En el noroeste de nuestra provincia hay mucho de llano y de fértiles campos y nada de sierras. La monotonía la rompe un fenómeno natural sin parangón: la laguna Mar Chiquita. Ahí, en sus bordes, descansa Miramar, la única localidad con vista al espejo de agua más grande del país.

Tras recorrer 220 kilómetros desde Villa María, el viajero se encuentra con este municipio de agradables y serviciales habitantes. Queda claro que el foráneo no llega atraído por el pueblo en sí, pero entre el chapuzón y los paseos por la laguna, también le quedará tiempo para sorprenderse con algo de lo que el plano tiene para ofrecer.

Primero lo primero: el agua. Son seis mil los kilómetros cuadrados que ostenta Mar Chiquita y de ahí las espectaculares vistas que se obtienen desde la orilla. Nuestros ojos no perciben el fin, el manto líquido se antoja a océano. Si el clima acompaña, habrá que procurarse un lugar en la playa. Un extraño espacio de arena dispuesto en diferentes niveles, casi como parcelas. Demasiado cemento en torno, bloques de piedra y una especie de canaletas que se deben atravesar para ir a nadar. Con todo, la visual que arroja el agua ayuda a esconder los groserías hechas por la mano del hombre. Bien viene, entonces, el reposo al sol.

Después, el encuentro con Mar Chiquita arriba en forma de embarcaciones. Los paseos en lancha, en kayak, en jet-skis o en tablas de windsurf y las excursiones de pesca (pejerreyes y corvinas negras de premio) están a la orden del día. La diversión crea al unísono simbiosis con la enorme superficie de agua salada, esa que junto con el barro que genera posee importantes propiedades curativas, según los locales.

 Pero no sólo allí residen los encantos de la laguna. A pocos kilómetros de Miramar, en torno a la desembocadura del río Xanaes (o Segundo), los flamencos dan un show sin pretenderlo. Los residentes más famosos del lugar llenan de color el día. No están solos: se calcula que en Mar Chiquita viven unas 350 especies de aves, entre las que destacan también las pertenecientes a las familias de los patos, garzas y loros. El inventario de la fauna de los alrededores se completa con pecaríes, aguará guazús y nutrias.

 

Inundaciones y demás
 

La historia de Miramar es bien interesante y también triste. Podría afirmarse que nació prácticamente de la mano del turismo, llegando a convertirse en un emblema del sector a nivel provincial y nacional a partir de la década del 40. Varias decenas de hoteles y emprendimientos del rubro brotaban en los suelos de la ciudad y el ambiente florecía. Eso, hasta que el crecimiento de la laguna dijo basta, generando contundentes inundaciones. La peor de ellas ocurrió en el año 1977 y arrasó con la mayor parte de las construcciones dedicadas a los visitantes en ese entonces. 

Una de éstas, de las pocas que no quedaron bajo la eternidad de las profundidades, es el mítico Hotel Viena. Un inmueble de grandes dimensiones que fuera templo del lujo en el ayer y pura decadencia en el presente. Envuelto en leyendas, como la de haber sido construido con dinero nazi, cuenta con un museo  donde puede conocerse su peculiar línea de vida. Los paisajes que arroja el entorno, a cinco kilómetros del centro, son tan tétricos como seductores.

Otro sitio recomendable para sumergirse en el pasado de la localidad es el Museo Fotográfico Dante Marchetti, que incluye información bastante completa al respecto. El Museo de Ciencias Naturales de la Región Ansenuza Aníbal Montes, por su parte, recaba cantidad de datos y curiosidades de la laguna en particular, abarcando aspectos relacionados con la arqueología y la paleontología.