23 de octubre de 1983, cuatro menos cinco de la tarde, siesta de un domingo caluroso.
Las compuertas debían estar listas para la temporada estival que se aproximaba. Un grupo de bomberos, con él a la cabeza, reparaba la estructura... y la tragedia, inesperada, se hizo realidad.
Al rescate de dos jóvenes que acababan de naufragar, no dudó un instante y se arrojó a las torrentosas aguas. Cumplió su cometido, aun sabiendo que el desafío podía ser letal. Y así fue.
En el “bolillero del adiós” estaba escrito su nombre. Desde entonces, la figura de Juan Carlos Mulinetti creció a pasos agigantados... y le ganó a la propia muerte, porque el mito encendió la llama que hoy sigue abrigando nuestros corazones.
Hace exactamente 30 años comenzaba a escribirse esta historia, la del hombre que se convirtió en mito, la del bombero que se transformó en héroe, la del amigo que entró en la inmortalidad.
Juan Carlos, “La Mula”, era un tipo de sonrisa franca, sincera, de corazón abierto, temple de acero, de acciones decididas y de pasiones conmovedoras, como las que sentía por sus muchachos del Cuartel que, aún hoy, lo sigue albergando.
Había nacido en Ticino a fines del verano de 1951, apenas un par de meses antes que el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Villa María se hiciera realidad.
Paradojas del destino, la vida los había “dado a luz” casi al mismo tiempo, como sabiendo que, más allá de la muerte, estarían unidos para siempre.
Sin embargo, no fue sino hasta fines de aquella década que Juan Carlos se radicaría en esta ciudad y recién en diciembre de 1963, con tan sólo 12 años de edad, habría de declararle su “amor eterno” a la institución que lo forjó como hombre, ciudadano, padre y entrañable amigo.
Hasta entonces habían sido tiempos de trabajo callejero. Fue vendedor de frutas, repartidor de soda, corredor de bicicletas... hasta supo ganarse el peso de cada día alquilando burritos los fines de semana o extrayendo arena del río... ese mismo río que, en la plenitud de su vida, habría de ganarle la única batalla en la que pudo doblegarlo.
La calle Müller lo vio crecer pícaro, audaz, indomable, como lo sería el resto de su vida, incluso en el Cuartel. Y en la Escuela Mármol, que supo de sus travesuras, dio esos primeros pasos que luego lo convertirían en un villamariense más. Poco después culminaría sus estudios primarios en “la Vélez Sarsfield”.
Siendo empleado de don Bautista Gianinetto, uno de los fundadores de Bomberos, “la Mula” descubrió su vocación de servicio en la vieja casona de la calle La Rioja, donde, por entonces, funcionaba el antiguo Cuartel.
A mediados de 1970 y con apenas 19 años, la juventud lo dejó en los brazos de Beba Gobatto, la mujer que, poco después, le daría cinco hijos.
Eran épocas de amores compartidos y Juan Carlos se las arreglaba para sostener a su familia y forjar el destino del Cuartel, su otro hogar.
La dedicación permanente al trabajo, sus increíbles conocimientos prácticos, el fenomenal sentido de solidaridad y otras muchas cualidades personales y profesionales, lo llevaron a convertirse en el tercer jefe del Cuerpo Activo que tuvo, hasta entonces, la institución en sus jóvenes 30 años de existencia, los mismos que había vivido Mulinetti.
Preocupado por las muchas vidas que se perdían en el viejo y caudaloso río Ctalamochita, Juan Carlos se propuso crear el primer Cuerpo de Bañeros Municipales. Así logró reducir al mínimo el índice de mortalidad que, cada verano, enlutaba a los villamarienses.
Sin lugar a dudas, fue un visionario en materia de capacitación. Sus permanentes inquietudes, a la par de los colegas de la región, lo llevaron a crear la Escuela Provincial de Bomberos.
El objetivo prioritario fue nivelar los conocimientos de todos los cuarteles cordobeses sobre una actividad que, a todas luces, fue la pasión de su vida.
Preocupado por el constante crecimiento urbanístico en edificios de altura, fue el propulsor, a nivel nacional, de un sistema de rescate llamado, por entonces, “piro salva”. Consistía en un complicado sistema de arneses y poleas que permitían el escalamiento y el descenso de aquellas estructuras que eran cada vez más elevadas.
Inquieto, emprendedor, casi obsesivo, fue mecánico, diseñador, pintor, letrista, soldador, matrícelo y muchas otras profesiones cursadas en la “universidad de la vida”.
Aprendió y enseñó con coraje e innata sabiduría. Y llegó a crear los destacamentos de Arroyo Algodón (que lleva su nombre), Ausonia y Luca.
Era un líder natural. Maestro, confidente, amigo leal y, para muchos, hasta un segundo padre. Se preocupaba por sus hombres hasta en los más mínimos detalles. Es que eran “sus” bomberos, los otros hijos que le había dado la vida.
Aun con tantas virtudes y dueño de un carisma extraordinario, Juan Carlos jamás dejó de ser un tipo común, imperfecto, como cualquiera de nosotros. Fumador empedernido, amaba sus “Jockey cortos”, mateaba hasta la madrugada y le gustaba la velocidad.
El Sparta, el Agrario y su querido Huracán fueron testigos de interminables tardes de chinchón. Y, desalineado como pocos, prefería su vieja campera verde al mejor traje sport.
Uno de sus momentos de mayor felicidad dentro del Cuartel lo vivió en 1982. Una noche de febrero tuvo el orgullo de ver incorporarse al Cuerpo Activo a sus dos hijos varones: Nelson y Jorge. Sin saberlo, estaba sembrando su perpetuidad en el tiempo. Incluso hoy, luego de 30 años de ausencia, un nieto continúa la leyenda.
Pese al inexorable paso del tiempo, la sociedad villamariense jamás olvidó a Mulinetti. Su memoria sigue viva en algunas obras ciudadanas, como el Jardín de Infantes de la Escuela 1º de Mayo, ubicada en barrio Roque Sáenz Peña, o el mismísimo Balneario Municipal, escenario de la tragedia que se llevó su cuerpo, y hasta un pasaje de barrio Lamadrid que lleva su nombre, como para que nadie olvide a ese noble bombero.
Incluso la Catedral conoció muy de cerca a Juan Carlos. Fue poco tiempo antes de que “Tata” Dios decidiera llevarlo a su lado para seguir ayudando... pero allá en el cielo. Y como siempre, sin temores, llevó a la cima de este sagrado templo religioso las imágenes de los santos que, desde entonces, ornamentan su bella arquitectura.
Finalmente, “el” monumento. A pocos metros de donde “la Mula” ofrendó su vida, se erige una obra artística de incalculable valor afectivo.
Construida por alumnos de la Escuela de Bellas Artes, se convirtió, decididamente, en la imagen que inmortalizó a uno de los héroes que la historia villamariense nos legó. Como un año y medio antes lo habían sido nuestros queridos “chicos de Malvinas”, hoy también perpetuados con su propio altar ciudadano.
Su emblemática figura jamás murió. Por el contrario, a lo largo de estos 10.958 días de no estar, se fue alimentando en los recuerdos de cada uno de los bomberos que crecieron bajo su mando y en las miles de anécdotas que aún hoy, contadas hasta el hartazgo, siguen provocando entrañable admiración.
Es que la llama de Mulinetti fue creciendo de boca en boca, de mano en mano, en cada esfuerzo compartido de los bomberos que quedaron, de los que están, de los que seguirán llegando.
Treinta años de amor incondicional, de respeto a la obra solidaria que enarboló desde su puesto de trabajo como un tipo común, de carne y hueso, fraterno, imperfecto, mortal.
Porque Juan Carlos fue precisamente eso: un hombre... un bombero.
Los actos oficiales en su honor
El Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Villa María homenajeará hoy a Juan Carlos Mulinetti con distintos actos.
A las 19 se oficiará una misa en la parroquia del Instituto del Rosario y una hora después el Concejo Deliberante realizará una sesión especial en el Cuartel de calle General Paz para conmemorar el 30º aniversario de su muerte.
También se descubrirán placas recordatorias tanto en la sede bomberil como en el monumento ubicado en el Balneario Municipal, por lo que se invita a la población a participar de todas las ceremonias oficiales.
Las fotografías
1) Juan Carlos Mulinetti en su foto más emblemática. Falleció en acto de servicio hace tres décadas, con tan sólo 32 años
2) “La Mula”, en acción. Desafiaba al peligro a cada instante, pero sabía cómo hacerlo. En la foto, trepado a un camión cargado con combustible que se incendiaba en pleno Tío Pujio