A Juan Carlos: sabe Jefe, si viera las aguas del Ctalamochita diría que no son las mismas. Ni la costanera. Ni la misma fuerza del río. Allí quedan las compuertas silenciosas, embalsando el tiempo en almanaques que no saben de lunas y soles. Así es Jefe, difícil explicar, imposible que ya pasaran 30 años de aquella tarde calurosa de domingo, cuando la gente desandaba la existencia sin la premura del reloj. Justo del reloj, vengo a decir. El que se le detuvo cuando una vida lo precisaba latiendo. El reloj que casi no se dio cuenta cuando usted entregaba la suya. El calor era sofocante. El 23 de octubre de 1983. La Villa se transformó en una lágrima desabrida. La Villa quedó inerte cuando alguien dio la noticia. Los titulares estallaron luego en las tapas de los periódicos, con destellos de fatalidad: “Falleció en acto de Servicio el 1º Jefe de Bomberos Voluntarios”. Jefe, usted no se podía ir, menos en esas aguas que tanto conocía y que traicioneramente le bebieron la vida, ¡a usted que tanto lo sabía, porque así nos lo había enseñado: el peligro no da tregua! Los que quedamos sentimos la sensación de orfandad. Es feo, sabe. Pero fue así por la dimensión de hombre que conocimos y compartimos, del cual aprendimos la dignidad de una profesión. A partir de entonces empezamos a comprender que usted pasaba a la dimensión de mártir. Usted lo fue. Lo es. Si hasta por ahí algún uniformado dice en voz baja que lo vio braceando la corriente. Los grandes nunca desaparecen. A veces nos preguntamos con los muchachos si aparecerá otro como usted. Enorme. Desinteresado. Solidario. Leal. De convicciones, sin claudicaciones. Padre y amigo… los números nos hacen trampa ¿sabe? Si ayer nos estaba indicando cómo nadar contra la corriente. Y “estudiá pibe”, nos inculcaba. “Estudiá”, y después un tronco maldito se le hundió en el pecho. Nunca sabremos cómo llegó hasta la orilla salvando a ese joven y volviendo hacia el otro. Dudo que le agradase que le dijéramos “héroe”. No creía en esas cosas. En realidad nunca se creyó nada que lo diferenciase del resto. Grande, Jefe, le prometo que con los muchachos hoy andaremos por las aguas. Si alguna flor le acaricia las manos… sepa que son aquellos chicos, hoy hombres, que usted educó, formó y conformó como personas. Bomberos- personas, orgullosos de usted y de la institución. Le cuento que el cuartel está hermoso, vehículos nuevos, adolescentes que quieren seguir con su enorme historia. Abra los ojos, Jefe, le aseguro que alguna flor lo tocará en la mejilla… En cada pétalo está el afecto de los hijos postizos que nunca abandonamos el uniforme… Es una forma más de darle las gracias y decirle que seguimos a su lado.
Miguel Sponer - Bombero Voluntario