argentinas.
Las mujeres con justa razón, sienten en esta última década, como cuestión de honor no bajarse de la pulseada por sentirse reivindicadas para poner las cosas en su lugar, encrespando el machismo ancestral en legiones masculinas.
La mujer idealiza, exige al hombre además de quererla, escucharla, simultáneamente ser Neruda, Príncipe Valiente, Onassis, Freud y Mac Giver. Los hombres son vulgares, ofenden, desairan, dividen a la mujer en objeto sexual y en mujer inmaculada. Aún les cuesta unirlas.
Aparece la función de la otra, el otro. Gruesos carreteles de historias sin fin, de tragedias en la era del celular, los SMS y los mails, por la censura y control policíaco de la pareja sobre esos aparatos.
Los hombres traen un manual sencillo que no leen nunca. La mujer conoce y aborrece la sencillez de este manual. Los varones no se atreven con el manual que explica el comportamiento y estructura femeninos. La mujer tiene sensores para captar la subjetividad compleja, como nuestras mascotas los ruidos subliminales. El hombre viene base: la mira impávido, de verdad, no la entiende. Son sistemas operativos diferentes.
Los varones operan con cada compartimiento independientemente del otro, le funcionan las exclusas de un buen obsesivo: área laboral, social, profesional, familiar, hobbies. Sin la batería sentimental pueden seguir funcionando, viviendo. Son buenos negadores. Fuman, beben, ríen.
Las mujeres en cambio requieren de un halo sentimental protector que envuelva todos sus asuntos, sentirse queridas. Nada funciona bien sin ese reaseguro cubriendo y motorizando su vivir. Se enojan, se empacan. Exigen una batería sentimental potente de carga diaria no reconocido por el hombre.
El guerrero vuelve a la casa necesitando hablar de la dura realidad. La mujer necesita poesía, y éste pregunta por el bife y el dulce de leche. Cada mujer tiene cuatro o cinco cuestiones eternas enigmáticas que no le cierran del partenaire. Portando la pregunta clave que indujo a la obra de Freud y Lacan: “Qué quiere él de mí”. De las cuales él no quiere hablar, no sabe. Peyorativamente llama histeria a estas características.
La indignación femenina, la hostilidad, el oprobio, la impotencia y desesperanza la hacen insistentes, tesoneras, para cambiar el statu quo, lo quieren resolver ya. Ellos patean para adelante. La necedad masculina las va empujando a convertirse en pájaros carpinteros. Y él interpelado, vuelve progresivas las escaladas de violencia. Sustratos masivos, populares, crecientes del desamor.
En un contexto de 50% y 50%de aportes. Hacen falta dos para bailar un tango.
Precipitan separaciones, expulsiones del Paraíso o abandonos del Infierno. Las rupturas o quiebres sin retorno, la odisea del horror. Lo que debiera ser una salida saludable de la opresión patológica de ambos. Se abre un agujero en sus existencias, cae una bomba en la familia. La posesión enfermiza, no acepta narcisísticamente que el otro/a es un ser independiente, cuya humanidad no le pertenece más allá de compartir una etapa, la marcha de la empresa familiar, la responsabilidad con los hijos.
Aparece la enorme estadística de amenazas, intentos o suicidios en la clínica profesional. De ambos géneros. Las manipulaciones, los odios, el caldo de la locura que, según vulnerabilidades, de cónyuges e hijos estalla en cualquier lado: el terror conyugal con su grueso historial de enfermedades orgánicas familiares.
Hombres desquiciados pierden la dignidad y la cordura, para entrar en el campo ominoso de las venganzas ultimando a su cónyuge o la venganza atroz con los hijos de la mujer perdida.
Gente que debiera ser ayudada antes, al dar oportunidades de intervenciones a tiempo, reparadoras del cristal del amor y el deseo marital. O ayudar a salir sana y civilizadamente del lazo opresivo previniendo eternas disputas por venenos de despechos.
Conflictos de 5 a 15 años de evolución. Tiempo para intervenir, pesquisar o sensibilizar los entornos incentivando la búsqueda de ayuda. Facilitando al sistema provincial, municipal o privado. Llegar a tiempo con el equipo de salud mental.
No con el equipo forense.
Dr. Néstor Emilio Filipponi
Médico Psiquiatra- Psicoterapeuta-Psiquiatra Laboral