Salían como las cigarras después de siglo y medio bajo la tierra... Venían de todos los confines soterrados... Saltaban las tranqueras del olvido, los alambres de púas y los charcos... Eran hombres y mujeres de barro que venían de los socavones, curtidos a la sombra de la Historia...
Era primavera entonces y ellos brotaban como los ceibales junto al río de la esperanza...
Buscando el cauce de un nuevo tiempo, llegaban a Plaza de Mayo en un torrente desmadrado nutrido por sus propios sudores.
Y allí mojaban las patas en la fuente, como quien moja su frente en la piedra bautismal de los destinos...
Una sombra de mujer inmanente recorría las multitudes, se adentraba en los corazones y allí se quedaría por los siglos de los siglos... Sombra menuda, casi débil, pero con la fuerza de los volcanes.
Desde los balcones, damas de terciopelo y hombres de hirsutos bigotes observaban la escena... Horrorizados contemplaban los trazos, del inédito cuadro con reminiscencias de Berni y de Quinquela...
El barro cubría la plaza y se estremecía la Patria…
Los que venían de las tierras bajas se subían a las columnas de la vida... Entraban a la vida, se trepaban a la luz, desgarraban la niebla del Riachuelo, desollaban la oscuridad...
Eran hombres y mujeres de trabajo, sin trabajo, dignos, humillados, virginales, pecaminosos, pacíficos, violentamente descamisados... Eran santas y santos sin altares... Todos hermanos de la patria madre que los parió...
Era el pueblo de barro...
La sombra menuda, casi etérea, los guiaba por el camino ascendente, les iluminaba las pupilas, encendía sus corazones y el grito se alzaba hasta el desgarro mientras la noche caía sobre Buenos Aires cubierto de greda...
Los aires buenos olían a hollín, a querosén, a yerba secada al sol, a negro de las orillas, a sueños chamuscados en la pobreza, a polenta con pajaritos, a generaciones podridas en la opresión...
Las damas de terciopelo y los caballeros de hirsutos bigotes, espantados dieron vuelta la cara para seguir mirando hacia adentro... Hacia ellos mismos... Quedaron a oscuras...
El pueblo de barro levantó la vista y miró hacia el otro balcón, donde la luz estaba encendida.
Silencio... Clamor... Silencio...
En ese balcón apareció un hombre que alzando los brazos, con voz tronadora dijo: ¡Compañeros!...
Desde abajo, otro hombre, de sangre indígena, española, criolla, negra, napolitana, polaca, de sangre transida por todos los espermas invisibilizados en el barro gritó: ¡Viva Perón!...
Y el clamor derrotó al silencio... Y la tierra yerma del olvido se convirtió en vergel de los sueños...
Fue entonces que nació el peronismo... Gestado en la entrañas de las hijas y los hijos de la patria madre que los parió...
Mientras la sombra de Evita, leve y casi etérea, se convertía en amor hacia el pueblo y lo cubría con la dignidad de la justicia social.
Rubén Rüedi