Escribe: Federico Magrín Torres (*)
Para la familia fue una pasión y una complicación a la vez. Por un lado significaba una alegría cuando salía en el diario o en la tele. Pero él era demasiado humilde para sentirse importante. Por el otro lado, era una complicación, porque por el atletismo no estaba presente en algunas fechas. El 31 de diciembre, cuando todos estaban sentados brindando en su mesa, mi abuelo estaba corriendo la Maratón de los dos años, en Río Cuarto y no estaba con nosotros. La otra complicación eran los trofeos, cada vez que querían limpiarlos o sacarles telarañas. Eran molestias, más que reconocimientos. Había tantos que los terminó regalando. Terminaba una carrera y su trofeo se lo regalaba a uno de los que lo acompañaban, tal vez los veía con pasta para atleta, y eso era un estímulo para ellos. Hay una anécdota que recuerdo: cuando se acumulaban los trofeos los desarmaba y los ponía en una caja. A veces los terminaba tirando a la basura. Una vez se los repartieron los basureros y uno se quedó sin. Entonces volvió a pedir uno. Mi abuelo lo hizo pasar y le dijo: “Elija el que quiera”. Y con un poco de vergüenza el muchacho eligió uno y se fue contento.
Para él correr era otra cosa, iba mas allá de ganar o perder, es difícil de definir, la competencia era una forma de compartir con la familia que había elegido para disfrutar de su pasión.
Muchas veces llevaba chicos para que corrieran. El sentía que era su responsabilidad, sabía que con el atletismo los salvaba de muchas cosas, de las malas compañías, de algunos vicios, no las combatía, les daba una opción que se hacía con gente que le gustaba el atletismo.
(*) Nieto de Guillermo Roldán