Por El Peregrino Impertinente
Mal que les pese a muchos románticos del viaje, los buses turísticos urbanos son un éxito total. Se trata de colectivos que recorren los principales atractivos arquitectónicos, culturales, históricos y paisajísticos de prácticamente cada ciudad del mundo que tenga algo para ofrecer en ese sentido. A nadie extraña, entonces, que localidades como Cruz del Eje, Villa de Soto o San José de la Dormida no tengan uno.
Su mecánica de funcionamiento es sencilla: los buses deambulan por la urbe durante toda la jornada siguiendo un circuito fijo que incluye varias paradas y los pasajeros con ticket se suben y bajan en cualquiera de los puntos asignados de forma ilimitada. A este sistema se lo conoce internacionalmente como “hop on-hop off”. También le podrían haber puesto “subir y bajar”, pero por alguna extraña razón a las empresas del rubro les interesa más hablar el idioma de los habitantes de Estados Unidos o Inglaterra que el de los de Nicaragua, Bolivia o El Salvador.
Así, son millones los turistas que pueden recorrer los principales atractivos de una ciudad tan grande como Tokio, por ejemplo, en un par de horas. Y al día siguiente hacer lo mismo en Beijín y al tercero, en Seúl, y luego decir que sólo necesitaron 72 horas para conocerse Asia de cabo a rabo. Un despropósito grande como la deuda de Alumni, pero que combina de maravillas con estas vertiginosas épocas de “me encantaría ir a tomar un café con vos, pero no tengo tiempo porque me tengo que ir a trabajar horas extras para poder comprarme un BlackBerry y mandarte un mensajito diciéndote que no tengo tiempo para tomarme un café con vos”.
Esta práctica de los buses turísticos indigna a los viajeros de ley, aquellos que son capaces de pasarse tres semanas y media en Resistencia, Chaco, porque un solo día no les alcanzó “para captar la melancólica aura del lugar”. Al que vende praliné en la plaza de Resistencia le dan ganas de empalarlos con el mástil de la bandera.